Era yo el narrador de la novela, pero no su autor. Esto es normal, me consolaban los restantes personajes. Un día quise asomarme y verle la cara al autor. Ver cómo era. A lo mejor, por qué no, podría hablar un rato con él. Había un par de hechos que (desde mi perspectiva, al menos) no me parecían muy claros. No lo hagas, no lo hagas, me aconsejaban los otros personajes. La tentación pudo más. Me asomé y alcancé a verle las manos. Unas manos de mujer, con uñas pintadas de rojo, les informé a los otros personajes mientras seguía narrando (por suerte, había pasajes de descripciones muy largas en que aprovechábamos para charlar). La visión subrepticia de las manos exacerbó mi intrepidez. Volví a asomarme en medio del capítulo XVI, aprovechando una elipsis. Llegué a vislumbrar algo más, pero todo reducido a una especie de tumulto: el movimiento de un brazo, palabras y garabatos y tachaduras a lo ancho de un cuaderno, una lámpara capaz de derretir al más enorme muñeco de nieve… Solo eso. Ni el menor atisbo del rostro. La novela seguía avanzando y no quedaban más que ochenta páginas. Me armé de coraje, otra vez. Tenía que ver al autor. Quiero decir, a la autora. Verle la cara. Los restantes personajes intentaron disuadirme. Ahora pienso que acaso presentían algo. El gran traspié, la infortunada caída fuera del libro, todo eso lo recuerdo vivamente, pero a la vez como una especie de sueño, como acaso recuerdan ciertos lectores las páginas de la novela en la que yo era el narrador. Desde luego, quise regresar al libro, fue mi lógica reacción, propia de un soldado ansioso por reintegrarse a las filas en combate; sin embargo, la novela (o sea, la realidad física del papel) se oponía a cualquier empeño. La autora, he de admitir, no resolvió mal el libro: una tercera persona narra mi muerte y hace correr, con falso aire innovador, un telón bastante eficaz. En cuanto a mí, claro que sufro el destierro y añoro los tiempos de oro en que, sin ser dios, era el verbo. De vez en cuando, aunque no es más que un consuelo, me hacen un hueco en un libro y puedo ejercer fugazmente, como aquí, mis talentos para narrar.
(Tomado de “Círculo de lectores”, editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2020)