Tuve que tocar el timbre. Le había dejado las llaves a mamá. Esperé un rato hasta que bajaron a abrir. Gustavo tocó bocina, no sé qué me decía desde el auto. Había abierto la puerta del acompañante y asomaba su cabeza para hablarme. Sus ojos me miraban, como antes. No escuché sus palabras, porque solo observaba su cara. Él sonreía mientras hablaba, pero sus ojos brillaban como si estuviera a punto de llorar. ¿Qué?, le grité tardíamente, y él no volvió a repetir, sólo abrió más la puerta y yo me aproximé. ¿Qué?, repetí acercándome aún más. Su rostro sonreía, y sus ojos me miraban brillosos. ¿No encontrás las llaves?, me dijo con voz suave. Tengo un solo juego y se lo dejé a mamá; ella está con Luciano. Él continuó mirándome. Luciano apareció en pijama en el hall del edificio. Gustavo tocó la bocina y lo saludó agitando su mano. Cerré la puerta del auto cuando lo puso en marcha. Corrí hacia la entrada del departamento y con Luciano saludamos a Gustavo.
Saliste con papi. ¿A dónde fueron, los dos juntos?, me preguntó mientras se abrazaba a mi cintura y subíamos las escaleras. Te compramos esto, le dije, y le di un chocolate de esos que traen sorpresitas. Qué genial, gritó y lo desenvolvió ansioso por ver el muñequito. ¡Es Gordon! ¡Gordon, es el de la nave que me tocó ayer! Papi me regaló uno ayer y tenía la nave. Genial, genial, repitió y subió corriendo las escaleras. Yo ascendía lento; al llegar al piso de casa vi desde el pasillo el comedor iluminado. De lejos los sillones de caña se veían elegantes, los había cubierto con un mantel blanco que no usaba y los almohadones bordó combinaban con las cortinas que había comprado en una oferta hacía poco tiempo…, todo estaba ordenado, parecía una casa lujosa. Vi la mochila de Luciano junto al sillón, estaba cerrada. Al llegar a la puerta, mamá apareció en el comedor. ¿Hola, como te fue?, preguntó y se sentó en el sofá. Me quedé parada junto a la mesa. Bien, respondí mientras colgaba mi cartera en una silla. Mamá quebró el silencio. Luciano ya comió e hizo los deberes. Qué bueno porque es muy tarde, murmuré. ¡Ah, sí, sí!, dijo mamá, ya me voy, ¿no necesitas nada más? Si tenés alguna duda, o surge cualquier cosa llamame. ¿Te fue bien entonces? Sí, sí, le dije y me dirigí a la cocina. Te dejé el pescado en la bandeja, está tibio, ya lo podés comer. No quise preparar el arroz que me dijiste. Revisé la heladera y no había nada, por eso compré pescado en la rotisería de enfrente. Es muy amable la señora. Me dio un poco de pan, se lo pedí, imaginate que no iba a ir con Luciano a buscar una panadería. Es muy rico el pescado. Comé, comé tranquila, yo me quedo un rato más con Luciano en su cuarto. Ya me mostró el chocolate que le compraron, Gustavo y vos. Dijo que te trajo. ¿Te fue bien entonces? Sí, sí, respondí mientras le quitaba el papel a la bandeja que tenía el pescado. Comé tranquila, ya te lavé los platos de la cena y todo lo que había en la pileta. Mamá se fue al cuarto de Luciano y yo me quedé sentada mirando el pescado. Pocas veces había comprado comida hecha. Son muy amables los dueños de la rotisería. Trabajan mucho. Todos los días, todo el día. Tenían un auto muy viejo cuando recién abrieron el local. Les debe traer muchos gastos el auto nuevo. Gustavo me dijo que mañana pasará a explicarme sobre los gastos de nuestro auto. Me traerá las llaves que él usaba y unas direcciones de mecánicos y los papeles del seguro, él ya lo había pasado a mi nombre, me explicó que los gastos no son muchos, salvo cuando algo se le rompe. El día que lo compramos me entregaron un ramo de rosas en la agencia. Fue casi al mismo tiempo que cancelamos el crédito del departamento. También me traería el comprobante del depósito de la parte que me corresponde. Dijo que mañana temprano lo haría. No es mucho, casi nada. Debería vender el auto, pedir un crédito y comprar un departamento chico aunque sea, pero al auto lo necesito por mi trabajo. Estaba estudiando cuando nos casamos. No, no sabía manejar, él quiso que aprendiera y me pagó el curso. Hacía poco que nos conocíamos y apareció en casa con una mesa de dibujo, era gigante. Recuerdo su cara sonriendo por la sorpresa. Cuando nos mudamos acá con Luciano envié la mesa a la casa de mis suegros, en este departamento no entraba. ¿Cómo no probaste el pescado?, preguntó mamá al entrar en la cocina. Luciano ya se durmió. Qué lástima quería estar un ratito con él, dije mientras miraba los platos lavados sobre la mesada. Mira nena, ya es tarde, comé que te va a hacer bien, te ves cansada. La acompañé al comedor. Qué bueno que te fue bien, llamame si necesitás algo, vos sabes… Sí, mami, le dije mientras me dirigía a la puerta y bajé las escaleras primera, sola en la planta baja me quedé junto a la puerta de vidrio mirando la calle. Lloviznaba, eran gotas pequeñas y continuas, casi imperceptibles. Advertí que mamá ya estaba a mi lado. Salimos. Llovizna, le dije, te paro un taxi. No es necesario, gracias, camino hasta la esquina, respondió ella. Mamá se cubrió la cabeza con su pañuelo de seda y avanzó hacia la parada de taxis. La vi subirse a uno, vi el auto arrancar, y me quedé mirando la lluvia, esa lluvia imperceptible que solo se veía por el reflejo de los faroles de la avenida. Estaba oscuro. Mañana vendrá Gustavo con el auto. Subí a casa y me quedé en el comedor. Saqué de mi cartera los papeles que habíamos firmado con Gustavo esa tarde. Quise volver a leerlos pero me distraje mirando la mesita ratona. Los portarretratos estaban corridos de lugar. Sí, a Luciano le gusta ver esas fotos. El casamiento fue al mediodía, un día de mucho sol, en un primer plano sonreímos con mucha luz natural. Las flores de mi ramo se ven nítidas, yo había hecho el ramo, elegí cada una de ellas. Guardé los papeles en un folio. Llevé el folio a mi dormitorio, lo dejé en el cajón de la cómoda, junto con los otros papeles de las audiencias. Entré al dormitorio de Luciano, le saqué los juguetitos que tenía entre los dedos, el muñequito estaba enganchado en la nave, los dejé en su mesa de luz. Recordé a Gustavo obligándolo a tomar los remedios: Debe tomarlos, es un caprichoso, gritaba Gustavo y le apretaba la mandíbula para poder hacerle tragar el jarabe. Creo que podríamos probar de otra forma, susurraba yo desde la puerta de la habitación al ver como los ojitos de Luciano me miraban. Si yo entraba al cuarto, Gustavo se enfurecía y apretaba más su mandíbula y como sujetaba el pequeño cuerpo con su rodilla encima de él, si me acercaba su pierna apretaba más el cuerpo de nuestro hijo. Una vez lo hice, sí, sí, una vez intenté separar a Luciano de él, pero me empujó fuerte y caí fuera de la habitación, entonces él, cerró la puerta con llave. Y no…, no pude, no podía decirle nada. Gustavo se ensordecía, y yo no, no podía decirle nada. Apagué el velador. Debía guardar el pescado en la heladera. Nos habíamos reunido a la nochecita y se nos había hecho tarde, sí, sí, estuvimos mucho tiempo con los abogados, llevó varias horas, faltaba el comprobante del depósito, mañana pasaría. Sí, Gustavo me acercó a casa. No hablamos mucho en el trayecto, solo me explicó sobre el auto y lo del banco. Cuando bajé del coche creí que arrancaría enseguida. Tardaron en abrir la puerta del departamento. Luciano me abrió la puerta. Justo en ese momento yo estaba preguntándole a Gustavo que me había dicho. Él me miraba con una sonrisa, pero sus ojos no sonreían. Sus ojos me miraron brillosos. Nos saludó agitando su mano y con una sonrisa. Tocó la bocina. Luciano estaba en pijama, él me preguntó dónde había ido con papi, los dos juntos. ¿dónde, mami?. Guardé la bandeja del pescado en la heladera. Sentí mis lágrimas correr por mis mejillas.