El olvido es una forma
cobarde de perdonar.
Bernard Shaw
El amor solo no puede. Necesita aliados para seguir ejerciéndose.
VIDA EN PAREJA
DEL FRACASO DE «LA MÁQUINA DE OLVIDAR» AL ÉXITO DE LA OTRA MÁQUINA QUE LA REEMPLAZÓ
La Máquina de Olvidar
Primero fue la «Máquina de Olvidar». Había dos prototipos: uno en Avellaneda, al sur de la Capital Federal, y otro en Bariloche.
La ingeniera y neuróloga Andrea Lanoise, diseñadora de dicha máquina, nos cuenta:
—Eran iguales. La de Avellaneda estaba ahí porque mi tío tenía un galpón. La de Bariloche, porque queríamos hacer el negocio de «¡Luna de Miel otra vez!», ya que la Máquina de Olvidar hacía volver a las parejas casi al principio de su relación. Claro. La pareja nace con el fulgor de la pasión y la idealización, y se va limando y corroyendo a base de pequeños egoísmos, algunas traiciones, maltratos, aburrimientos y la vulgarización que trae esa cotidianeidad decorada de groserías, como expeler un gas bajo las sábanas o inclinándose levemente y levantando un glúteo estando sentado en un sofá. Sin contar que, en la mayoría de los casos, hay un festejo explícito de esto. Está claro que la pareja necesita reciclarse. Y entonces necesita olvidar. Para los malos amores lo mejor es el olvido. Pero, para mantener los buenos, también es necesario, aunque más no sea parcialmente, olvidar.
De esto se trataba la máquina.
¿CÓMO FUNCIONABA?
La cosa era así: entraba una pareja a la máquina, que tenía un tamaño similar a un container o un ómnibus chico, con dos cascos de escaneo cerebral. Dado que los momentos olvidables en una relación suelen ser muchísimos, se les pedía que los pensaran de a uno.
La ingeniera y neuróloga nos cuenta un caso como ejemplo:
—Una pareja, Celia N. y Rómulo T., entraron a la máquina para olvidar la pelea que habían tenido por
un tema de celos. Celia descubrió a Rómulo mirando lascivamente un afiche de Pocahontas. Más allá de la excusa de él sobre el apoyo a los pueblos originarios, ella se dio cuenta de que, de esa manera sensual, él solía también mirar la carne sobre la parrilla en cualquier asado.
«Suponer que Rómulo podía serme infiel con un dibujo animado o con una tapa de asado me rompió el corazón», decía ella. Por despecho, empezó a hacer pedidos de delivery, para seducir al repartidor. Con el tiempo, se dio cuenta de que Rappi era una empresa y no el sobrenombre del muchacho que venía. Obvio que fracasó. De todos modos, era claro que acá la pareja ya tenía algo para olvidar. Lo de Pocahontas y el asado, Celia. Lo de Rappi, Rómulo.
Las instrucciones para la pareja eran simples: tenían que enfocarse y pensar exclusivamente en ese recuerdo durante dos horas y cuarenta minutos. En ese tramo, se procedía a la «destrucción del recuerdo».
CÓMO ERA EL PROCESO DE «DESTRUCCIÓN DEL RECUERDO»
La pareja se colocaba sus cascos-scanner.
Las neuronas portadoras de la información, al recordar con irritación y molestia algún suceso, segregaban endocorfinas y encinoides.
Esto las delataba.
El escaneo, a través del casco, marcaba qué neuronas eran las que portaban el recuerdo.
Ya localizadas, desde un cañón bioeléctrico que apuntaba desde el techo, se disparaban rayos ígneosgenoides que atravesaban el casco e impactaban en las neuronas.
Estas, por los rayos, se agitaban e irritaban aún más.
Subía el enojo.
Las neuronas empezaban a «observarse» molestas entre sí, enviándose estímulos portadores de datos que eran decodificados por la otra neurona, como un: «¿Qué mirás, bobo?».
La otra neurona contestaba «¿Qué te pasa? La concha de tu hermana…».
El clima neuronal se ponía espeso.
Dos o tres neuronas provocadoras (que nunca faltan) empezaban con los primeros empujones.
Subía la intensidad de las agresiones.
Empezaban las piñas (era muy interesante ver a través de los escaneos topográficos a dos neuronas agarrándose a ganchos).
Se armaba finalmente el cachengue.
Corridas y avalanchas.
Llegaban otras neuronas a reprimir.
Los disturbios se propagaban.
Tras una batalla campal, todas las neuronas que tenían los recuerdos eran aplastadas y morían.
Ya no había información. Ya no había mal recuerdo.
Era como quemar fotos o videos. Destruir la memoria de una computadora. Asesinar al testigo de un mal recuerdo.
Cuando ya no hay mal recuerdo, desaparece el rencor. Y vuelve la paz, condición necesaria para la felicidad de una pareja.
LOS PROBLEMAS QUE TUVO LA MÁQUINA
La idea era que, si la pareja iba eliminando de a uno los malos momentos, con varias sesiones diarias, podían dejar atrás un montón de rencores acumulados. Pero no funcionó de esa manera.
Celia N., después de varias sesiones, dio su testimonio:
—La verdad es que salí más aliviada y hasta reconciliada con Rómulo. Pero, también, con los días me iba dando cuenta de que había olvidado muchas cosas. Por ejemplo: el nombre del baterista de Los Beatles. Suponía que era algo así como «Mingo» o «Bingo». O cómo tomar mate. Estuve días soplando
la bombilla, ensuciando el piso, además de quemarme con el agua caliente que desbordaba del mate. Tampoco recordaba el nombre del muchacho ese que murió clavado en dos tirantes de madera superpuestos en ángulo recto, con dos delincuentes a los costados. O cómo hacer pis.
Sin embargo, el gran problema de la máquina no era este. Sino que terminaba con los recuerdos de los malos momentos, pero no podía evitar que la pareja generara otros nuevos. No era cuestión de olvidar, si no de no seguir produciendo momentos olvidables.
HAY ALGO MEJOR QUE OLVIDAR
Se readaptó la máquina. Funcionaba de la misma manera hasta el momento en que las neuronas que tenían la información de los malos momentos se enojaban y empezaban las agresiones. Pero ahí cambiaba el proceso, que es el alma de la nueva máquina.
—Ahora, una vez que las neuronas están irritadas, activamos en forma electroquímica todas las reservas de glocotaminas y sefedromas en las neuronas que rodean a las que están enojadas. Y el efecto es otro —nos cuenta la ingeniera y neuróloga Andrea Lanoise.
Las glocotaminas y los sefedromas catalizan el potasio y los esferociclos de las neuronas secundarias.
Estas se vuelven neurocitas maduras, convincentes, comprensivas y, digamos, sabias. Con mucha calle. Y empiezan a transmitir impulsos eléctricos disuasorios.
Data genética que contiene conceptos tales como:
Dale, ya está, dejala pasar.
Le puede pasar a cualquiera eso.
Nadie es perfecto.
Pensá en las cosas lindas que vivieron.
Es tremendo que use ese slip rojo con el elástico
vencido, pero es un buen papá.
Si hasta el muchacho ese que clavaron en los dos
tirantes a noventa grados lo hizo (seguía sin recordar
el nombre).
Mañana es mejor.
Al recibir estos estímulos, las neuronas enojadas van bajando la intensidad. Y, de pronto, se relajan, con ese alivio tan especial que llega solo después de perdonar.
Sí. Las neuronas sonríen y perdonan.
EL ÉXITO
La Máquina de Perdonar funciona y es visitada por miles de parejas que salen siempre felices. Se perdonan lo que se hicieron. O en lo que el tiempo los ha convertido a cada uno. Porque la pareja es un trío donde el tercero en discordia es el tiempo.
Al salir, muchas siguen juntas. Y muchas se separan.
Porque el perdón no es garantía de seguir juntos. El perdón es solo garantía de suspender el odio y respetar seguir amándose o, por lo menos, haberse amado.
Amarse es, a veces, seguir juntos. Y otras, amarse es separarse.
Ahora la ingeniera y neuróloga Lanoise sigue perfeccionando la máquina. Busca que sea precisa y tenga límites, para que no ande perdonando cualquier cosa.
ANÁLISIS Y REFLEXIÓN
Sugerimos estos aportes humildemente para que los sume a sus ya brillantes conclusiones.
EL INGENIERO FRANCO PENTÁNGELI, QUE PROPONE EL BIEN NO DESDE LA MORAL Y LA ÉTICA, SINO DESDE LA CONVENIENCIA, COMENTA MIENTRAS MUESTRA LOS IMANES PARA HELADERA QUE FABRICA:
—Mirá… perdonar es algo que conviene. Pero hay que establecer bien qué es perdonar. Fijate lo que dice este imán en forma de corazón para pegar en la heladera y que yo miro siempre que voy a buscar sandía, queso por salut o coca light:
«Perdonar no significa aceptar, ceder a sus ideas o conceder. perdonar a alguien significa querer verlo de nuevo. y, definitivamente, perdonar no significa olvidar».
Ahora, mirá este otro imán con un osito con una carita, que lo deja en un límite difuso entre ser tierno o boludo.
«Perdonar significa dejar de sentir odio. O bajarle en gran medida la magnitud. Es muy difícil o imposible tener un bienestar psicológico completo si uno tiene alguna cuestión importante sin perdonar».
O sea: guardar rencor implica dejar la libido estancada en un lugar, impidiéndonos orientarla a otras cosas. Me da vergüenza decir «libido» porque soy ingeniero. Prefiero decir energía. Pero igual se entiende.
Podemos pensar que el perdón es un signo de debilidad.
El que perdona, pero desde la autoridad, fortalece y brinda los límites que declara que no se pueden
volver a pasar nunca más.
Mirá este imán con un Jesús que da medio Frank Zappa:
«Perdonar es un acto de fortaleza.
Nos hace superiores.
Si no fueron cosas tan graves, hasta se disfruta.
Se puede incluso reclamar al que pide perdón que lo haga varias veces si vemos que nos gusta. Perdonar es ser un poco como Dios.
O ser Dios».
El ingeniero nos despide no sin antes decirnos que aún no perdonó la existencia de aplicaciones para pedir delivery, que hizo que cayera el negocio de hacer imanes para promocionar pizzerías, heladerías y casas de empanadas.
Una historia del amor (2024)
Pedro Saborido