¡Carajo!
El grito, la frenada brusca, el portazo. El chofer desciende del camión.
El paragolpe delantero roza el cuerpito y los ojos atónitos reciben la increpación. “¿Dónde está tu mamá?”
El hombre mira a su alrededor y repite al aire “¿Dónde está la madre?”
“¡En el hospital!” Es la voz potente de una chiquilina de doce años, quien cruza la calle antes de hincarse y abrazar a su primita. La nena se aferra al cuello y Marta se traba con el chofer
—¿Y tu madre dónde está?
—¿Y a vos que te importa?
—Casi la mato, cruzó sin mirar, quiero hablar con tu madre,
—Está trabajando.
Marta da media vuelta, desanda su camino con Josefina prendida a su cuerpo.
El hombre las observa alejarse, no sabe qué hacer. Bocinazos estridentes lo impulsan a volver a la cabina del vehículo y continuar su camino.
En la vereda, Marta deposita a la nena, la toma de una manito y entran al zaguán de una casa, ahí la esperan otros chicos. Por unos minutos, el episodio es centro de atención de la pandilla, hasta que uno de ellos, enciende un cigarrillo, da una pitada y lo pasa a otra chica. Comienza la ronda que los convoca.
En el rostro de Josefina, las lágrimas se mezclan con los mocos y le mojan las mejillas. Marta arroja el pucho y le seca el rostro con el borde de su pollera. Luego, sus dedos largos entrelazan a los otros de cuatro años. Las dos cruzan corriendo la calle para entrar al inquilinato.
La prima calienta la sopa. Comen, ríen y sellan lealtad con la sonrisa cómplice de Josefina al pedido de Marta “No le cuentes a mi mamá que fumé”.
Por la tarde, al regresar del trabajo, la tía lleva a su sobrina a una gran tienda para ver a Papá Noel y pedirle un regalo. La nena dibuja en un papel un círculo, en su interior dos más pequeños y debajo de ellos, una línea representa a su propia sonrisa. Menea su cabecita, lo une por un trazo a una forma ovoidal y agrega dos rayitas superiores y otras dos hacia abajo. Ya está, en esta Nochebuena iría a tener una muñeca.
Después de cenar un plato de fideos sin salsa, salen las tres a la calle. El cielo, de tanto en tanto, se ilumina por algunas cañitas voladoras. Josefina aplaude, ríe, festeja junto a otros vecinos la hora cumbre de la Nochebuena.
En la vivienda del inquilinato no hay árbol de Navidad, tampoco muñeca, ni juguetes.
Antes de ir a la cama, la nena entra al baño, hace pis y llora en silencio. Al salir, la prima le acaricia los cabellos enmarañados. Las dos se acuestan juntas en el mismo lecho que cada noche las cobija.
Marta, se asegura que su compañerita esté dormida. Con sigilo se levanta, busca trapos, lanas, pinturitas y un collar en desuso de la madre. El velador ilumina sus dedos ágiles. La ansiedad por la tarea hace perceptible su respiración. Después se acuesta al lado de la nena, la rodea con sus brazos y se duerme.
Los agujeros de la cortina permiten al sol, entibiar los dos rostros pegados uno al otro. Josefina abre sus ojos. ¡Ahí esta!, entre su prima y ella
Un poco gordita, los pelos oscuros iguales a los suyos, los muñones emergen de las pulseras de cuentas, los ojos grandes abiertos y sin pestañas, la boca roja ríe, el vestidito se engalana con un collar. Marta abre sus ojos y pregunta
—¿Te gusta?
—¡SI!
—¿Cómo se llama?
—Madta