Roselli intentó por segunda vez resolver la estúpida cuenta de dividir y no pudo.
Ese día había cobrado el sueldo. Pensó en su mujer y en sus hijos. Pensó entonces, que él no había cobrado, que ellos lo habían cobrado por medio de él. Ellos eran los dueños de su sueldo. Lo había pensado antes.
Intentó por tercera vez y no pudo.
Pensó que estaba agotado. Sin embargo se sentía físicamente bien. Por contraposición pensó (Roselli lamentablemente pensaba demasiado) en sus vacaciones del verano pasado. Estuvo una semana solo en Mar del Plata. Por una semana fue feliz. Recordó el bullicio de la gente en las calles, el sol, el mar… Sobre todo el mar.
Dejó su escritorio y se acercó a la ventana. Miró el cielo plomizo, la intermitente llovizna, la maraña de automóviles y de gente que se apretujaba abajo. Como si todo eso lo viera por primera vez, como si por primera vez observara la triste imagen que tiene Buenos Aires desde arriba.
Pensó: ¿Qué sería de Mar del Plata en invierno? Tomó un café, intentó nuevamente resolver la cuenta y no pudo.
Volvió a pensar en su familia, el sueldo, la cuenta, la intermitente llovizna, y el cielo plomizo, y otra vez… El sueldo, la familia, la cuenta, la intermitente llovizna…
Comprendió que estaba harto. Harto de su familia, harto del sueldo, harto de la intermitente llovizna, harto del cielo plomizo, harto ya de la cuenta.
¿Qué sería de Mar del Plata en invierno? Escuchó decir que se sumergía en una poética quietud. Se puso el sobretodo, enroscó su bufanda al cuello, y partió silenciosamente de la oficina.
Fue a Constitución y sacó un pasaje en el primer ómnibus que saliera para Mar del Plata.
El ómnibus se detuvo en Chascomús. Leyó a través de la ventanilla un cartel que decía «Venta y canje de libros y revistas».
Descendió y entró al negocio atendido por su dueño, un anciano con un toscano apagado a un costado de la boca.
En una polvorienta estantería se esparcían unos pocos libros de segunda mano.
Eligió uno al azar y lo compró. Volverás en invierno. Una edición de bolsillo española del escritor británico Robert L. Balfour. Leería hasta llegar a destino. De ese modo trataría de no pensar. Se acomodó nuevamente en su asiento y comenzó a leer.
El primer capítulo trataba sobre por qué Roger Flynn, un correcto oficinista londinense, decidió huir de improviso en pleno invierno, el día en que cobró el sueldo, a Brighton. Donde él había pasado, solo, una semana de vacaciones de verano.
Roger Flynn no quería pensar durante el viaje. Encontró la solución cuando el ómnibus que lo llevaba a Brighton se detuvo en Croydon. A través de la ventanilla leyó un cartel que decía: «Books and magazines – sale and exchange».
Entró al negocio, eligió de una polvorienta estantería un libro al azar y lo compró.
Leería hasta llegar a destino. De ese modo trataría de no pensar.
El libro de Roger Flynn se titulaba You’ll return in winter, de un escritor argentino, Jorge L. Borges, una edición de bolsillo norteamericana.
A Roselli le divirtió encontrarse en la misma situación que el protagonista y el que le hubiera acontecido lo mismo que a él.
Como de costumbre, los focos individuales de los asientos no funcionaban y se quedó sin luz para seguir leyendo el capítulo siguiente. Cerró el libro y durmió el resto del viaje.
En Mar del Plata se alojó en el hotel donde había parado durante el verano, en una habitación con vista al mar.
Al acostarse retomó el libro, comenzó a leer el segundo capítulo.
Roger Flynn llegó a Brighton, se alojó en el hotel donde había estado durante el verano.
A la mañana siguiente salió a caminar por la playa y pensó por qué había vuelto a Brighton, sobre los motivos que tuvo para escapar, sobre lo que esperaba al regresar…
Mas no contó de qué se trataba el libro que había comprado en Croydon.
Roselli leyó hasta quedarse dormido.
A la mañana siguiente se levantó temprano y salió a caminar por la playa. Confirmó con sus propios ojos lo de la poética quietud invernal de Mar del Plata.
La playa estaba desierta. Se sentó a mirar el mar… Y en eso estaba cuando pasó por su mente el cielo plomizo, el sueldo, la intermitente llovizna, la familia y la cuenta.
Pensó y siguió pensando en ello.
Una gaviota, que le pasó cerca, lo distrajo e interrumpió sus cavilaciones.
Ya era mediodía.
Entonces tuvo la impresión de que todo lo que había estado pensando ya lo había pensado antes, como si alguien se lo hubiese contado, anteriormente, como una película vista por segunda vez, como si ya lo hubiese leído…
Corrió al hotel, entró en su habitación y tomó el libro. Tenía doblada la punta de una de las últimas páginas. Lo había leído casi todo, mas era muy poco lo que recordaba, dado a que a partir del segundo capítulo en adelante había dejado de tener acción para pasar al registro de los pensamientos de Roger Flynn. Lo que más que una novela semejaba a un tratado de filosofía. A Roselli le resultó muy aburrido. Sin embargo, como un autómata, lo había leído.
Lo volvió a leer, comprobó con más espanto que diversión la analogía que existía entre Roger Flynn y él.
Todo lo que había pensado Roger Flynn era el calco exacto de lo que él pensó esa mañana.
Terminó de leer lo que faltaba.
En las últimas páginas del capítulo final Roger Flynn comenzó a enumerar las múltiples obligaciones que tenía hacia la sociedad, contraídas con su trabajo y su familia.
El final quedaba indefinido. Lo que hacía prever que Roger Flynn, resignado, regresaba a Londres, con su familia, con su sueldo, a su cuenta, con su intermitente llovizna, con su cielo plomizo.
Roselli cerró el libro. Afuera había oscurecido. Trató de concebir otros finales pero resultaban ilógicos.
Roger Flynn enumeró sus obligaciones y ahí se quedó, punto final que culmina con el final de la página final.
No cabía otro final que no fuera ese, el regreso. Se recostó, trató de dejar la mente en blanco. Después de un tiempo se encontró enumerando sus obligaciones…
Entonces se dijo a sí mismo que él rompería con ese apocalipsis personal edición de bolsillo, que él no regresaría jamás.
Por eso Roselli salió del hotel, caminó hasta la playa Saint-James. Trepó por el derruido espigón y se zambulló de cabeza al mar. Nunca encontraron su cuerpo…
En Chascomús, un anciano con un toscano apagado a un costado de la boca, decidió limpiar y poner en orden su negocio de «Venta y canje de libros y revistas».
Mientras repasaba uno de los estantes encontró una página impresa hasta la mitad. Allí estaba la palabra FIN en letras mayúsculas, dedujo, entonces, que esa última página se había desprendido de algún libro.
Se puso los anteojos y leyó:
«Por eso Roger Flynn salió del hotel, caminó hasta la playa Saint-James. Trepó por el derruído espigón y se zambulló de cabeza al mar. Nunca encontraron su cuerpo».
FIN
Hizo un bollo con la página y la tiró a la basura.
En Croydon, el dueño de un negocio de «Books and magazines- sale and exchange», decidió limpiarlo y ponerlo en orden.
Mientras repasaba uno de los estantes encontró la última página desprendida de algún libro, impresa hasta la mitad y leyó:
So Roselli left the hotel and walked to Saint-James beach he climbed to the old pier and dived into the sea. His body was never found».
THE END
Hizo un bollo con la página y la tiró a la basura.
Bacará (1983)
Juan Carlos “Cachi” García Reig