Un estudio hecho en la Universidad de Warwick revela que países europeos como Dinamarca, Islandia, Irlanda y Suiza, considerados entre los más felices del mundo, son también los lugares donde más suicidios se producen. Hay distintos criterios sobre las razones que los provocan. Anoto un par. Algunos estudiosos, entre ellos el equipo de Warwick, sostienen que el nivel de felicidad de los otros es un factor de riesgo: los individuos descontentos que viven en lugares donde el resto es feliz evalúan su bienestar en comparación con el nivel general. Otra posible razón es la confrontación del sujeto con horizontes allanados. La desesperación nace frente a un futuro que ahoga. Lo imprevisible se restringe: no existen escollos, ni piquetes, ni calles cortadas. El tiempo, idéntico, corre con fluidez. En otras palabras, el porvenir no ofrece alteraciones. La inferencia es clara: la imprevisibilidad, la incertidumbre que hace del mañana una incógnita, preserva. Habría que encontrar artilugios para quebrar la planificación. Entre otras cosas, apelar al mareo como actitud filosófica. Hay una historia sobre el tema. Estamos en el siglo XII en un pueblo de Provenza. Giovanni, hijo de un comerciante textil, se vuelve loco. Dice que escucha voces. La familia no sabe qué hacer. Creen que está enamorado, que una bruja lo hechizó. Consultan con curas y anatomistas. Nadie da en el clavo. Giovanni está cada vez peor. Ahora rechaza al mundo material. Dice que ama la pobreza. Se desnuda en la plaza del pueblo. Alguien, quizás su madre, lo cubre con un sayal. Después, Giovanni se va a predicar la palabra de Dios a otros lugares. Es un Dios que lo culpa y lo enferma. Lo acompaña un hombre gigantesco, de tez oscura. Lleva una barba larga y desordenada. Le dicen León. Comen raíces y algún fruto, les hablan a los animales, se quitan los piojos. Bendicen a los ladrones que los roban en los bosques.
Una mañana –son apenas las siete–, se topan con una bifurcación de caminos: uno va hacia la derecha y el otro hacia la izquierda. Están confundidos. ¿Hacia dónde vamos?, pregunta León. Giovanni se queda pensando tanto tiempo que León lo olvida. Hacia donde la voluntad de Dios lo indique, dice de pronto. ¿Y hacia qué dirección indica la voluntad de Dios?, replica León. Se sientan a pensar. Esperan. Pasa el día entero. Antes del crepúsculo, Giovanni dice: La voluntad de Dios está por encima de la de los hombres. Hay que quebrar nuestra voluntad. Se les ocurre una solución. Giran sobre sí mismos hasta que el mareo los derrumba. De esta forma, señalan una dirección. Es una ruta insólita, imprevisible, que habilita una nueva hermenéutica, la del mareo. Parecida a la de los derviches turcos que bailan hasta que pierden el sentido. Los tipos se desmayan de tanto dar vueltas. De esta forma, acceden al vacío, que para ellos es la puerta al infinito. Ejercicios del movimiento circular. Mandalas. Al fin y al cabo, estrategias de supervivencia.