Era él, Mr Willington, estaba segura de eso. Lo reconocí apenas entré a la sala de espera. Tenía ese mismo sombrero negro con la cinta verde oscuro, que usaba al salir del colegio, y los bigotes blancos; estaba igual sólo que un poco más viejo. Ahora usaba un bastón, lo tenía apoyado en su pierna derecha. Estaba igual, muy elegante y con su mentón en alto, como siempre lo había llevado durante los años de escuela de Francisco. Buenas tardes, alumnos, decía de pie junto al mástil, con voz dura y firme, como un saludo militar. Los alumnos respondían de igual manera, buenas tardes, Mr Willington. Francisco respondía entre esas voces, siempre en el último lugar de la fila. Su cabeza sobresalía de las demás cabezas del grupo. Por eso lo descubrían riéndose, hablando con algún compañero o le divisaban la corbata torcida. Señor Francisco salga de la fila y vaya a dirección; si mañana no aparece usted con la corbata derecha no podrá entrar al establecimiento. Y ahí estaba Mr Willington con la vejez a cuestas pero con su mentón en alto, sentado cerca de mí, en la clínica, esperando su turno. Los alumnos temerosos de Mr Willington, se quedaban quietos al verlo y no podían sacarle la mirada de encima. Yo también le temía, aunque no iba a ese colegio: mamá me llevaba todas las tardes a buscar a mi hermano Francisco. A cada llamada de atención de Mr Willington a Francisco, en casa se armaba un escándalo y él no lloraba, solo miraba serio a mis padres y luego se encerraba en su cuarto. Yo le temía a Mr Willington, con esa panza gorda detrás de su impecable traje negro. Agradecía a mi ángel de la guarda que mis padres no me enviaban a ese colegio, iba al de hermanas por la mañana. Mis padres lo habían decidido así, para que cada uno tuviera su propio grupo de amigos. Aunque quería estar con el suyo, me gustaba Horacio, era casi de la misma altura que Francisco y siempre lo invitaba a jugar a casa.
Ya habían pasado muchos años, no creía que Mr Willington me fuera a reconocer, además estaba muy viejo y los viejos se olvidan las cosas. Tuve ganas de correr al primer piso y avisarle a papá que Mr Willington se iba a atender en la clínica. Pero me quedé observando al director del colegio donde Francisco había estudiado. Me senté más cerca de él, para asegurarme de que era Mr Willington. Era él. Su mano temblorosa estaba apoyada en el extremo del bastón. Parecía concentrado en su interior. Pensé varias veces en contarle lo de Francisco, pero no, no me animé. Cómo se lo decía, además no sabía el motivo de su espera en esa sala, a lo mejor estaba enfermo de algo grave y yo le vendría a contar, justo en ese momento, lo de Francisco. Además, que hubiera hecho Francisco si lo hubiera encontrado a Mr Willington después de tantos años, seguramente él lo hubiera saludado tímidamente pero con cordialidad, porque Francisco actuaba de esa manera; muy atento y bien educado. Aunque con Mr Willington no sé cómo hubiese actuado. Seguro que a él no le guardaba cariño, con todos los retos que recibió. A papá estoy segura de que se le hubieran llenado los ojos de lágrimas y seguramente hubiera esperado un abrazo de Mr Willington. Me acerqué a Mr Willington y apenas murmuré buenas tardes, mis palabras sonaron igual a como sonaban en la escuela. Él giró su cabeza y me miró serio, disculpe, dijo y yo repetí, buenas tardes, Mr Willington. Él se sacó el sombrero muy lentamente sin dejar de mirarme. Supuse que estaría pensando quién era yo, entonces agregué mi hermano estudió en el Trinity College, Francisco, Francisco Miller. Entonces Mr Willingotn cambió su expresión de desconcierto, dio un suspiro de alivio y sonriendo cerró por un momento los ojos, como si hubiera querido volver a aquellos días. Sí, sí, murmuraba, Francisco Miller, lo recuerdo, el último de la fila, con porte elegante, se destacaba, su altura, su timidez. Un niño muy tímido, siempre lo llamaba a la dirección, me gustaba hablar con él, a él también le gustaba contarme cosas. Lo recuerdo, yo le llamaba la atención, pero yo sabía que el que perturbaba ahí era su amiguito no recuerdo su nombre, casi tan alto como él. Horacio, murmuré. Puede ser no lo recuerdo, dijo él, apoyó sus manos en el bastón y me miró pacíficamente. Francisco jamás lo culpó cuando le preguntaba qué ocurría en la fila, nunca dijo su nombre. Él se quedaba callado, como asustado, mirándome, pero jamás hizo llamar a su amigo, a Horacio. Nos quedábamos en la dirección hablando de cosas, perdía minutos de clase, pero Francisco era muy inteligente, con mucho futuro. Entonces hablaba de tu papá, lo admiraba y además, dijo acercándose a mí como para decirme un secreto en voz baja, me contaba noticias que leía en el diario, estaba siempre informado. Mr Willington comenzó a reír, feliz de recordar eso. Fijate que desde tan pequeñito ya leía el diario y me lo comentaba. Le preguntaba haciéndome el que nada sabía de las noticias y él opinaba sobre lo que había leído. La geografía le interesaba, aunque decía que quería estudiar medicina. Cómo papá, lo interrumpí, él trabaja aquí. Ah…sí, sí, dijo Mr Willington, y se tocó la frente como recordando más. Sí, recuerdo al doctor Miller, él iba preocupado a hablar a la escuela. Pero yo le aseguraba que Francisco no traería problemas, ah…un niño muy inteligente, agregó con la mirada perdida. Lo elegían para leer en los actos escolares. Ni me quiero imaginar en que andará ahora, dijo mirándome fijo a los ojos, autorizándome a que yo le contara de mi hermano Francisco. Me quedé mirándolo a sus ojos negros y su tez blanca con pecas marrones de viejo. Él sonreía esperando mi respuesta y recordé a mi hermano subiéndose en la combi, con su uniforme verde saludándonos por la ventanilla feliz de ir al Trinity y reencontrarse con sus amigos. Willington, llamó un doctor desde un consultorio. Recordé el llamado que hizo Francisco, avisándonos que comenzaría a trabajar en el hotel cinco estrellas de Capital. Mr Willington con esfuerzo y con la ayuda del bastón pudo ponerse de pie. De pie frente a mí dijo disculpe señorita es un ratito y ya vuelvo. Recordé el viaje que hicimos con mamá y papá para visitar a Francisco. Fue ahí donde Horacio me contó de los planes con él y con otro amigo: estaban ahorrando dinero para comprar su propio hotel en otro país. Mr Willington caminó lento con su mentón en alto hacia el consultorio. Y tuve ganas de correr a llamar a mamá y decirle que Mr Willington estuvo allí junto a mí hablándome de Francisco, y de llamar a papá para contarle que Mr Willington recordaba a Francisco y que en algún momento pensó estudiar medicina. Vi a Mr Willington entrar al consultorio, vi la puerta cerrarse despacio. Y me quedé mirando la puerta cerrada y pensé qué mal le aquejaría a Mr Willington, si sería grave su enfermedad. Recordé el enérgico saludo que hacía frente al mástil con la bandera flameando y escuché el saludo de los chicos. Recordé su último viaje, el que hizo Francisco cuando quiso festejar su cumpleaños aquí con sus amigos y lo vi saludándonos y tocándonos bocina en su auto lleno de amigos. Vi a ese auto una y otra vez, como tantas veces, alejarse con manos que nos saludaban por las ventanillas. Volverían temprano, Francisco y Horacio; debían viajar a primera hora a Capital para estar puntual en el trabajo. Entonces Willington volvió y de pie frente a mí me preguntó sonriente ¿Qué hace tu hermano ahora? Me quedé mirándolo en silencio, y él volvió a preguntarme ¿sí, sí tu hermano que anda haciendo ahora? Recordé a mis padres llorando en su departamento de Capital. En Capital, Horacio está en el Hotel. Ah… sí, sí, Horacio, el amigo ¿él esta con tu hermano?, preguntó. Trabajan juntos en el Hotel Florida en Capital, son contadores y tienen planes de administrar su propio Hotel. Ah, dijo Mr Willington, lo supuse, fue un placer haberte encontrado, envíales un gran saludo a tus padres y por supuesto a mi predilecto Francisco Miller y, bueno, a su amigo también, agregó despreocupado agitando su bastón en una mano y con la otra se acomodó el sombrero negro. Buenas tardes, señorita Miller. Lo vi alejarse con su cabeza en alto, caminaba lento ayudado por su bastón. Buenas tardes Mr Willington. Miller llamaron desde un consultorio. Vi a Mr Willington abandonar la clínica, entonces me dirigí al consultorio.