Mi fealdad es en realidad belleza sin oportunidad.
Keith Moon
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Cuando alguien está fuera de los circuitos del arte, su expresión artística puede encontrar lugar en ámbitos y prácticas de su pertenencia.
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CONURBADELIA: ¿DISTURBIO ESTÉTICO O EXPRESIÓN DE LIBERTAD?
(Reportaje y crónica periodística)
Parado frente a la escena, sus ojos brillan de felicidad.
—Jag kommerattfåenischemisk stroke avglädje!
(—¡Voy a tener un accidente cerebrovascular isquémico de la alegría!)
Esto lo dice Svorn Brongsit, un turista sueco. Y enseguida se desmaya, sonriente, frente al jardín de una casa cerca de la estación San Andrés, en San Martín.
Hay inquietud, pero luego tranquilidad cuando se recupera.
—Tuvo un ACV nomás. Pero muy leve. La puesta de los enanos de jardín representando la escena de la bañera de Psicosis le pareció sublime —dice Claudia Corsini, emprendedora que organiza tours de «Estéticas del conurbano bonaerense» para suecos, suizos, alemanes, etc.
Prosigue la guía turística explicándonos:
—El tema de los enanos de conurbano decorando va desde el simple enano entre macetas a puestas en escena como esta u otras como «Enanos de Jardín representando Macbeth», «Enanos de Jardín representando el Vía Crucis» o «Enanos de jardín representando la serie Friends».
—¿El tour es solo sobre enanos de jardín?
—No. Hay muchos. Hay otros. Y los vamos combinando. Como el tour «Tanques de agua», donde se los ve con forma de ovnis, pelotas de fútbol, mates o pavas, o de un Arturito de Star Wars. Hay uno en Ituzaingó que intenta ser la cara de Evita, aunque en realidad parece Meryl Streep gritando un gol. Este de enanos de jardín se combina con «Gigantografías de figuras en techos y marquesinas de negocios».
—¿Lo que hacen ellos es un consumo irónico de esto?
—No, no se trata de consumo irónico y esas cosas.
Mis turistas buscan y ven otra cosa: el goce de los dueños de las casas y los comercios. Ese impulso que los lleva a hacer arquitecturas evocativas, con torres de castillos medievales o un Cabildo en una terraza. Frentes que imitan casas de duendes. Comercios que ponen gigantografías de dragones, dinosaurios o pulpos. Maniquíes que parecen estar comprando en un kiosco, o que cuelgan de un balcón. Todo aquello que expresa una irrupción de la voluntad por sobre lo convencional del paisaje urbano. O sea…
—Das ist wunderschön… mach jetzte info to vonmir!!
(¡¡Esto es hermoso… Sáquenme una foto ya!!)
—Bitte Lilien, steig sofort von Homer aus, dukannst einen Stromschlag bekommen!!
(¡¡Por favor, Lilien, bájese del Homero ya mismo, puede electrocutarse!!)
Claudia amonesta a una de las turistas que, extasiada, se está trepando por una medianera. Quiere tocar la figura de una cabeza de unos tres metros de alto, que parece ser la de Homero Simpson. Está hecha en fibra de plástico, con luces interiores, a juzgar por unos cables que salen de su nuca. Deforme y monstruosa, corona el techo de un maxikiosco llamado, precisamente, «Los Simpson». De ahí es que se deduce que es la cabeza del citado personaje. Una vez que Claudia termina de colocar una escalera que los muchachos de la ferretería de enfrente le prestan para bajar a la señora alemana, continuamos.
—Es increíble cómo se entusiasman sus clientes. ¿Qué es lo que ven ellos en todo esto? ¿Algo artístico? ¿Decoración ordinaria o kitsch? ¿Qué piensan?
—Piensan que acá se drogan mucho. Es lo primero que dicen. «Hay que haber tomado alguna sustancia alucinógena para hacer ese canasto de basura en la vereda con la cara de Maradona observando pensativo una pelota», más allá de que el que lo hizo quiso hacer una Mafalda con el clásico globo terráqueo.
—Claro… entonces hay que aclararles.
—Nada. Yo les digo que sí. Que se drogaron mucho con ácido lisérgico hecho en el conurbano.
—Pero eso no es así…
—No. Pero es parte de la fascinación. Les cuento sobre el Dr. Roberto Liritti, que experimentó con sustancias alucinógenas a partir de hongos y verdines de las zanjas.
—¿Eso es real?
—Un poco. El Dr. Roberto (de la zona de Almirante Brown) quería que la gente del conurbano expandiera su conciencia hacia otros lugares que no fueran los de la racionalidad domesticada. Esa que la lleva a imitar burdamente a la metrópoli. Huir de los modelos de aspiración porteños. Entonces fue poniendo pequeñas dosis de eso que llamó ácido conurbasérgico (un nombre bastante idiota, por cierto) en empanadas que se iban vendiendo en distintas ferias ambulantes.
Así fueron apareciendo estas formas de expresión.
—Es solo una leyenda…
—Bueno… Unas cuantas docenas llegó a repartir.
El Dr. Roberto aún vive. Él dice que este estilo del conurbano y de otras ciudades del país ya existía. Pero él ayudó a darle énfasis y profundidad.
—Reconoce algo previo. Una esencia propia del conurbano.
—Sí. Y es lo que ven los turistas. El que pone un hongo con luces en un jardín o mete una avioneta en la terraza o en el frente de su negocio, quiere poner una marca en el paisaje y en el mundo a partir de una prolongación de su imaginación.
—La «Conurbadélica».
—Sí. Un goce de la libertad. Así, por el asunto de que las leyes en el conurbano se ablandan, se estiran (en otros capítulos del libro se habla de esto) y entonces la gente sube el auto a la vereda o pone pilares en las esquinas o canteros para que no se les meta un bondi en el living, también ocurre en el plano estético. Es decir, se ablandan las leyes de la estética. Cosas que van más allá de lo reglamentado. Hay cierta anarquía. En el conurbano se hace mucho lo que a cada uno se le canta.
—Se prolonga la expresión, la voluntad y el deseo…
—Claro. Y así como la gente sale en short o en ojotas y no le importa la elegancia, la imaginación también lo hace: no sigue reglas de decoro, se suelta en un goce sin regla estética. Digamos que la estética y la imaginación también andan en ojotas.
—Es decir, la imaginación y la estética ganan libertad.
—Exacto. Es la libertad de poder perder la elegancia… ¡¡Oh, Jurdgen!!
Jurdgen es el nombre de otro turista a punto demandarse una cagada. Claudia lo reprime en su idioma:
—Kør ikke på gladiatorens hest!! Don Chicho klagede over, at en af dem sidste gang blev brudt og hanshoved blev stjålet.
(¡¡No se suba a caballito del gladiador!! Don Chicho se quejó de que la vez pasada le rompieron uno y se robaron la cabeza).
Claudia ya logró que se baje el turista danés que se había subido a un gladiador de «El coliseo de Don Chicho», una reproducción del coliseo romano en escala natural que Chicho Vattuone armó arriba de los galpones de su corralón de materiales para la construcción, «Vattuone e Hijos». Hay leones de yeso de colores, más de veinte gladiadores como al que subió el turista, esclavos, público y en un palco, un emperador romano saludando. Es como un Nerón, pero pelado, de bigotes y con lentes bifocales. Es una estatua del propio Don Chicho.
Al ver la escena, reflexionamos:
—Es entendible que los turistas piensen en drogas.
Y en que ellos estén viviendo también «un viaje».
—Bueno. Algo de droga en esto hay. Leete esto:
«El doctor Roberto siempre dice: “La droga, como la realidad, se consume. Como se consume comida, libros o medios de comunicación. Tu entorno y tu contexto se meten en vos, te hacen pensar y ver las cosas de una manera. O sea, la realidad también te droga. Vivir en el conurbano es como una droga también”» —leemos en el folleto que nos acaba de dar Claudia, mientras se despide. Se está subiendo a la combi del tour de comercios con nombres graciosos, como la pizzería «Te parto en ocho».
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«Crónica de Abel Coverdale», de la revista Éticas y estéticas de mi país, abril de 2019.
ANÁLISIS Y REFLEXIÓN
El lector sacará sus propias y genuinas conclusiones de lo anterior. Pero también están disponibles las siguientes, si lo desea.
EL LICENCIADO TONY GASTALDI, PSICÓLOGO DE ESCRIBANOS, COMENTA:
El conflicto entre la ley y el deseo está en el epicentro de la psiquis humana. Prácticamente todas las configuraciones psicológicas (neurosis, psicosis, etc) pueden explicarse como un conflicto entre el querer y el deber. No hay reglas generales sobre cómo resolver ese conflicto, hay que saber manejarse entre el deber y el placer, sin ser puro goce ni pura represión. La incertidumbre del conurbano, en su construcción de laxitud en las reglas en transición con la naturaleza a la ciudad, provoca esto: reafirmar el deseo porque la ley no se ha solidificado aún. Ante la incertidumbre estética, el deseo propondrá lo suyo, como la señora Teresa M, que en el frente de su casa hizo hacer un mural en venecitas con la cara de Mariana Fabbiani, una conductora televisiva.
POR OTRA PARTE, LA SOCIÓLOGA ADELA HUBBERTEIN,
DE GERLI, PROPONE:
Hay evidencia de que antecesores del homo sapiens tallaban piedras para hacerlas simétricas, es decir que buscaban una morfología particular en un objeto más allá de su utilidad: es decir, un adorno o algo artístico. Demostración de belleza, ingenio y destreza, que se muestran para lograr aceptación social.
Es más que obvio que la belleza es relativa a acuerdos sociales de cada época. Y que desde la revolución industrial primero y la globalización después, la estandarización y reglamentación de la belleza en cuerpos, formas, ropa, arte, arquitectura, se concentró aún más. Quien dictamina las reglas, domina.
Por eso, la rebeldía estética es también política: elige no someterse. Y así es como hemos abierto este local de artículos de decoración de jardín que se llama «A la mierda con el buen gusto», a la que sostenemos entre muchos adherentes al campo nacional y popular.
Una historia del conurbano (2020)
Pedro Saborido