La lectura es, a mi humilde entender, un acto de extrema y preciosa intimidad. No hay un ritual único para llevarla a cabo. Cada quien tiene el propio que, también, va variando con el tiempo. No existe el preliminar ideal; son infinitos los modos en que se llega al clímax. No es posible referenciar un modus operandi común, ni se ha hallado entidad acreditada que recomiende posturas, lugares, fuente o tipo de iluminación ideal. Es posible hacerlo al aire libre o en ámbitos cerrados, en lugares de intimidad y privacidad absoluta e inquebrantable o en espacios públicos; podemos estar acostados, sentados, de pie, vestidos o completamente desnudos. No hay un horario perfecto. Cada quien tiene el propio, y lo ajusta en función de otros tiempos asimismo urgentes, necesarios y vitales. No sirve cuando se está desconcentrado, no funciona de manera mecánica tres veces por semana, sin ganas ni deseo verdadero. No. No importa tampoco el género de los participantes. Puede ser además, no es tan raro como se sospecha, de autocomplacencia, se requiere para esto siempre de un dispositivo ajeno al cuerpo. No hay estadísticas que sustenten la cantidad de implicados con que se realiza la mayoría de las veces, pueden ser, como ya hemos visto uno consigo mismo, entre dos, entre tres, y de ahí en más corre por cuenta de quienes estén dispuestos a participar. No es requisito excluyente el silencio exterior para que se suscite; algunos la practican con frecuencia de manera oral, otros se contentan tanto con la práctica mental como con la táctil. El aprendizaje es un recorrido particular de cada sujeto; el tiempo de dicho proceso es tan variable como individual, una vez aprendido no es posible, no, evitar la continuidad e ir mejorando con la práctica. Puede generar adicción; en los tiempos que corren la red de redes permite el acceso deliberado. Se están incluso modificando los soportes; hoy se puede ejercitar de manera absolutamente virtual y hasta se puede realizar escuchando. Cada partícipe acumula, asimila, procesa, registra, conecta las experiencias previas y se enriquece en cada ocasión; cuando el interlocutor resultó de suma complacencia se insiste en generar nuevos y excitantes, deseados encuentros; por el contrario a veces se produce rechazo desde el primer contacto, es sabio tener presente en estas ocasiones cierto consejo de un Maestro que recomendaba a sus estudiantes abandonar si no les gustaba. Quienes no conocen esta sabia exhortación y cumplen con el ritual de manera autómata, desinteresada, optan luego por olvidar entregando al tiempo el olvido. Puede hacerse con semejantes de diferentes culturas e idiomas. Tiene igualmente innumerables beneficios orgánicos y terapéuticos. Contribuye, además, a desarrollar la empatía. Está científicamente comprobado que la práctica habitual ayuda a entender mejor a las personas. Es común el intercambio, con pares, de experiencias, son habituales en estos casos las recomendaciones. Frecuencia y deseo son directamente proporcionales. Quien suscribe la recomienda fervorosamente como hábito y adhiere a la postura de un erudito escritor argentino cuando afirmaba que la lectura es, junto a otras actividades, una de las formas de la felicidad. Hay mucho escrito al respecto, se invita aquí a seguir ejercitando.
Cámbiese el concepto lectura, encuéntrese el indicado para reemplazarlo. Léase el texto en su nueva versión, adáptense los artículos, practíqueselo, sea feliz.
Luciana Balanesi