1.
Noche de hotel
El champán del minibar cuesta carísimo. Por eso mismo él tomó la resolución de hacer una breve escapada al supermercado que queda frente al hotel donde acaba de registrarse. Llueve y, volviendo al hotel, disimula la botella debajo del impermeable. Habitación 201. Sale del ascensor y avanza hacia la izquierda. El orden es decreciente: 206, 205, 204… Al principio no le asombra que entre la 202 y la 200 no haya ninguna puerta ni ningún indicio. Sin embargo, sabe bien que existe la habitación 201. Allí dejó sus pertenencias. Así que vuelve a recorrer el pasillo tres, cuatro veces… Misterio. Es como si la 201 se hubiese evaporado. Desde luego, lo normal sería bajar, presentarse en recepción y armar una especie de escándalo. Sin embargo, se toma todo con extraña filosofía. Por suerte tiene el dinero, el pasaporte y el pasaje de regreso en un bolsillo de su impermeable gris claro. Es algo que ha aprendido con el tiempo: siempre lleva encima estas cosas valiosas. Mientras tanto, en la habitación. dejó prendas de vestir, libros, un perfume y el cepillo de dientes. Cosas que pueden reemplazarse, reflexiona con frialdad, hasta que la botella fría bajo el abrigo (la punta de la botella que, como un dedo insolente, llama a la realidad) le recuerda que su mujer lo espera en la cama y es su noche de bodas. Su mujer, sí. En la inmensa cama king size de una habitación que ya no existe más.
2.
La ilusión
Llevaba treinta años sin jugar y más de veinte recluido, escondido del público. Desde que había abandonado el fútbol profesional no había tocado una pelota, ni siquiera una de plástico por simple entretenimiento. Hartazgo, fobia, aversión, comentaban sus amigos y familiares. Hasta que el club donde aún se lo idolatraba quiso rendirle un homenaje. Convocaron a los más grandes jugadores que habían pasado por Banfield, desde Javier Zanetti hasta Ángel Comizzo. Fue inútil que él explicase que no soportaba la idea de patear una pelota. Lo llevaron el estadio, lo metieron en el vestuario y lo vistieron como si fuese muy niño o muy anciano y necesitara ayuda. La camiseta a rayas, verde y blanca, le quedaba a la perfección. No había engordado ni un kilo desde el retiro, el pelo estaba algo blanco, puede ser, pero la estampa era la misma, la forma tan particular de caminar era la misma y aquello parecía desmentir con tal fuerza los treinta años pasados que el público tuvo reparos en creer que se trataba realmente de él. Es un doble, empezó a correr el rumor. Alguien que lo imita bien. Y la gente, dándole en forma paulatina la espalda a los veintidós jugadores, se puso a buscarlo en el palco de la tribuna central. Seguro que estaba ahí, disfrutando como ellos del ingenioso imitador. Unos dijeron que ocupaba un asiento en la fila tres, al lado del presidente. Otros que estaba en la seis, entre algunas viejas glorias como La Volpe, Sanfilippo o Pitarch. A nadie le sorprendió que el doble no tocara nunca la pelota y que en uno o dos momentos la esquivara de manera casi insólita. Mejor así o hubiese roto la ilusión.