El álbum del Mundial ´82

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La que más más me costó fue la de Gentile. Encima que volvió loco a Maradona y le hizo hacer una falta con amarilla, terminó siendo la más difícil de conseguir. En la figurita parece que se estuviera riendo abajo esos bigotes feos que tiene. Igual, menos mal que el tío me compró todos los paquetes que fueron necesarios hasta que la conseguí. ¿Qué importa que esté feo? Anduvimos recorriendo los kioscos del barrio primero, y cuando vimos que por acá esa no salía, empezamos a ir a buscar paquetes en otros barrios. En el colegio nadie la tenía, sí, fui el primero en completar el álbum. Con el tío terminamos yendo hasta al puerto. Y eso que al puerto sólo nos lleva cuando papá vuelve. Porque cuando se va es muy triste. A mí me encanta andar en el Peugeot del tío. Y el tío, a veces, sobre todo cuando estamos solos, me deja manejar y pasar los cambios. Papá no tiene auto, para qué, si nunca está. Y mamá no sabe ni quiere aprender a manejar. Ella camina, y a veces usa la bici. 

Una vez escuché a uno de la secundaria decir que los que fabrican y venden los álbumes van sacando a la venta los paquetes según el fixture. A mí no me hacen creer más eso de la suerte. Ahora ya mandé la carta, ojalá me llegue la pelota. La que tengo ya no da más y mamá no puede, ahora no puede. Ella me regaló el álbum, me acuerdo que se quedó trabajando hasta tarde para poder comprármelo para mi cumpleaños.  Hizo como tres tinturas, y me compró los primeros cinco paquetes de figuritas. ¡Es más buena mi mamá!

Cuando viene papá la cosa cambia. La última vez, cuando volvió, hasta pudimos comprar el televisor color. Somos los únicos en el barrio y en la familia en tener un televisor a color. En el mundial venían todos a ver los partidos. Asado, gaseosa para los chicos, vino con soda para los grandes, y fútbol. Estuvo buenísimo. El tío venía casi todos los partidos con mis primos. Pero a ellos no les compró tantos paquetes. Igual cambiamos un montón. Es que yo tenía y tengo un montonazo de figuritas para cambiar. En los recreos voy a ayudar a Lucas y Esteban a conseguir las que les faltan.  

Si no ganó Argentina por lo menos ganó Italia, siempre que juegan en contra me pasa lo mismo. Pienso en papá, pobre, que nació allá pero vive acá desde chiquito. ¿Por quién hinchará de verdad? Este mundial no pude verlo cuando jugaron en contra. Justo estaba embarcado. Y fue justo en ese partido, nosotros estábamos jugando a las escondidas. Estábamos, como cada partido, todos en casa. Papá no. Ya lo dije. Hacía varios días ya que estaba embarcado. El tío había venido, como siempre que no está papá, a prender el fuego más temprano. A la hora del almuerzo ya estábamos todos. Éramos como diez chicos. Entre mis cuatros primos, mis hermanos y los hijos de Don Luis. Como faltaba para que la carne estuviera lista y nos habíamos terminado todo el pan nos pusimos a jugar. Hicimos pan y queso y a mí no me tocó contar. Por suerte. Odio contar. Me da miedo. Entonces me escondí abajo de la mesa. Con el mantel ese floreado de la abuela que llegaba hasta el piso era medio difícil que me encontraran rápido.

Mamá estaba sentada, como siempre que prepara las ensaladas. Como la tía había ido a comprar más pan, vino el tío y se le sentó al lado. Yo le vi la mano, al principio me quedé congelado pero después, como siempre que me pongo nervioso, me dio un ataque de tos. Entonces el tío se asomó por abajo del mantel y me encontró. Se quedó paralizado.

No dijimos nada. ¿Qué íbamos a decir? Yo estaba colorado de la vergüenza, y no terminaba de entender lo que acababa de ver. El tío estaba serio, pero no podía acusarlo de nada porque él es re bueno cono nosotros. Siempre que papá viaja, el tío se ocupa. Viene varias veces por semana, se toma unos mates con mamá, le trae cigarrillos, a veces la lleva a hacer los mandados. El tío me miró, nada más que me miró, sonrió y se llevó el dedo índice a la boca. Me guiñó después un ojo y para mí eso fue más que suficiente.

Ahora que llené el álbum y estoy esperando la pelota le voy a decir que me hacen falta botines. Las zapas tienen las suelas muy gastadas y no quiero resbalarme más cuando llueve y voy con mis primos y amigos a jugar al potrero. Mamá no sabe que yo sé. ¿Para qué? Si lo único que vi fue, bueno, no sé, cosa de los grandes. Lo único que me importa ahora es que el tío sepa que yo voy a guardar el secreto siempre que él sea así de bueno conmigo. Si hasta me pareció, cuando llené el álbum, que estaba más contento que yo. Lo que no sabe, todavía, es lo de los botines. Mañana cuando venga a tomar mate con mamá se lo digo, total, seguro que después vamos juntos a la zapatería.


Luciana Balanesi

Luciana Balanesi
Luciana Balanesi
Es diseñadora industrial. Nació en Mar del Plata en 1974. Cursó talleres de escritura creativa. Algunos cuentos suyos fueron publicados en el suplemento de cultura del diario La Capital. En el año 2018 quedó finalista en el VI Concurso de Relato Breve Osvaldo Soriano que organiza la Universidad Nacional de La Plata. En el 2019 fue seleccionada en la categoría general del Premio Itaú de cuento digital. En el mismo año recibió una mención estímulo del Premio Guka de Poesía. Y fue premiada en con el segundo puesto en el X Concurso Literario de Cuentos Breves de la Biblioteca Nacional del Paraná. En 2020 el Premio Guka de microrelato le otorgó una mención especial. En 2021 publicó su primer libro Siempre quise ser pelirroja.

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