Ezequiel y Lisandro juegan la final del campeonato de penales. Yo quedé eliminado en octavos. Este torneo me aburre, siempre ganan los mismos. Miro la definición desde atrás del arco, chupo uno de esos yuyos que son gruesos y un poco amargos. Mariela aparece por la calle, fuma y acierta los tacos en el empedrado. Se frena y nos saluda. Me parece que lo mira más a Ezequiel.
– Hola chicos, hola, ¿Cómo andan? ¿Quién va ganando?
Es la primera vez que nos dirige la palabra. Ninguno sabe qué decirle, ella tira el pucho y sigue. En el paredoncito de la casa de al lado está sentado el viejito. No sé por qué le decimos “el viejito”. Como si hubiera nacido así, ya grande, con ese sombrero gastado, con las chancletas de cuero cruzado y las uñas largas, siempre con tierra. Le podríamos decir vecino, o Héctor, porque sí sabemos cómo se llama. Héctor, igual que el de enfrente y que el de la esquina. Tenemos tres Héctor en la cuadra. Capaz que por eso le decimos viejito, para poder diferenciarlo de los otros dos. Para que cuando mamá cuente que a alguien le desaparecieron todos los gatos, no tenga que andar aclarando a cuál de los tres Héctor le pasó. ¿Héctor o Héctores? ¿Hectors? De tanto mirarlo, el viejito me termina llamando.
-Sch, sch, che, ey, vení, dale, apurate.
Me pongo la mano en el pecho para preguntar si me llama a mi o a otro de los chicos. El viejito dice que sí con la cabeza y con la punta del bastón señala hacia la calle. Que hincha pelota, ¿qué querrá? Me levanto y voy.
-Acercame ese puchito que está ahí en el medio de la calle ¿lo ves?
El humo blanco parece el de un volcán chiquito a punto de explotar, rajen mientras puedan hormigas, rajen. ¿De dónde lo agarro? es cortito, está casi terminado, me voy a quemar.
-Dale, che, dale que se consume.
Lo agarro del filtro, tiene el beso de un pintalabios rojo. El viejito se lo lleva rápido a la boca, aspira, cierra los ojos mientras los pulmones de inflan. ¿Tan pobres serán? En ese momento, Dorita sale rengueando por el costado de la casa. Dice que se va a la misa de once y después a buscar la virgencita a la santería. ¿Qué será la santería? El viejito esconde el cigarro adentro de la boca. Lo muerde, lo envuelve con la lengua y se lo manda. Un sapo con la mosca. ¿No se quema los cachetes, el paladar? Vaya, vaya, le hace gestito a su mujer con la mano, sin decir nada porque si abre la boca salta el pucho.
– Bueno, yo me vuelvo a jugar a la pelota.
-Pará, pará- Me agarra del brazo.
Las venas de las manos son lombrices azules, violetas, la sangre no se mueve.
– ¿Ves los pibes esos que juntan higos en el terreno de enfrente?
– Sí, los veo.
– ¿Ves el que está colgado de la rama más alta?
-Sí, sí, pero mis amigos me están esperando- digo y señalo a Ezequiel que festeja el campeonato.
-Ya vas, pará un poco, che. Escuchame una cosita, vos nunca te vayas a subir a una higuera ¿sabes? Esos pibitos piensan que se hacen el día por afanarse un par de higos, pero no saben que si se caen de esa planta, las lastimaduras no se curan nunca más ¿sabías? nuuunca más.
– ¿Si se quiebran?
-Eso sería lo de menos. Paralíticos para toda la vida, derrame cerebral, hemorragias internas.
¿Hemorragias internas? ¿Qué son hemorragias internas? Me toco el costado, meto dos dedos por abajo de las costillas, ahí donde me dolía al correr. ¿Cuándo te das cuenta que tenías una hemorragia interna? El viejito da una última pitada, se quema los labios, escupe el filtro al pasto. Vaya, vaya me hace el gestito con la mano y se mete adentro.
*
La puta que lo parió al viejo de mierda. Otra vez me va a relojear el culo cuando pase. Mañana me tengo que acordar de salir para el otro lado. Viejo pajero. ¿Qué hará? Siempre en la vereda, siempre al pedo. Estudia quién va, estudia quién viene. ¿Qué controlás la cuadra? ¿sos cana? Seguro debe hacer todo la pobre Dorita mientras éste se rasca bien las bolas. No lo voy a mirar, voy a hacer que saludo a los pendejitos que juegan a la pelota. Buenos días serán para vos, viejo verde.
– Hola chicos, hola, ¿cómo andan? ¿Quién va ganando?
Pongo sonrisa y hasta levanto la mano. Los pendejos quedan confundidos, se miran entre ellos para ver a quien estoy saludando. Este viejo me pone nerviosa, pero me está saliendo bien, ya termino de pasar. Le doy una última pitada al cigarro y lo tiro, no me freno a pisarlo. Ya estoy casi en la esquina. Nunca estarás cerca de un cuerpo como éste.
–Sch, sch, che, ey, vení, dale, apurate.
¿Me chista a mí? ¿Me llama a mí? No me animo a mirar. Lo escucho que vuelve a llamar. Paso cerca del ligustro y me escondo atrás, lo espío entre las ramas. Uno de los chicos se acerca al viejo. ¿Es el Fede? Le voy a decir a Alicia que lo advierta, que le diga a su hijo que tenga cuidado. Que viejo hijo de puta, no te digo, ahí lo manda al nene a buscar mi cigarro. ¡Qué pajero! ¡Qué pajero por Dios! Seguro se lo guarda para después. Me quiero morir. Lo voy a denunciar. Ahí sale Dorita. Pobre vieja, seguro ni se entera de lo que hace este hijo de puta. Ella meta rezar, meta rezar y el sorete de su marido en cualquiera. Pobre Fede, se nota que se quiere ir y él no lo suelta. Lo único que falta que también sea pedófilo. No me sorprendería. Mira cómo lo agarra del brazo, que hijo de puta. Si lo llega a meter adentro le prendo fuego la casa. ¿Qué le señala? ¿Qué le dirá? Seguro lo está enroscando con algo, no le creas Fede, no le creas. Bien, bien, ahí logró zafarse, los pibitos son fuertes, bien Fede, rajá mientras puedas, rajá. Yo también me voy. No sea cosa que me termine descubriendo. Viejo sorete. Y verde. Y pajero. Y pedófilo. Prendo otro cigarro y arranco.
-Qué pan dulce, rubia, movelo, dale, movelo así.
Me quedo dura, me incendio. Me doy vuelta y busco al viejo, pero ya no está. Ni el viejo, ni el Fede.
-Dale, bombón, dale que me vuelvo loco.
Ahí están, los veo arriba de la higuera.
-Hijo de puta, por qué no te vas bien a la concha de tu madre- Le grito y se ríe.
-Dale, yo voy, pero vos vení, ayúdame a bajar- dice mientras se mete la mano entre las piernas.
El que está con él come un higo colgado de otra rama, se ríe a carcajadas.
– ¿Querés bajar? ¿Vos querés que te ayude a bajar?
Agarro medio ladrillo y lo revoleo con una fuerza y puntería que no sabía que tenía. Le pego en el medio de la frente. Escucho que algo se parte.
Sebastián D’ Ippólito.