Observo el plato de espaguetis, con los escasos últimos restos de queso polvo, y la bolsita de El Rancherío, vacía, abandonada a un costado sobre la mesa, y los recuerdos se desencadenan. El mensaje que envié regresa a mi mente palabra por palabra.
Sr. El Rancherío
te escribo por la promoción de queso rallado El Rancherío (Polvo, Filatto, Emmental, Pizza y Tacos). Como observo que me tutean en el texto de las bolsas de queso, me tomo el atrevimiento de tutearte también. Me registré en el sitio de El Rancherío e introduje los códigos de diez puntos que obtuve en las bolsas de queso Polvo de cien gramos (ideal para mis platos de pasta). Reconozco que no son suficientes para el juego de cuatro manteles individuales con sus servilletas de tela de diseño Italiano [sic]. Sé que debo reunir veinte puntos, pero antes de que descartes este mensaje por improcedente te ruego que sigas leyendo y que conozcas mis razones.
Soy padre de cuatro hijos que crecen sanos y fuertes comiendo productos de El Rancherío. Hace un año mi esposa conoció a un norteamericano, más precisamente un mejicano, que me consideraba despreciable; convencida de lo mismo, me abandonó. Desde entonces me veo obligado a trabajar. Mi situación económica no es holgada, pero me esfuerzo para que mis hijos tengan siempre lo mejor: los productos de El Rancherío. Mis esfuerzos no han sido suficientes para solucionar un problema que, para alguien que no haya experimentado mis dificultades, podrá parecer intrascendente. Mis hijos no tienen mantel ni servilletas. Me atormenta la idea de no ser capaz de cumplir mis obligaciones de padre, de no ofrecer a mis hijos las condiciones que un hogar decente debe cumplir. Por eso, cuando supe que El Rancherío ofrecía de regalo cuatro servilletas y cuatro manteles de diseño Italiano, creí que se trataba de un milagro. Mi dicha se transformó en desasosiego cuando leí las condiciones. Debo conseguir veinte puntos antes del treinta de marzo, pero una bolsa de queso Polvo de cien gramos, bien racionada, me dura cinco meses.
No me queda otra alternativa que recurrir a tu bondad y a tu comprensión. Por favor, enviame el elegante y exclusivo juego de cuatro servilletas y cuatro manteles de diseño Italiano. Mis hijos y yo estaremos por siempre agradecidos. Por mi parte, prometo que compraré los productos de El Rancherío por el resto de mi vida.
Acepto las bases depositadas ante Escribano, que no leí. Sé que esas bases tendrán la flexibilidad necesaria para permitir un acto de caridad, porque creo en la bondad del ser humano. Sé que los veinte puntos podrán transformarse en diez y que el Sr. Escribano, siempre atento, reconocerá que se trata de un acto humanitario cuya única finalidad es lograr la sonrisa limpia de cuatro niños. Si así no fuera, perdería mi fe en la humanidad, seríamos esclavos sometidos a las reglas inflexibles que nos imponen computadoras sin sentimientos.
P.D.: ¡De El Rancherío yo me fío!
Los espaguetis se me enfrían y, mientras empiezo a saborearlos, pienso que ya pasó mucho tiempo. No recibí respuesta y perdí la esperanza de recibirla. Supongo que se limitaron a controlar los puntos y registrar mis datos. Había diez puntos. Veinte eran necesarios. Diez no eran suficientes. Aún así, hubiera sido justo que me enviaran dos manteles y dos servilletas, en proporción a mis puntos. Pero el mercado es insensible.
Reconozco que exageré algunos detalles, e incluso mentí en algunos fragmentos de mi mensaje, y me avergüenzo. Solo puedo afirmar en mi defensa que ellos también mintieron. Ofrecían cuatro manteles y cuatro servilletas de regalo, pero por un regalo no se pide nada a cambio. Mi venganza es inapelable: ya no compro los productos de El Rancherío. De El Rancherío ya no me fío.
Me están ofreciendo veinte por ciento gratis y un juego de copas de cristal. No sé cuánto tiempo resistiré.
Miguel Hoyuelos