Jugar al polo

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¿Jugaste polo? No, la verdad que yo tampoco. Es un deporte complicado, hasta para la gente que lo tiene que ver. Es al día de hoy que intentando entender, me duermo viendo los partidos. En eso hay un parecido con las vacaciones familiares, es como una siesta eterna. Pero, volviendo, hablar de polo es una manera distinta para iniciar algún intento de conversación. En la ruta es difícil, pero nunca imposible. Con un mate de por medio siempre se puede.

 

Ver a un caballo blanco, pensar y preguntar. Es eso buscar conversación en este contexto. Dentro del verde de la pampa bonaerense es una grata sorpresa. Ojos negros, recién peinado. ¿Será como el caballo de San Martín? No, ese era marrón, y dicen que era una mula. Igual es mejor imaginarlo así, para que no desentone tanto. Pensar todo como si fuera una experiencia sensorial, el sonido de sus pezuñas, los tonos de su piel. Quizás no el olor porque no es muy placentera esa parte. Como sea, ese día tenía sentido pensarlo así porque había un sólo caballo. Estábamos volviendo de Carhué, tampoco es que en esa zona haya muchos caballos. Al menos en Mar del Plata había un par más, el arte de concentrar que tienen las grandes ciudades. Todas esas personas vestidas jocosamente con esos trajecitos verdes -igual creo que esos eran los de equitación, mucha atención no soy de prestar- estando en el siglo veintiuno; todos esos bichos domados paseando. Y pasan las señoras preguntando “¿Jugás polo?”. No innovan mucho a la hora de preguntarme. Van, se sientan en unas gradas incómodas que salen una fortuna con una cara de placer que es incomprensible.

 

Eso sí, sólo una pelota. Era invariable eso, todavía no habían logrado cambiar las reglas para poder tener más. Aunque quisieran, para ostentar. No por nada en el pueblo decían que somos iguales que los porteños. El citadino buscando paz en el campo, ese paisaje tan amarillo, tan verde; infinito campo con partes rocosas, pequeños bosques, y con algunos gauchos como recuerdo del paso de la humanidad. Es hermoso en verdad, pero no había nada que me diera más paz que esas bestias, tan inocentes. Esos ojos, tan penetrantes como un flechazo, tan negros como la noche en medio de la nada misma sin las luces artificiales – ni siquiera las de kerosene -. A veces esas situaciones de encuentro se veían interrumpidas por alguno de mis tíos, que siempre tenían algo para presumir. No es que no fuera habitual, pero eso me hacía volver inmediatamente a la ciudad. Por lo menos, hacía que volver fuera más rápido que ir viajando por la ruta.

 

El caballo imaginado entró a correr, galopar, para acercarse a la camioneta. Frenamos porque no sabíamos si lo íbamos a embestir. Frenó también, creo que me golpeé. Se terminó de acercar por mi ventana, para mirar. Para mirarme. Parecía que se iba a tornar incómodo pero no fue así, al principio y sin saber por qué le quise escapar pero se me quedó mirando. Ahí estaba, enfrente nuestro, camioneta y caballo en la banquina. Justo ese día viajaba adelante, complicándome con un mapa de los setenta porque el tío Carlos decía que era mejor que el GPS del celular. Era medio transparente así que mi intento de ocultarme atrás fue un fracaso absoluto, bajé el mapa. No sé si me quería decir algo, pero esa vez fue muy distinta a todas las demás. 

 

En mi cabeza ahora estaba viajando al campo, no me podía desligar del paisaje, y eso fue una paz que aunque forzada me hizo desconectar de mi familia. ¿Sería ese mi momento de vacacionar? Aunque fuera irónico así parecía. Qué mejor que tener dentro de mi cabeza todo ese campo, pasto por pasto, con cada una de sus vacas y caballos, piedra por piedra. Se me fueron las ganas de dormir, por completo. Incluso puede ser que me empezó a interesar el polo, pero siempre es preferible verlos en libertad. Sin ningún rastro de la ciudad ni de la gente que veía todos los días. 

 

 La camioneta siguió, faltaban seis horas para Mar del Plata pero esta vez fue más rápido de lo normal. Cuando uno se graba una sonrisa en la cara, hace que todo sea más fácil. Vivíamos, bah, vivía en XX de Septiembre y 25 de Mayo. Que linda es la plaza pegada a la clínica de por ahí, esta vez había otro caballito. Igual no frenamos esta vez. No entendí muy bien porqué. Pero bueno, que lindo es poder sacar tema de charla en la ruta. ¿Jugaste alguna vez al polo?

 

 

Ihan Quiroz

Ihan Quiroz
Ihan Quiroz
Nació en Vildecans, en 2003, aunque reside en Mar del Plata desde su temprana infancia. Es estudiante de licenciatura y profesorado en Ciencias de la Educación (UNMdP), militante y, en sus ratos libres, apasionado de la literatura argentina.

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