No Amore, no. No fue necesario que lo digas. Sobraron señales. La casa estaba llena de vacíos, de incomodidades camufladas en horarios impostergables, ya ni recordábamos los olvidos, faltaban los encuentros, las copas quedaban vacías, las velas no iluminaban las noches de entrega mutua que supimos tener y disfrutar, los desérticos silencios con que nos comunicábamos no tenían nada, no tenían nada que decir. Mucho antes de descubrirte, semanas, quizás varios meses previos a que te encierres en el baño luego del silbido irritante y nervioso de tu celular, yo ya sabía que me estabas engañando.
No. Dolor no. Pena. Mucha pena por los chicos. Nada más.
No me costó tomar la decisión. Al contrario. Tampoco siento culpa. Necesitaba probar si mi cuerpo aún se estremecía ante los estímulos que entre vos y yo habían dejado de existir. No fue venganza. No Amore, no. Por favor. No creas que lo hice por despecho hacia vos. Lo hice sólo por mí. Me urgía saberme linda en otra mirada, necesitaba sentirme deseada. Y poder así estar segura de mí para enfrentar el juicio que, es probable, se avecine. Tengo pruebas y testigos suficientes que evidencian que fuiste el primero. Estábamos mal, es cierto. El otro se abandona sin querer ante la certeza del Para toda la vida. Porque los chicos, los horarios, la rutina, las cuentas, los bancos, el ruido, los olores, y la urbe eran algunas de las infinitas excusas con que fuimos dejando de oír nuestra música.
Te avisé. Te busqué y me rechazaste. Sí. Claro. Hubo noches en las que te había ignorado, pero no parecías desearme. Tantas veces fueron las que fuiste indiferente a mi cuerpo que tuve poner un límite. ¿Cuándo fue Amore, que nos perdimos?
Quiero que sepas, ante todo, y por eso te escribo esta carta, que te perdoné. Que entendí que no es grave y que creo que deberíamos intentarlo. Depende de si soportas que te haya engañado, algunas veces, con tu primo.
A mi mejor amiga la perdí, hace casi un año, en la habitación en que se encontraron tanta
s veces. Ahora que te cuento que sé todo vas a dejar de verla en casa, ya no más complicidades. No más salidas de pareja, no más caricias por debajo de la mesa. Qué dolor. No van a seguir las cenas y los brindis con ellos cada viernes. No. Por favor Amore, no. No creas que es venganza.
De tu orgullo, nada más, depende el futuro de nuestra relación. Si vamos a divorciarnos, Ariel, el marido de Lucía, quien mutó de mi amiga a tu amante, tiene el escrito inicial del que puede ser nuestro expediente.
Quedo a la espera, una vez más, pero esta vez sin demasiadas expectativas, de tu reacción a mis propuestas.
Pero no Amore, no. No fue venganza.
Luciana Balanesi