Aquelarre

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Si en el lecho deleitoso
logro un punto de descanso,
tuyo soy. Si satisfecho
de mí mismo un día me hallo,
y complacido me rindo
a tus deleites y engaños,
sea aquel mi último instante.
Dime, ¿aceptas ese trato?

Fausto desafía así a Mefistófeles en un pasaje muy citado de la obra de Goethe. La traducción en verso de Llorente, quizá no la más fiel, es la que nos resulta de lectura más fluida para representar este drama de armario. Fausto es un erudito; hombre maduro, pero no tan viejo todavía que su pecho esté ya exhausto, como él mismo dice. Ese pecho no exhausto es el punto en torno al que giran los problemas del drama.

Con la ayuda y supervisión de Mefistófeles, Fausto seduce a la joven Margarita, la embaraza y la abandona. El hermano y la madre de Margarita mueren, también su bebé. Goethe avisó: la obra se titula Fausto, una tragedia

Se espera alguna resistencia a las tentaciones de parte de alguien que se atreve a enunciar el desafío citado arriba. Ese desafío exhibe el orgullo de un hombre de honor que confía en la fuerza de su espíritu. Fausto, sin embargo, se zambulle de cabeza ante los deleites y engaños que Mefistófeles le sirve en su primer intento. El Señor esperaba más de él. Cuando entregó su siervo, dijo a Mefistófeles

Quedarás abochornado
viendo que un ser pobre y débil
el camino recto encuentra
entre tantas lobregueces.

El Diablo, por viejo o por lo que fuera, sabía más: “El doctor morderá el polvo, lo morderá relamiéndose”. Pero El Señor era aún optimista y, sin pensar mucho en las consecuencias de su autorización, dijo

El hombre, a menudo, en brazos
del reposo desfallece,
y es bueno que a cada instante
le anime, aguije y despierte
un compañero de viaje,
aunque el mismo Diablo fuere.

Así quedó sellado el destino de Fausto y, peor aún, el de Margarita y su familia. El famoso desafío es una muestra de romanticismo que arrastra a Fausto a los extremos, como en los siguientes versos:

Sentir quiero en mis entrañas
todo lo bueno y lo malo,
y en la esencia de mi vida
convertirlo y apropiármelo.
¡Venturoso yo si toda
la Humanidad en mí abarco,
y al fin y al postre, como ella,
choco, reviento y estallo!

Llorente tradujo ich zerscheitern, que significa fracaso o me estrello, por choco, reviento y estallo; mucho mejor. El deseo de chocar, reventar y estallar no parece difícil de satisfacer. Pero cuando se encuentra ante Margarita, Fausto frena. Se detiene y duda. Mefistófeles le da el pequeño impulso final:

Ven a consolarla, necio.
¿Porque luz no ven tus ojos,
piensas que todo está negro?
Te juzgué más endiablado.
iÁnimo y atrevimiento!
¡Bien haya quien nunca ceja!
No hay en todo el universo
cosa más triste que un diablo
desesperado y perplejo.

En esta y en otras ocasiones, Fausto se deja llevar. Sin embargo, su final no es del todo amargo. El triunfo de Mefistófeles no es reconocido y el alma de Fausto es recibida en el cielo por intercesión de Margarita, “virgen, madre, reina, por siempre diosa bondadosa… mujer eterna”.

Me estoy adelantando; todavía no llegamos a esa parte. En este momento estamos en la escena en que Mefistófles conduce hacia el aquelarre a un Fausto atormentado por la culpa. Goethe es más amable que los registros de la Inquisición cuando describe el congreso de brujas. No hay sacrificios humanos ni antropofagia. Sí hay desenfreno:

Al pié se revuelven, en grupo lascivo,
el chivo y la bruja, la bruja y el chivo;
y chivos y brujas, ¡Dios sabe qué harán!

Sexo, droga y rock ’n’ roll. Fausto va al aquelarre a distraerse y Mefistófles lo anima:

Es imposible parar
en aquesta danza loca:
la música otra vez toca:
saquémoslas a bailar.

El ánimo de Fausto mejora enseguida. Dice a su pareja de baile:

Dulce ensueño tuve un día;
frondoso manzano ví.
¡Qué dos manzanas tenía!
Por las manzanas subí.

La encantadora bruja, joven y bella, responde:

Gusta el hombre de manzanas:
ya las probó en el Edén:
hermosas las tengo y sanas
en mi huerto yo también.

Fausto se aparta cuando ve que un ratón rojo le sale a la bruja de la boca. Mefistófeles minimiza el incidente: 

¿Quién, en ocasión tan grata,
reparará en una rata,
no siendo la rata gris?

Es vasto el lugar, sus límites no se ven. En el cielo tormentoso los rayos iluminan el vuelo de las brujas. Estallan los truenos, y en tierra los brujos se quejan de tener que marchar a pié con el ritmo del caracol rastrero. La multitud danza, ríe, come y ama alrededor de mil antorchas y hogueras. No es posible mayor beatitud, opina Mefistófeles. La escena alucinante rebosa de ratas e insectos. 

El aquelarre está poblado de personajes llamativos que cada tanto expresan una impronta de su pensamiento. Aparecen un general, un ministro, un advenedizo, un autor; reflejos o caricaturas de contemporáneos de Goethe. Somos nosotros. Fausto y Mefistófeles se acercan a la hoguera en torno a la que estamos sentados. Mefistófeles nos anima también:

¿Qué hacéis en ese rincón,
señores de cierta edad?
Venid y participad
de la común diversión.
Buscad el fuego que abrasa
a la juventud brillante:
ya tendréis tiempo bastante
para aburriros en casa.

Uno a uno nos paramos y recitamos nuestra parte. Estoy sentado hasta que llega mi turno. Soy un autor. Me paro y digo:

¿Quién encontrará sustancia
a lo que se escribe hoy día?
¡Qué juventud tan vacía!
¡Qué orgullo y qué petulancia!

Me siento rápido, avergonzado de lo que acabo de decir. Suena la música. Quizá no me hayan escuchado. Apoyo una mano en el piso y agarro un poco de arena. ¿Estoy en una montaña o en una playa? Ese retumbar, ¿son truenos u olas? Tengo hambre, sed y los sentidos embotados; es normal: estoy en medio de un aquelarre. Escucho a Mefistófeles cuando dice: “al género humano encuentro digno ya del Juicio Final”. Se refiere a mi discurso presuntuoso y auto-complaciente. Estoy mal: me preocupa lo que el Diablo piense de mí. Me hago todo lo pequeño que puedo, sentado en el piso, abrazado a mis rodillas. 

Alzo la mirada y veo dos ratones pasar ante la hoguera, se detienen un momento, parece que conversan, y siguen su camino. Esto lo vi: es una viñeta de Ocalito y Tumbita. Los márgenes tenían ratones que vivían su propia historia en segundo plano. Todos tenemos nuestra historia, casi todos en segundo plano. Tumbita decía: “¡Qué lindo que es comer y no hacer nada!”. Veo a Fausto taciturno e insatisfecho, como siempre, solo interesado en lo que está más allá de su alcance. Ocalito y Tumbita son lo opuesto. Fausto y Mefistófeles se alejan; siguen su historia de primer plano.

Estamos cansados y aturdidos. Se ahorran escenas y se acerca el final. Margarita y su familia mueren. Fausto y Mefistófeles siguen con lo suyo. Fausto, insaciable, conquista a Helena de Troya, ideal de la belleza femenina. Pasan años. Fausto muere. La muerte le llega en un instante de satisfacción y reposo; eso le saca puntos, pero igual es perdonado y recibido en el cielo. Fin. 

Me paro y palmeo para sacarme la arena de las manos. Empiezo a caminar con la vaga esperanza de tomar la dirección en la que debo ir y, mientras camino, sigo pensando en Fausto. Me doy cuenta de que es perdonado no solo por los buenos oficios de Margarita, también por su anhelo permanente de algo superior, por su perseverancia en la insatisfacción. Y también por una argucia en el contrato, por una palabra a la que Mefistófeles no dio la importancia que tenía: complacido. Fausto se rindió desde el principio a los deleites y engaños de Mefistófeles, pero nunca complacido, nunca logró un punto de descanso, nunca estuvo satisfecho de sí mismo; o eso decía. Así derrotó a Mefistófeles durante años, hasta su último día. Mefistófeles había dicho: lo hacía más endiablado. Yo no lo hacía tanto. Recuerdo su rostro embelesado mientras observaba las manzanas de la bruja. Miradas similares entrañaron pasaje directo al infierno en otras ocasiones. Todo perdonado, al cielo igual. Y la bruja al infierno con sus deliciosas manzanas, que en el cielo serán añoradas.

El aquelarre y la obra terminaron. Amanece. Las nieblas que embotan el entendimiento se disipan un poco. El mundo adquiere consistencia ante la luz del sol. La Creación tiene lugar en cada amanecer. Luz no veían mis ojos y pensaba que todo era negro. Mis sentidos, sin embargo, no se recuperan del todo. Entrecierro los ojos mientras camino; no me desagrada recordar la sensación que tenía antes del amanecer. Siento que dos fuerzas tiran de mí en direcciones opuestas. Una me lleva a un lugar que podría llamarse así: “choco, reviento y estallo”. La otra, me conduce a “qué lindo que es comer y no hacer nada”. Repito “choco, reviento y estallo”, y pienso que obrar sin descanso es el camino a la auto-superación, una meta que justifica cualquier sacrificio, auto-destrucción incluida. Hago dos pasos y me digo “qué lindo que es comer y no hacer nada”, y se me ocurre que esta frase es más sabia de lo que parece a primera vista. Así oscilo, entre un camino y el otro.

Miguel Hoyuelos

Miguel Hoyuelos
Miguel Hoyuelos
Nació en 1965. Es doctor en física, profesor de la Universidad Nacional de Mar del Plata e investigador del CONICET. Ha publicado cuentos en distintos medios, como Axxón y Próxima, y en la antología Más acá (2015). Escribió la novela de ciencia ficción Siccus (2014), que obtuvo le mención especial del UPC 2004, y su continuación, Oshjam (2017). Publicó los libros de divulgación Física manifiesta y Ciencia y tragedia, los griegos y sus herederos (2013), y una parodia de la astrología: Astrología Argentina (2012).

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