El inesperado retiro del astro futbolístico Claudio «Maravillita» Bertolari, anunciado ayer por el mismo deportista, ha conmocionado al mundo entero. Y no es para menos, si se piensa que la afición y el periodismo de cada rincón del planeta consideran al delantero argentino como el más grande jugador de todos los tiempos, la estrella que terminó para siempre con las polémicas referidas a la hipotética superioridad de Distéfano, Pelé o Maradona. El meteórico ascenso de Bertolari a su trono indiscutible consiguió tal unanimidad universal que su adiós será, a no dudarlo, el antes y después de Cristo de la historia del fútbol.
«Maravillita» inició su hoy legendaria carrera deportiva el jueves pasado, vistiendo los colores de Malón Patrio Unido, una modesta formación de la Liga de Fútbol de Nuncaleufú, en La Pampa. El destino, que siempre vela el camino de los elegidos, le puso la camiseta número nueve casi contra su voluntad, ya que el futuro titán del balompié concurrió ese día a la sede de Malón Patrio Unido con el solo propósito de recuperar su cartera, olvidada allí tras pagar unos refrescos.
Pero allí estaba el acaso, acechante. En el mismo momento en que Bertolari se retiraba con su billetera recuperada, el árbitro del encuentro que debía apurar el equipo local contra el Deportivo Cultrún amenazaba al dueño de casa con la pérdida de los puntos por no reunir el mínimo reglamentario de jugadores.
El entrenador de Malón Patrio Unido no dudó. Tomó a Claudio del brazo y pese a las protestas del joven le urgió a ponerse la número nueve.
—Nunca jugué a la pelota, don; encima ando con una gripe de la gran puta, no ve que se me caen los mocos —reculó, según se cuenta, el futuro «Maravillita».
—No importa. Usted entra, espera a que el árbitro dé la orden de empezar y sale —habría contestado, ante la evidencia de los mocos colgando, el técnico.
Claudio Bertolari, sonándose la nariz con la número nueve de Malón Patrio Unido, ingresó al mismo tiempo al campo de juego y a la historia, para salir quince segundos más tarde de aquél, pero nunca más de ésta.
A la mañana siguiente la fotografía de Bertolari saliendo de la cancha al tiempo que despeja su tracto nasal a costa de la camiseta, ilustró un breve suelto en el periódico regional. «El 9 del perdedor, un tal Bertaruli, o Bertoncini, besa la casaca de Malón Patrio Unido a pesar de la goleada en contra», explicaba el epígrafe.
Testigos consultados en la tierra natal del ídolo cuentan que la foto llamó la atención de cierto corresponsal espontáneo, que cada tanto envía algún material a los diarios de Buenos Aires. Aparentemente el comedido prefirió embellecer un poco el epígrafe y, en pocas horas, la imagen del moqueante Bertolari recorría el país desde las páginas del más popular deportivo de circulación nacional, acompañada de unas líneas: «Claudio Bertolari, la maravilla del Sur, deja la cancha besando la camiseta tras una faena inolvidable». Horas después el semanario decano del deporte argentino, ni lerdo ni perezoso, se hizo de la fotografía y para no ser menos la mandó a la tapa. «Quién para a ‘Maravillita’ Bertolari: juega, golea y besa la camiseta», tituló en grandes tipos.
Aquel desconocido que luego de marear rivales lleva a sus labios con unción los colores de su escuadra, no podía pasar desapercibido en los mercados siempre ávidos de cracks sudamericanos. En cuestión de horas «Maravillita», como ya se lo conocía aunque él no se hubiera enterado todavía, pasaba a formar parte de la nómina del afamado representante de futbolistas Ottavio Alonso y éste lo tenía ofrecido a varios clubes europeos.
La fluidez del mercado de pases del viejo continente hizo lo suyo. En minutos Bertolari era jugador del Lieja de Bélgica; hasta que una hora después el Real Madrid, siempre a la caza de talentos, adquiría el pase del jugador. Pero a las siete de la tarde el Manchester United, tras desembolsar una cifra nunca igualada hasta la fecha, madrugaba al Real y se quedaba con el contrato. Las redacciones se desesperaban informando y contrainformando a medida que la cotización de Bertolari subía y su nombre era pronunciado en más y más idiomas.
«¿Bertolari a Europa?», se preguntaba la portada del gran diario argentino al día siguiente; «Se va Maravillita, nomás», se leía en la tapa de «Olé», que debió reimprimirse a último momento para anunciar que «Claudio ya es del Inter: el mejor futbolista del mundo viaja de Manchester a Milán».
Sí. La poderosa escuadra milanesa batía una vez más el récord del monto oblado por el pase de un futbolista.
Mientras tanto, asistido por su flamante representante y algunos allegados que a esa altura de los hechos se desplazaban en una caravana de combis, Bertolari demostraba que no se llega casualmente a los primeros planos sino que, por el contrario, sólo quienes se hacen valer terminan en la cima. Sus exigencias fueron elevándose con el sucederse de los acontecimientos: recién vendido al Lieja, «Maravillita» manifestaba, besando a pedido de los fotógrafos la casaca del club belga, que aspiraba a ganar, al menos, lo mismo que obtenía hasta entonces como ayudante del repartidor de soda de su pueblo; pero mientras su pase fluctuaba entre el Real Madrid y el Manchester, el astro endurecía sus condiciones. En conferencia de prensa difundida por las cadenas internacionales de noticias decía Bertolari: «Bertolari es un profesional, Bertolari va a dar la vida por los colores del Real o del Manchester pero Bertolari no mueve una gamba por menos de dos millones», ello dicho con el acompañamiento de fragorosos ósculos sobre ambas camisetas.
Quien haya pensado que «Maravillita» estaba tirando demasiado de la cuerda no podía estar más equivocado. Apenas el Inter mostró interés por adquirirlo, Bertolari llamó a una nueva conferencia de prensa: «Bertolari está listo para dar todo por el Inter; Bertolari viaja hoy mismo si es necesario, pero Bertolari piensa que la carrera de un profesional es corta y hay que hacerse valer». Al mismo tiempo que cubría de besos apasionados la casaca azul y negra solicitó que la dirigencia milanesa pusiera a su disposición un castillo en España, aunque al explicársele que Milán no queda en España se mostró flexible en la búsqueda de otra solución inmobiliaria; pidió además autos, aviones, botes, submarinos y transbordadores espaciales para sus movimientos y la renuncia inmediata del primer ministro canadiense. El club italiano, huelga decirlo, se allanó a todo. Y hasta ofreció a «Maravillita», en lugar de la renuncia del premier canadiense, cambiar el sentido del tránsito a todas las avenidas de Milán para facilitar el traslado del jugador a los entrenamientos; o bien —si así lo prefería— mudar el estadio a media cuadra del castillo reservado al astro.
Pero no hubo caso. El miércoles muy temprano y por TV Bertolari tronó: «Bertolari está cansado del manoseo de los dirigentes y del primer ministro canadiense. Bertolari se quiere quedar en el Lieja o en el Manchester o en el Real, que son los colores que Bertolari lleva en el corazón. Bertolari prefiere retirarse antes que ir a jugar al Inter: Bertolari jamás pisará Alemania.» Tras discreto susurro de su representante, Bertolari agregó: «Bertolari capaz que pisa alguna vez Alemania, pero Italia ni loco».
Se iniciaron entonces frenéticas consultas telefónicas entre Milán y Ottawa. El primer ministro canadiense no se mostró encantado pero finalmente accedió a renunciar para no frustrar el pase del siglo. Cerca de la medianoche de ayer, y cumplida la razonable exigencia del astro, las partes se disponían a firmar en el contrato.
Pero consciente de su valía Claudio Bertolari ya había endurecido las tratativas. «Bertolari está dispuesto a dar la vida por los colores del Inter —dijo, ametrallando a besos la correspondiente camiseta; —pero Bertolari tiene una condición más: que Paraguay esté donde ahora está México, y que México esté en la parte del mapamundi donde está Paraguay. Si no, Bertolari no viaja».
Como no podía ser de otra manera la exigencia de Claudio «Maravillita» Bertolari impulsó un debate universal que tarde o temprano debía llevarse a cabo. Mientras el fabuloso jugador aguardaba la respuesta, miles de dirigentes, periodistas, intermediarios, amantes del fútbol y del deporte en general se preguntaban anoche si la imparable carrera de contratos millonarios y el endiosamiento del atleta rentado no habrán llegado demasiado lejos.
Pregunta que quizás no tenga respuesta todavía, no al menos para los millones de paraguayos y mexicanos que, si todo sale como se arregló finalmente, se cruzarán el viernes que viene más o menos a la altura de Venezuela, cargados con sus petates, en camino hacia sus nuevas ubicaciones geográficas.
Claudio «Maravillita» Bertolari descenderá en el aeropuerto de Milán besando la camiseta del Inter ante el delirio de los tifosi lombardos. Al pie de la escalerilla, sin embargo, su representante agitará un telegrama y una nueva camiseta para besar: «Tirá ese trapo, Claudio; te compró el Barcelona».
Ya habrán pasado cinco días, cinco largos días, desde que esa leyenda viviente que es Claudio Bertolari pisó por primera vez una cancha de fútbol. Este verdadero veterano de quince segundos de lucha, idolatrado por las hinchadas de Malón Patrio Unido, el Lieja, el Manchester, el Real y el Inter, alcanzará a probarse por algunos minutos y no sin antes cubrirla de besos la casaca azulgrana del Barça. Después será durante toda una noche titular indiscutido del Bayern Munich, ampollándose los labios en el consabido homenaje a sus nuevos colores; y apenas besada la camiseta bávara, tendrá que salir disparado hacia Brasil: «Bertolari siempre fue hincha del Flamengo, y para Bertolari defender los colores del Flamengo es el sueño del pibe», confesará con la boca inflamada de besuquear la roja y negra. Sólo pondrá como condición accesoria a su contrato, equivalente al producto bruto anual de California, que el Río Amazonas corra de norte a sur, y no de oeste a este; afortunadamente, a lo que es justo nadie se niega, ni siquiera el Ministerio de Asuntos Hídricos del Brasil.
Sin embargo, con las localidades del Maracaná agotadas para ver a «Maravillinha», con el mundo entero pendiente de la transmisión satelital mejor vendida de la historia, Bertolari anunciará su retiro.
Opulento como Craso y con los labios a la miseria, el viejo gladiador de 19 años ya carga sobre sus espaldas demasiado tiempo de fútbol, de aviones, continentes y castillos. Durante casi una semana le ha dado todo al deporte, a sus fanáticos, a sus colores. Nada es para siempre. Después de seis días —qué menos que Dios— es la hora del reposo.
Jorge Freijo