Cuentan los pobladores más memoriosos de Colonia Indio Verde, un mínimo poblado de la pampa gringa, que allá por 1940 las Nochebuenas del lugar incluían la aparición de la única versión femenina de Santa Claus que el universo haya conocido.
Responsable y protagonista de semejante anormalidad fue, hasta su muerte en 1966, doña Celina Haedo Pando viuda de Zavalía, distinguidísima matrona descendiente de los patricios fundadores del pueblo y dueña de tantas leguas de campo que ni ella sabía hasta dónde llegaban sus dominios.
Doña Celina era mujer de temperamento poderoso, acostumbrada a salirse con la suya y a mandar desde que tuviera memoria. El día que, un poco por generosidad y otro poco por aburrimiento, decidió alegrar con un juguete la Nochebuena de cada niño en aquellos parajes, tomó también la decisión, irrevocable como todas las suyas, de encarnar ella misma a Papá Noel para concretar el reparto.
–Pero mamita –objetó Amalia Zavalía Haedo Pando, su hija; –se va a notar que sos mujer y hasta estos ignorantes de por aquí saben que Papá Noel es varón; vas a hacer el ridículo con una barba postiza y tan pechugona como sos… mejor mandá a algún peón, o al mayordomo.
Suficiente que la contradijeran para que Doña Celina no volviese a reconsiderar su decisión ni aunque Pío XII se viniera en aeroplano a rogárselo. Fue así que se puso a elegir su disfraz de Papá Noel, pasando revista a su inagotable vestidor. Probó, descartó y volvió a probar cuanto trapo le pareció adecuado para dar forma al personaje; pero nada la conformaba, se veía a cada momento más ridícula. En verdad, la dama paseaba por el mundo unas tetas monumentales, que su escasa estatura hacía más imponentes todavía y no hubo chaquetón ni relleno que disimulara su índole mujeril. Tampoco, claro, lo agudo de su voz, tan ajena a las conocidas exclamaciones de Papá Noel.
–Bueno, esto tiene solución –dijo ante el espejo; se puso unas botas de montar del finado Zavalía, una falda roja que guardaba de cuando pesaba la mitad, un chaleco y una boina vasca del mismo color. Ni barba, ni bigote ni nada. Había nacido Mamá Noelia.
Cuando se enteró de los planes de Doña Celina, el curita párroco de Colonia Indio Verde opuso una débil resistencia. Aunque Papá Noel no era un personaje estrictamente religioso, sino más bien fruto de tradiciones paganas, por cierto se trataba de un varón. ¿No sería un dudoso ejemplo para los niños que un papel tan decididamente viril pudiera pasar así como así a manos de una mujer?
El de aquellos años era un mundo sin grises. Todo era blanco o negro. Los hombres votaban, las mujeres criaban hijos; ellos podían ser nada menos que Papas, ellas apenas monjas. Pero tales cuestiones no entraban en la cabeza de Doña Celina, incapaz de retroceder una vez tomada su decisión y menos por lo que dijera o dejara de decir el cura, cuya parroquia ella sostenía con abundancia de donaciones y obras. Al demonio con él y también con el delegado del gobierno provincial, su primo Agustín Haedo Pando, caudillo conservador de la zona, al que tampoco le pareció bien el cambio de sexo de Papá Noel.
–Pero Celinita, no seas necia. Esto va a traer cola, che, dónde se ha visto un Papá Noel mujer… ¡ni en Rusia! y encima con ese busto que Dios te encajó ahí, perdoname que te diga… mirá, yo creo que esto le va a venir como anillo al dedo a los radicales ¡y no te digo a los socialistas! para tirar mierda contra la gente decente. Papá Noel tiene un par de bolas como rancho y así será por los siglos de los siglos. Son verdades científicas, che.
Más le dijeron, más se emperró Doña Celina.
El 24 de diciembre de 1940, muy temprano, el Plymouth negro descapotable de los Haedo Pando inició su periplo, cargado hasta los guardabarros de juguetes, que Mamá Noelia fue repartiendo hasta cerca de la medianoche entre los niños de Colonia Indio Verde y alrededores. La sorpresa de chicos y grandes era mayúscula ante la llegada de aquella versión amatronada del esperado visitante navideño; pero ¿quién se atrevería a objetarla, si Doña Celina era una Haedo Pando, y para cada uno de los modestos pobladores de la zona los Haedo Pando habían creado el universo conocido? Además, en la mayoría de los humildes hogares indioverdenses, los regalos que Mamá Noelia iba bajando del coche serían los únicos que los chicos tendrían en esa Nochebuena.
Todos callaban, cada niño recibía encantado sus juguetes y si algún crío preguntaba “Pero mami… ¿Papá Noel no era un señor viejito?”, la aparición vestida de rojo le espetaba, con su timbre de soprano: “Papá Noel se cayó del trineo cuando pasaba por arriba de Venado Tuerto y se rompió el cogote… ¡se murió por pelotudo, por andar en trineo por el aire! Ahora estoy yo, Mamá Noelia, que ando en este regio Plymouth convertible bien pegadito al suelo… y vos qué tanto preguntar, mocoso deslenguado, devolveme el triciclo, ahora te quedás sin regalo hasta el año que viene!”
A casi todos los adultos, pacatos y prejuiciosos como se estilaba en los 40, aquel Santa Claus transgénero les ponía los pelos de punta, aunque se cuidaron de decirlo en público. A la mayoría de los niños, inocentes y crédulos a la usanza de la época, Mamá Noelia le conquistó los corazones a fuerza de juguetes mejores que los que sus padres podían comprar y atribuir a Papá Noel.
La generosa tournée de Doña Celina vestida de rojo se repitió año tras año y es así que algunas Nochebuenas más tarde, ningún niño de por allí recordaba la existencia de Papá Noel. Para ellos solamente contaba Mamá Noelia; y si algún amiguito de otros pueblos venía con el cuento de que “Papá Noel no existe”, en Colonia Indio Verde se lo anoticiaba: “Claro que no, zonzo. Papá Noel se cayó del trineo en Venado Tuerto y se rompió el cogote, por pelotudo; por eso está Mamá Noelia”.
Al paso del tiempo todo el caserío terminó acostumbrándose a la singular presencia navideña. Cualquier forastero que osara defender la idea de una versión masculina de Mamá Noelia era tenido o bien por estúpido, o peor aún, por alguna clase de desviado sexual. Como siempre, Doña Celina Haedo Pando viuda de Zavalía se había salido con la suya.
Mamá Noelia murió pacíficamente en su cama en octubre de 1966. Se fue pisando ya los ochenta años, justo a tiempo, porque el gobierno del dictador Juan Carlos Onganía, anoticiado por algún correveidile que nunca falta, estaba analizando la posibilidad de meterla presa si hacía su aparición en la ya cercana Nochebuena. “Se empieza diciendo que Papá Noel es mujer y al poco tiempo ya se acepta que Julio César era maricón”, se decía en reunión de generales, entre quienes la historia de Roma se lee más bien por arriba.
Por si acaso, el delegado militar del distrito hizo pegar en la plaza de Colonia Indio Verde un bando mediante el cual se informaba a la población que “…personas que desean ver ondear el trapo rojo en lugar de nuestra Enseña Nacional intentan sembrar extrañas ideas entre nuestros jóvenes, induciéndolos a creer que el ciudadano NOEL, Papá, con último domicilio conocido en Polo Norte sin número, de profesión repartidor de juguetes, sería en realidad una mujer. El Gobierno de la Revolución Argentina desmiente categóricamente semejante patraña”.
Los niños de Colonia Indio Verde pasaban frente al centinela armado que custodiaba el bando militar, y cuando éste ya no podía verlos se miraban, cómplices, y hacían con sus manos el clásico gesto que indica la presencia de un gigantesco par de tetas.