Es posible mantener la coherencia lógica de un texto luego de negar todas sus afirmaciones. Espíritus ubicados en el difuso límite entre misticismo y herejía se han visto atraídos por la idea de negar toda la Biblia y ver qué pasa. El resultado es, sin embargo, decepcionante. En una primera y apresurada mirada surge la mezcla de fascinación y rechazo hacia el mal al leer: “No honrarás a tu padre ni a tu madre, matarás, cometerás adulterio, hurtarás, codiciarás la casa de tu prójimo, su mujer, su siervo, su criada, su buey, su asno, y toda cosa de tu prójimo”, etc. La sensación de transgresión se disuelve al leer la frase primera: “Y no habló Dios todas estas palabras”. La herejía perfecta se transforma en una banalidad.
El hábito de la negación ha sido tomado en serio por los practicantes de la teología apofática o negativa. Según ellos, nada puede afirmarse acerca de la naturaleza de Dios por hallarse más allá de nuestra capacidad de entendimiento. Sólo puede concebirse lo que Dios no es. Para Meister Eckhart (s. XIII-XIV) el camino de renacimiento y de trascendencia, el camino hacia Dios, es la via negativa: “En desconocer el conocimiento conocemos a Dios, en el olvido de nosotros mismos y de todas las cosas hasta la esencia desnuda de la Divinidad”. También escribió que “La verdad es algo tan noble que si Dios pudiera apartarse de ella, guardaría la verdad y dejaría ir a Dios”. La teología negativa es afín al misticismo. Eckhart fue acusado ante la Inquisición de diseminar entre la gente común doctrinas oscuras, difíciles y peligrosas que conducían al error. Falleció antes de conocer el veredicto. El apofatismo, sin embargo, predominaba en la iglesia católica del siglo XIII, cuando se estableció el siguiente dogma sobre la imposibilidad de aprehender la naturaleza de Dios: “entre el Creador y la criatura no se puede señalar una semejanza tal que la desemejanza entre ellos no sea mayor todavía”. Llama la atención la analogía, quizá irreverente, con la segunda ley de la termodinámica que, en una de sus encarnaciones, dice: “no se puede lograr orden de modo que el desorden total no sea mayor todavía”.
En sus Fragmentos de un Evangelio apócrifo en Elogio de la sombra, Borges no fue inmune a la tentación de negar la Biblia. Cuando Mateo, citando a Jesús, dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”, Borges dice: “Desdichado el pobre en espíritu, porque bajo la tierra será lo que ahora es en la tierra”. Para Borges, el pobre en espíritu carece de las connotaciones positivas de la tradición cristiana; es, en cambio, un cadáver, pues para estar vivo hay que tener espíritu. Donde Mateo dice: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”, Borges percibe miseria y ruindad: “Desdichado el que llora, porque ya tiene el hábito miserable del llanto”.
Cuando Mateo dice: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”, Borges dice: “Bienaventurados los que no tienen hambre de justicia, porque saben que nuestra suerte, adversa o piadosa, es obra del azar, que es inescrutable”. El azar manda y no tiene leyes. Cuando Mateo dice: “Vosotros sois la sal de la tierra”, Borges dice: “Nadie es la sal de la tierra; nadie, en algún momento de su vida, no lo es”. Mateo cita a Jesús dirigiéndose a los apóstoles, cuando los arenga en su misión evangelizadora; ellos son los responsables de la divulgación de su mensaje, son los hombres principales que cambiarán el mundo. La sentencia de Borges se puede interpretar de la siguiente manera: nadie puede presentarse en la tierra como un hombre principal, generoso otorgador de verdades; pero todos, al menos una vez en nuestras vidas, al menos por un instante, tenemos una visión o una intuición de la verdad del mundo. Es probable que todos, en algún momento, sintamos que somos la sal de la tierra; que de verdad lo seamos es menos probable.
Miguel Hoyuelos