Los rescates

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Lo que más queríamos era ir de vacaciones juntas, así que cuando la mamá de Clara nos invitó a veranear con ellos, nos abrazamos de felicidad. Unos días antes de las fiestas arrancamos para Córdoba, nosotros en el Falcon marrón y la familia de Clara en el Dodge amarillo. El viaje lo hicimos en dos días porque era muy largo y paramos a pasar la noche en un hotel de la ruta.

Después de ducharnos fuimos a cenar todos juntos a una pizzería del pueblo, con mesas al aire libre, iluminadas con faroles que atraían a unas polillas marrones, con manchas claras en las alas y ojos negros que sobresalían de la piel. Nosotras estábamos fascinadas con el tamaño de las mariposas nocturnas y los grandes se quejaban de los cascarudos que parecían tirarse en picada adentro del vaso de cerveza de mi papá y del de Clara. Las tres comimos rápido para seguir a los sapos gigantes que se escondían entre las plantas del jardín.

Después de cenar caminamos esas cuadras para volver al hotel a dormir, porque al otro día teníamos que madrugar para tratar de llegar temprano a Córdoba.

Después de mucho andar, a eso de las de las cinco de la tarde, entrábamos al hotel. Nos encantó, estaba en la base de una sierra, y tenía un jardín inmenso, lleno de árboles y una parte de rocas para trepar. Todas las habitaciones estaban en planta baja, una al lado de la otra y daban a un pasillo abierto pero con techo, que desembocaba en el parque. Como los pasillos estaban muy iluminados, en esa primera noche nos alegramos de volver a encontrarnos con las polillas gigantes de la pizzería. El lugar estaba lleno de insectos de todo tipo, en Córdoba los bichos eran súper gigantes, como si una máquina fantástica los hiciera crecer, porque todos medían el doble o el triple de los que hay en Buenos Aires.

El hotel era hermoso. Muy grande, con sala de juegos, comedor, un microcine y una pileta gigante que se transformó en nuestro lugar. Era del sindicato de los trabajadores de Entel. La madre de Clara era secretaria de la empresa de toda la vida y como trabajaba allí podía usar ese lugar para vacacionar. Mamá y papá contaron en el auto que era muy barato, y que la comida estaba incluida como servicio del hotel. Todos estábamos felices de las vacaciones con amigos.

La primera noche que fuimos al microcine a ver una película pasaron un pequeño documental. Era de los soldados en la selva tucumana con la lucha que las fuerzas armadas llevaban a cabo en contra de la subversión. Mostraban hombres escondidos entre los árboles y los soldados caminando por la selva, pintados con camuflaje, armados como en las películas de guerra. Finalizaba con un anuncio y la bandera argentina. Cuando terminó algunas personas aplaudieron pero nadie de nosotros hizo nada, y enseguida empezó la película que habíamos ido a ver.

Mariana, Clara y yo estuvimos casi todo el tiempo al lado de la pileta. Tomamos como misión de los días que estuvimos allí, la de rescatar abejas y toda clase de insectos que cayesen con vida al agua. Hacíamos una especie de guardia permanente para rescatarlos. O nadábamos en la pileta buscándolos, o nos quedábamos sentadas en las lajas de los bordes para poder verlos y también recuperar un poco de calor mientras los bichos se secaban al sol. Alguaciles, abejas, cascarudos, mariposas fueron salvados de ahogarse por nosotras tres.

La pileta era hermosa y el agua siempre transparente y aunque el agua estaba muy helada nos tirábamos rápido al verlos luchar para no ahogarse, aunque ya fuera casi de noche o estuviéramos secas, con tal de salvarlos. Los cascarudos primero movían las patitas como nadando y después se quedaban quietos y flotaban sin ahogarse ni morir. Tenían unos serruchos en las patas que raspaban un poco y tuvimos que vencer el miedo a que las abejas nos picasen, hasta que nos dimos cuenta que ellas sabían que las estábamos salvando. Ni una vez nos picó una abeja en todo el verano. A las polillas nocturnas era imposible salvarlas porque cuando se les mojaban las alas eran tan pesadas que se hundían a toda velocidad.

Aquellos que se morían los enterrábamos entre risas y angustia, en un espacio del jardín que encontramos bajo unos árboles alejados. Hacíamos pequeños pozos con un palito de helado, uno al lado del otro marcando sus tumbas con ramitas unidas en forma de cruz. Enterrábamos a todas las abejas en el costado izquierdo, bajo el sauce grande, a los cascarudos en el centro y a las polillas atrás. El cementerio de insectos creció mucho mientras estuvimos allí.

Al terminar las vacaciones, ninguna se quería ir. No sólo por andar en burro y comer alfajores, sino porque no quedaba nadie al que le importara salvar a las abejas o los alguaciles que caían silenciosamente, a la pileta fría del hotel del sindicato cordobés.

Claudia Pose

Claudia Pose
Claudia Pose
nació CABA, pero desde siempre Mar del Plata fue su lugar. Vive en la ciudad hace más de 30 años, es artista plástica, psicóloga y recientemente publicó Sangarropo, su primer libro de cuentos escrito, encuadernado e ilustrado por ella misma, produciendo de este modo un encuentro entre la plástica y la escritura. En el último año fue ilustradora del libro La sensualidad de la física, de José Gallo, publicado por Eudem, donde elaboró a través del dibujo nociones físicas volcadas a la dimensión social. Fue seleccionada para ser parte del libro de microrelatos Homenaje de escritores argentinos a David Lagmanovich, así como también de la Antología de Cuentos Caperucita feroz, de la editorial española Apeiron.

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