Sierra sin Fin

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Se publicó en el diario El Marplatense que el frigorífico vendió sus primeros treinta y dos animales faenados. Describe el cronista que la tarea fue buena, pero lenta. Transcribo: Operarios no habituados a la tarea tuvieron complicaciones lógicas al maniobrar las piezas, pero, afirmaron, no hay de qué preocuparse, las tareas que pronto serán rutinarias. No habla el cronista del accidente. Tampoco en la radio. Dicen, sí, que la gobernadora se muestra entusiasta pero no optimista, el tiempo que demandará optimizar el trabajo es mucho para sostener el gasto y los compradores chinos están ansiosos. Apago la radio. Qué saben los chinos de la historia de saladeros. Sabrán de supermercados, de juguetes de plástico, pero no de vacas. Aunque todo se aprende. Como se aprende a manejar máquinas. Como se aprende a empuñar un revólver. Tampoco en la radio hablaron del accidente. Tampoco lo mencionará la gobernadora ni sus ministros. A nadie le importa. Menos que menos a los chinos. Digo chinos porque son los interesados en la compra, podrían ser noruegos y sería lo mismo. La culpa es nuestra. Esto que vivimos es un pasado que ocultaremos en un futuro mejor. Como la historia de la ciudad. Mar del plata parece fundada a principios del siglo veinte. Antes no había nada, ni saladeros ni pobreza. Parecería que todo empezó con La Rambla y sus edificios, con el veraneo de ricos y aristócratas, con Victoria y Rabindranath, y el pasado quedó vivo solo en el puerto, en las casas de lata que brillan al sol. Lo mismo pasa ahora. Somos el pasado del que renegarán. El renacimiento de la ciudad no será en un frigorífico, será con carne envasada lejos. Donde no ocurren accidentes. Aunque todos sabemos que no fue un accidente. Por eso no hablamos. Ni nadie lo hará. Nos dejan parlotear entre nosotros, sí, pero no lo hacemos: no es agradable hablar de los que mueren. Y menos cuando la muerte es el suicidio. En el suicidio, dicen, se fundó la ciudad. La literaria y notable y la otra, la marginada. Con Alfonsina vino la muerte y la maldición, la que no cuentan los portales de internet ni los abuelos. La maldición que obligó a nuestro compañero a dejar que la sierra sin fin le cortara el brazo, primero, y después el cuello. Verlo tirado nos impresionó. Sobre todo porque pensamos lo mismo. Todos fuimos tentados por la sierra. Y, como se conoce desde el origen de los tiempos, la muerte sabe insistir. La muerte sabe hacer llorar a las personas. La muerte se llevó al más débil de nosotros. Esa es nuestra historia. Los cimientos de la ciudad, del frigorífico, de mi casa: todos son débiles. Esta ciudad pobre tuvo que tener su segunda fundación para apuntalar los muros que se caían, y Alfonsina Storni se la dio. Las siguientes fundaciones fueron y serán anónimas. Ocurren todos los días. El miedo no es tan intenso porque no hay masividad. Los miles de turistas no se multiplican en igual números de suicidios. Pero lo harán. Lo sentimos en el frigorífico. Lo conté en la facultad y se rieron. Incluso esto les parece mal redactado. Muchos puntos seguidos y la introducción de un dato importante al final del cuento. No me importa, trabajo para vivir, estudio para entender. La fuerza que puedo dominar es la vida; la fuerza que no, la muerte. Lo sentimos los obreros, los intelectuales no. Hoy, alguno de mis compañeros de la facultad se suicidará en la ciudad. Y algunos otros que no tenga nada que ver conmigo. Cuándo será mi turno, no lo sé. Sólo sé que estamos refundando la historia de Mar del Plata.

Sebastián Chilano

Sebastián Chilano
Sebastián Chilano
Nació en 1976. Vive en Mar del Plata. Es escritor y médico clínico. Su última novela, Los preparados, fue publicada en diciembre del 2020 por Editorial Obloshka.

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