El punto mariposa

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“no hay mentira en su fuego”

Charles Bukowski.

Epifanía le dicen los que escriben, en biología lo denominan metamorfosis, podría ser también representado como un único, un solo  giro en U en una ruta recta que es infinita. Hay una frase hermosa, optimista, inspiradora de Lao Tsé que sugiere que lo que para la oruga es el fin del mundo, para el resto del mundo es la mariposa. 

¿Viste ese instante, esa nada en el tiempo que da vuelta tu devenir y modifica todo, todo? Estoy hablando de ese momento en que tu vida deja de ser lo que era para transformarse en algo nuevo, diferente a lo hasta ahora conocido.

Gira el viento, nadie lo había pronosticado; es sorprendente, inesperado, el terreno firme terminó un paso atrás y te das cuenta que será para siempre. ¿O es que todo vuelve a comenzar? Recalculando dice el gps. Es preciso reiniciar, resetearse, restablecerse. Chau, te despedís de  la zona de confort… Se abre el abismo. Caminás al borde del acantilado, es alto, vertiginoso, tanteás el terreno y, por más que te empeñes en creer que es un sueño, que te pellizques y te aprietes los ojos para  intentar convencerte de que al abrirlos todo va a ser igual a lo que era, ya no se puede retroceder, ya no hay retorno. 

Mi viento rotó hace poco, siendo una mujer madura. No sé cómo hubiera soportado semejante situación cuando era joven. En realidad no tiene mucho sentido plantearlo. Toca toca dijo la foca loca, cantaban las maestras de mis sobrinos en el jardín de infantes. Ta te tí suerte para tí, recitábamos de chicos antes de jugar. 

No era favorable el número, pero me tocó. La  moneda tiene dos caras. Y vino el antes y el después. Me había llegado el punto mariposa, así es como me gusta nombrarlo.

Primero el hielo, la parálisis, la estaticidad robusta, el miedo deteniendo todo impulso, inhalar, exhalar, la inmersión en los pensamientos, ¿voy a poder con esto? el torrente de preguntas, el caudal de lágrimas. El agua salada cura, repetís como un mantra mientras sentís la sal del sudor y las lágrimas de esos pujos en los que, sabés,  te estás dando a luz.

La circunstancia que detona el cambio es, en cada uno, distinta.  Abrís el sobre que tiene un papel plegado con el resultado de un estudio médico; un mensaje te llega por error, lo borran pero por más que quieran convencerte de lo contrario sabés la verdad; un silencio se torna espeso, denso, intragable y te ahoga; suena una llamada telefónica de madrugada; te hundís en una noticia en el portal que leés, autómata, todas las mañanas; el cartero con su mejor cara de nada te trae un telegrama; te aprueban la solicitud de empleo en el extranjero.

Y también cada quien busca el recurso para superar la situación. Están los que comen y comen barril sin fondo. Los que corren y corren y corren, no hay zapatilla, calza anatómica  ni burbuja de aire que resista a tanto escape. Los que se drogan o emborrachan. Hay quienes duermen a toda hora y transforman el reloj en deshoras y quienes compran, compulsivamente, lo que sea, como sea. El asunto es huir, llenar vacíos, evadirse, salir de uno mismo. Están también los que van a todo tipo de profesional, tarotista, gurú en busca de respuestas o remedios mágicos; los que viajan, los que se juntan todo el tiempo con gente, los que nadan, los que.. Bueno. En realidad, lo sabemos, la lista es infinita. 

A mí me dio por el fuego.

Era urgente quemarlo todo. Por más que no se pudiera borrar la memoria. No tenía sentido traer el pasado al presente, el pasado que me había llevado a ese lugar gris, incómodo, incierto y de miradas compasivas. Al sitio solitario, ciego y de  tanto desafío conmigo misma en el que, sin saber cómo, estaba hundiéndome, arenas movedizas. Sabía que, por más que intentara desaparecer lo pasado, los recuerdos permanecerían. Necesitaba que la memoria  tangible no le pesara a mi cuerpo. Porque mi cuerpo estaba cambiando, se estaba metamorfoseando, adiós oruga.  ¿Sería mariposa? Tenía que estar ligera, liviana. El camino para salir adelante era otro y no podía avanzar cargando tanto lastre, ni seguir acumulando esa cantidad de objetos, de recuerdos obsoletos, inservibles.

¿Para qué guardaba los apuntes que tomé en la facultad? ¿Y los recortes de diarios con entrevistas a mis artistas favoritos de la adolescencia? Las carpetas de dibujos de la salita de tres. Los álbumes de figuritas sin completar. Los cuadernos de primaria, los sobrantes de  madera de las repisas que había hecho en la biblioteca, diarios viejos, las publicidades motivadoras de los tiempos en que las revistas eran las encargadas de estimular el consumo, cartas de mis exes, papeles de golosinas. ¿Para qué seguir guardando las agendas de trabajo de los tiempos en que mi papá vendía tiempo compartido? Las revistas de programación mensual de cuando teníamos cable, las guías telefónicas, o los contratos vencidos de alquiler, las boletas pagas de los impuestos de quince años atrás. Se suman a la lista recibos de sueldo y las cajas donde todos esos papeles se acumulaban bajo tupidas capas de estornudos, de polvo liviano.

Era preciso quemar. Todo lo innecesario tenía que desintegrarse, arder, como yo que había desaparecido. El fuego se volvió ritual sagrado. En mis tiempos libres clasificaba lo quemable, descartaba lo descartable, regalaba lo regalable y esperaba, sin esperar, que llegara el momento de encender las llamas. 

Quemé, atestigüé la transformación de la materia. El fuego me iluminó. mi cuerpo se encendió con el calor, vi figuras vivas bailando la danza del renacer, me hipnoticé con el movimiento luminoso, cálido y sudoroso del fuego, me entregué, me dejé llevar. Ardí. Renací. Azul naranja, movimiento, vuelo, amarillo, azul. Pilas de papeles y maderas fueron mutando a cenizas, a polvo que, una vez frías,  descartaba para recomenzar el ritual.

Semana tras semana, renovada y desorientada, muerta y renacida fui quemando lo que sobraba, lo que estaba de más, fui desintegrando en las llamas lo que pesaba, lo que no para abrir espacio a lo que sí. Menos es más, reza una de las tantas frases de sanación que anda girando por las redes. Vino tinto, fuego, calor, chocolate, pies descalzos y silencio. Temperatura, movimiento, mutación, transformación. Lo que era había desaparecido y el ritual evidenciaba el cambio también en mi casa. 

Fue un proceso tenso entre el  dolor y el  romanticismo, el caos y el  orden, hasta que se terminó lo que quería quemar y empecé con una separación más cuidada de la basura. Los papeles en una cajita al costado de la heladera, los cartones en el mueble del lavadero, los fósforos en el compartimiento vacío de su cajita, los tubos de  rollos de papel higiénico y de cocina con los cartones junto a las cajas vacías, y los maple sin huevos.  Y, como a veces no conseguía cajones, entonces empecé a juntar las maderas que encontraba en la calle o en los containers.

Persianas, estantes de alacenas, perchas rotas, zócalos, marcos de puertas, elásticos de camas, decks, ramas, sillas destartaladas. Fui mejorando el método fogata tras fogata. Y funcionó, y fue reflejando el cambio y satisfaciendo mi necesidad hasta un viernes de luna llena que intenté meter en las llamas el palo de escoba que había encontrado en la calle. 

La fuerza de esa escoba resistiéndose a entrar a las llamas me empujó hacia atrás, me dejó sentada en el piso. En el fuego había colores extraños, llamaradas azules que lanzaban ráfagas heladas, ardieron lenguas de colores impensados. Y en el crepitar de las maderas, en el chisporroteo, sonaron carcajadas. 

No podía salir del asombro ni dejar de observar lo que estaba sucediendo. Experimenté, a la vera del fuego, sensaciones físicas desconocidas.

Para aliviarlas tomé aire, estaba caliente, Había  un  olor  denso, profundo,  el humo dibujaba siluetas extrañas y pude leer fórmulas, conjuros en las llamas. Empecé a susurrar un lenguaje extraño a mi oído pero que podía comprender y entonces lo supe. Ese era mi verdadero  punto mariposa. El que por fin me daría alas, y subida a la escoba que se resistió a las llamas abrí la ventana y comencé a volar.

Luciana Balanesi

Luciana Balanesi
Luciana Balanesi
Es diseñadora industrial. Nació en Mar del Plata en 1974. Cursó talleres de escritura creativa. Algunos cuentos suyos fueron publicados en el suplemento de cultura del diario La Capital. En el año 2018 quedó finalista en el VI Concurso de Relato Breve Osvaldo Soriano que organiza la Universidad Nacional de La Plata. En el 2019 fue seleccionada en la categoría general del Premio Itaú de cuento digital. En el mismo año recibió una mención estímulo del Premio Guka de Poesía. Y fue premiada en con el segundo puesto en el X Concurso Literario de Cuentos Breves de la Biblioteca Nacional del Paraná. En 2020 el Premio Guka de microrelato le otorgó una mención especial. En 2021 publicó su primer libro Siempre quise ser pelirroja.

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