Primer domingo

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I

Eran unos vitraux amarillos, pequeños y rectangulares; si alguien tuviera la intención de alcanzarlos estirando un brazo, no lo hubiese logrado. El sacerdote continuaba hablando, no sería posible, entonces, escapar por esas ventanas, no solo porque estaban altas, también había que romperlas y en la iglesia, a la vista, no había ningún elemento para trepar, ni para golpear y poder abrirlas. El víacrucis también estaba alto, las imágenes estaban pintadas en planchas de maderas colocadas sobre una viga de importante tamaño que recorría casi todo el inmenso lugar, las grandes dimensiones de todo, inquietaba. Era imposible pensar en tomar una de esas placas de madera para destruir alguna de las ventanas amarillas, por si aparecía un loco y comenzaba a disparar. El sacerdote hacía grandes ademanes y la gente reía de vez en cuando. No entendía mucho los pormenores de lo que decía, pero sí sabía que estaba hablando de la Mother Mary and someone who cuestionaba if she was mother of God o if she was only Jesus’s mother. Jesus is God, so she is mother of God, algo así era lo que entendía but i couldn’t laugh because I couldn’t understand the details of his discurso. Solo captaba algunas cosas, o el tema but not all of the idea. El sacerdote se movía en el altar como si fuera un escenario de teatro, detrás había una placa rectangular de mármol, parecía una pequeña pared que dividía la zona del fondo con la del altar-escenario, como si fuera el backstage. En cuanto vi ese mármol, pensé en que si un loco aparecía saldría corriendo hasta detrás de esa especie de tabique, aunque no sabía si las balas traspasaban el mármol, además esos locos ya saben dónde pueden ocultarse las personas. Recordé la película “Tenemos que hablar de Kevin”. El canto navideño me distrajo, de repente recordé las navidades en mi casa. Cuando éramos chicos, mi abuela nos hacía escuchar un disco de pasta con villancicos y ahí estaban cantando en inglés canciones navideñas, en vivo y en directo, noooche de paz, noooche de amor todos duermen derredor, lalalalalalala. El coro se encontraba junto a la placa de mármol ubicada detrás del altar. Los hombres que estaban en el estacionamiento con los micrófonos y auriculares, que ahora permanecían de pie observando todo desde los pasillos laterales, indudablemente eran de seguridad. Cuando los vi en el inmenso estacionamiento, pensé que en Estados Unidos todo es exageradamente monumental y preventivo; pero luego, al entrar en la iglesia llena de gente, niños por todos lados, familias y descubrir los pequeños vitroaux amarillos imposibles de alcanzar, recordé a los que disparan donde hay multitudes, esos que vi en los noticieros en Argentina, esos que aparecen en las películas, esos que acá, en Estados Unidos, son realidad. Tuve ganas de salir un rato a ese patio lateral donde había sillas ubicadas como en un cine, frente a una pantalla gigante, pero preferí quedarme ahí. Ya era el momento de comulgar, además supuse que si un loco aparecía, primero dispararía a todos los que andaban afuera, y si uno quisiera correr no había nada cerca para cubrirse, porque en ese lugar de Texas, todo era lejos, desierto y amplio, hay muchos kilómetros para ir de un lugar a otro, imposible que aparezca un refugio. Es como un campo inmenso, pensé, con edificios o galpones dispersos a una gran distancia entre un lugar y otro, y si yo quisiera escapar, el que dispara podía tenerme en la mira un buen rato, porque todo es desierto, todo es distancia. Decidí comulgar. Había un orden establecido, primero salía la primera fila, cuando todos ya habían comulgado, avanzaba la segunda, nosotros estábamos lejos, faltaba mucho para nuestro turno. Estaba un poco nerviosa, con el tema de los tiroteos donde se junta mucha gente. Por momentos me tentaba decirle a John que saldría a tomar aire, pero no quería separarme de él. Entonces pensé, la única forma de no ser tiroteada sería tirarme al piso, cubrirme con algún cuerpo ya muerto y quedarme quieta, aunque esos locos disparan y disparan en el mismo lugar para asegurarse que nadie quede vivo. Eso es lo que vi en documentales y películas. Nos tocó comulgar, me ubiqué en la fila y me acerqué al sacerdote, colocó la hostia en mi mano y dije amén en español.

Traté de ver qué había detrás del altar, más allá de la pared de mármol pero no alcancé a ver ninguna puerta de salida. Había un espacio detrás de ella, seguro, pero no pude ver bien cómo era…, tal vez un pasillo con diferentes salas y alguna salida, pero no lo sabía con certeza. Caminé hacia mi asiento.

Tenía muchas ganas de que finalizara la celebración para alejarnos de la muchedumbre lo más rápido posible. Cuando el sacerdote estaba por dar la bendición John me dijo al oído, ves esos hombres con auriculares allí parados y señaló a los que yo había visto, son de seguridad, están conectados por si algo pasa, por si viene alguien y comienza a disparar. El sacerdote nos bendijo y comenzó a recorrer el pasillo principal junto a unos niños monaguillos. Sentí alivio al caminar hacia la puerta, pasamos cerca del pesebre que estaba en el altar, del apuro no me detuve a apreciarlo. Salimos por una puerta lateral.

Caminamos por el estacionamiento hacia el auto, estaba lejos. Las familias salían sonriendo, con ese aire de misa, con ese aire de santidad y bondad, ese aire que se te pega en la cara cuando estás en misa. El sol también parecía inmenso, como todo allí. Subimos al auto, volví a ver a la mujer india de vestido rojo, su vestido brillaba más que antes, era el sol de mediodía. Tomamos la carretera y John me preguntó si me gustó la misa. Mucho no entendí, solo supe que hablaba sobre Mother Mary and if she is mother of God, because Jesus is God.

II

Los esperábamos ansiosos, un olor a asado venía del restaurante. Vigilábamos el estacionamiento sentados en un banco cerca de la entrada, el sol seguía hermoso. John parecía orgulloso de presentarme a su hija y de que ella me conociera. Aunque yo estaba un poco nerviosa porque según las historias de cada familia puede resultar algo traumático o alentador. John tomaba sol pero no dejaba de mirar hacia la carretera, el gran estacionamiento desembocaba en la ruta. Su hija y su reciente marido se encontrarían con nosotros para almorzar y festejar el cumpleaños de John. La noche anterior, ellos habían pasado el Año Nuevo con amigos y hoy lo saludarían por su cumpleaños. Era extraño, al parecer acá la juventud festejaba con amigos el Año Nuevo, yo estaba acostumbrada a que en Argentina esas fechas son de familia y luego de brindar los jóvenes salen por ahí. Todo lo percibía muy diferente, tal vez solo era costumbre de John y los suyos y los demás la pasaban en grandes fiestas familiares. Nosotros, solos, fuimos a festejar el Año Nuevo a un restaurante francés en Irving. Todo era delicioso, no sé nada de cocina pero sé que la francesa es destacable. No me había dado cuenta de que era francés, supuse que eran platos texanos, pero John me dijo: El dueño es un chef francés. ¡Ah! me había desorientado el hombre en la entrada cantando, tenía pelo blanco corte recto y cuadrado, con cuadrado quiero decir con una raya al costado, un techo de pelo recto, al igual que los costados que también formaban líneas rectas al estilo Trump. Corte cuadrado, típico de muchos en Estados Unidos.

Llevaba una camisa a cuadros abotonada hasta el cuello y tocaba una guitarra eléctrica, pero luego descubrí los espejos con gruesos marcos labrados en las paredes y dos pinturas gigantes de Toulouse Lautrec colgadas a la entrada, al costado del hombre de cabeza cuadrada. John feliz me avisó que ahí llega mi hija, ese auto, y señaló uno verdoso que entraba desde la carretera al estacionamiento. Dad! Happy Birthday!, gritaba una preciosa joven a unos metros y cargaba una caja con un moño gigante. Se acercó, cantó el feliz cumpleaños y se la entregó. John la saludó emocionado, pero no la abrió, yo estaba muy intrigada por ver qué le había traído en esa hermosa caja con semejante moño. Vamos adentro, dijo él y saludó al marido, un joven extremadamente gigante. Tal vez es jugador de fútbol americano, me dije, uno de esos que tienen una espalda y una altura impresionante, aunque lleva un sombrero texano; sin embargo, parece más un cowboy que de un equipo de fútbol, sí, parece un cowboy de los rodeos. Nos saludamos apresurados ya que John se dirigió al restaurante. Debíamos hacer una fila con una bandeja enorme y elegir de la parrilla lo que queríamos. Al ver que yo hablaba español, uno de los parrilleros me saludó en español, creo que eran casi todos mexicanos y alguno indio. Me llenaron la bandeja de unos trozos grandes de carne y pedí unas costillas. Todo lo ubicaban sobre la bandeja, sin plato, porque lo que funcionaba de plato era el mantelito que cubría la bandeja que era de un material impermeable como un papel plastificado y descartable.

Luego fuimos a un área donde te servían ensalada o cualquier tipo de acompañamiento, papas, puré y otras cosas. Me serví un pote pequeño con papas con mayonesa y algo más que no sé qué era, pero se veía rico. Luego, debíamos pasar las bandejas frente a la cajera, a algunas las pesaban y a otras solo miraban qué tenían, John pagó todo. Él y yo nos fuimos rápido a buscar una mesa, teníamos hambre luego de haber ido a misa sin desayunar.

El cowboy no había hecho ningún comentario en la fila. Tal vez mi presencia lo inhibió o tal vez como a veces hablábamos español eso le generaba algo de distancia, no lo sé, pero nada dijo el muchachote. Se sentaron frente a nosotros, ella tan amorosa conversaba con su papá y también me preguntaba cosas en español. Los tres hijos de John hablaban español, habían estudiado el idioma en un instituto, al salir de la iglesia John me había mostrado el edificio. Ella hablaba expresándose de manera exagerada, todo era una súper felicidad por cómo se expresaba, una súper alegría estar ahí los cuatro. John no conocía mucho al cowboy, se habían casado hacía poco y hacía poco se lo habían presentado. Calculé que debía haberlo visto tres veces, en la presentación formal del novio, en el casamiento pagado por él y ahí en el estacionamiento, en esa parrilla junto a la carretera, de pasada, porque debían volver a su ciudad después de haber festejado Año Nuevo con amigos y de almorzar por el cumpleaños de su padre, mi amoroso John. Con la preciosa joven hablamos de Argentina, mi trabajo y le conté que en poco tiempo me retiraría. Ella hablaba en un muy buen español, haciendo exagerados ¡Ohhh! ¡Ahhh! ¡Wow! y yo respondía en inglés y en español. Era una especie de diálogo cortado pero con toda la intención de entendernos y estar en contacto, aunque frente a mí tenía al cowboy mudo, serio, sin intención de comunicarse.

Pensé que tal vez lo inhibía no saber español o que conocer a la novia argentina de su reciente suegro no le interesaba o tal vez era así en la cultura del primer mundo, mantenerse distante de quien realmente no le interesa, qué sé yo. Muchas cosas pasaban por mi cabeza mientras veía al cowboy comiendo serio y en silencio frente a mí. Pensé en hacerle una pregunta en mi horripilante inglés, pero como él no sabía español, si la respondía yo no iba a entender una mierda, además supuse que él no tendría intenciones de comunicarse y todo iba a ser muy difícil. Seguí comiendo la deliciosa carne que estaba en mi bandeja, era tan rica como en Argentina y también comí las papas aprisionadas en el potecito descartable. Mientras hablábamos con la joven surgió la idea de sacar una foto, dije que no sonreiría, abrí mi boca y señalé mis dientes con brackets, arriba y abajo. Ella se rio y mostró sus perfectos dientes. John dijo algo y a partir de ese momento el almuerzo se fue a la mierda. Todo había ido bien, charla de acá y de allá, wow, ah, ohh, very good, very nice, super, etcétera, traducciones, intentos de comunicación, diálogos desprolijos, cortados, etcétera. La cara de culo del cowboy hasta el momento no había molestado, solo estaba ahí como un culo sentado en la mesa, frente a mí, pero bueno, siempre hay un culo en cualquier reunión, solo hay que saber sobrellevar el culo que tenemos cerca. Entonces John habló y ahí se arruinó todo. El tema era cómo soportar un culo en otro idioma, no sabés si su situación de culo es por el idioma, cultural, un tema personal con Argentina, con el suegro, con el horario, conmigo, con el compromiso de ese almuerzo junto a la carretera, con la carne o por lo que mierda sea.

Como decía, la hija de John, abrió su boca y mostró sus dientes perfectos, sus dientes alineados, entonces John comenzó a hablar en inglés y ahí me perdí, pero el cowboy reaccionó. Fue el único momento en el que dijo algo, tuvo como un despertar, pero la cosa no fue linda, la cosa rotó a fea, el culo con sombrero texano se puso de pie, hablaba en inglés sin parar dirigiéndose a John, supe que no era bueno lo que decía por la cara y el tono. John sorprendido lo miró y la joven delicada, wow, oh oh, se puso de pie también, apoyó la mano en el cowboy como para que se calmara y yo no entendía una mierda, todos nos levantamos de la mesa, la hermosa joven abrazó al padre, debe haberle dicho que no se preocupara porque algo le susurró al oído, el cowboy ya se estaba yendo y lo miré a John como para que me explicara qué había ocurrido. John sonreía sorprendido con sus ojos vidriosos, se enojó, se enojó, no lo sé, se enojó, repetía sin parar. Por un momento, creí que el cowboy se iría al baño a recomponerse y nos sentaríamos a la mesa otra vez para tratar de aclarar la situación, pero la pareja se dirigió directamente al estacionamiento. Nosotros los seguimos como dos boludos. Vimos cómo se subieron al auto, la dulce amorosa wow, oh, ah, saludaba desde la ventanilla del acompañante sonriendo feliz como si nada hubiese ocurrido. Nos quedamos con John viendo cómo el auto abandonaba el estacionamiento y tomaba la carretera. El sombrero de cowboy podía distinguirse en el lugar del conductor, el auto de la preciosa hija se fue alejando, quedamos mudos en el estacionamiento.

III

Hacía apenas tres días que había llegado a los Estados Unidos y ya estaba muy confundida. Esa noche, luego de lo sucedido al mediodía con el cowboy, no pude dormir, no entendía nada. A la mañana siguiente, John me dijo que tampoco había podido dormir bien, que todavía tenía una sensación muy extraña. Amargura, le dije. Él ya me había explicado cuáles habían sido las razones del enojo del cowboy, pero creía que esos motivos no justificaban su comportamiento. John le había hecho tres bromas y al muchachote no le habían caído bien, por eso se levantó y se fue. Le dije que tal vez tenía un tema con la violencia, tal vez el padre le pagaba a la madre o tal vez el padre le pegaba a él, uno no puede saber lo que hay detrás de cada persona. John no conocía al cowboy, como me imaginé, solo lo había visto cuando la hija fue con él a su casa para que lo conociera y avisarle que se casarían y luego en el casamiento, en esa fiesta lujosa que John tuvo que pagar, porque parece que en Estados Unidos el padre de la novia paga todo, hasta los invitados del novio.

-¿Qué fue exactamente lo que dijiste, John?

– Cuando mi hija te mostraba los dientes y te decía que ella había tenido ortodoncia de chica, el marido sin querer señaló con su dedo cerca de la boca de ella y sin querer la golpeó, porque ella se movió. Ocurrió en dos segundos.

Entonces le dije: “Ehh, no golpees a mi hija”. Solo fue un comentario, un joke in the moment. Eso lo molestó. Y luego de eso mientras estábamos hablando hice otro chiste y ahí se enojó, se levantó y se fue.

– ¿Y qué dijo él cuando se levantó? Porque te dijo un par de cosas.

– Que el primer chiste lo aguantó, pero que los que siguieron no, por eso se iba y que yo siempre estaba bromeando.

-Claro, no se conocen, vos siempre estás bromeando. Creo que su reacción fue exagerada, tratándose de un encuentro corto. Además, era tu cumpleaños y no habían pasado Año Nuevo con vos, sumado a que viven a cinco horas de acá. Era un encuentro tuyo con tu hija. Aunque no lo conocemos tal vez tenga historias de violencia en su familia.

– Yo no sé qué piensa. Solo me importa mi hija que está con él. Espero que ella no se sienta mal por lo sucedido, a mí no me importa él, es un extraño para mí, solo me importa mi hija y que no se sienta afectada por lo sucedido entre ese niño y yo. Si fueron bromas, que no le gustaron, podría habérmelo dicho seriamente y listo. No hacer ese drama y terminar así el almuerzo. Es un niño.

Dos días nos duró el malestar, yo no llegaba a comprender qué sucedía realmente, recién llegada de Argentina, tan ansiosa por conocer a su familia y el encuentro fue algo desagradable. El siguiente domingo nos quedamos en su casa y luego salimos a correr.

IV

– Me llamó mi hijo para que vayamos a visitarlo al restaurant donde trabaja –dijo John.

Mi reacción no fue de entusiasmo, recordé al auto de la hija alejarse en la carretera con el cowboy al volante y a nosotros dos de pie en el estacionamiento.

– Por favor no hagas ninguna broma, no quiero que tu hijo raje del restaurante y nos deje como a dos boludos –fue lo primero que le dije.

– No, mi hijo no es como ese niño que está con mi hija. Igualmente no voy a decir nada –murmuró y agregó: – Mañana por la noche vamos.

No me entusiasmaba la idea, todavía estaba un poco confundida. Volví a decirle que no se le ocurriera bromear con nada, porque parece que la juventud hoy es muy sensible y hay temas con los que no se bromea.

Llegamos a Irving, cerca de la casa de John. Era una noche fría, luego de manejar por la carretera, él tomó una calle lateral, y aparecieron en el paisaje infinidad de inmensos edificios cuadrados, en diferentes lugares, algunos más alejados, otros más cercanos, parecían cubos con lucecitas. Era como entrar en un set de filmación, estar en medio de la escenografía de una película.

Grandes edificios con la misma forma de distintos tamaños, iluminados por las luces de las ventanas todas iguales, como pequeños rectángulos que irradiaban luz. John detuvo su auto en el estacionamiento del restaurante.

Detrás del edificio podía verse un lago como un espejo, las luces de la ciudad se reflejaban nítidas en él. El agua quieta, oscura y las luces ahí reflejadas. Caminamos hacia el lugar, un joven estaba afuera acomodando unas mesas, nos vio y gritó, gritó fuerte: Oh dad!!! Oh Dad!!! Nos saludó con la mano, fue hacia adentro del lugar y salió rápidamente a nuestro encuentro. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana, el amoroso joven tomó asiento unos minutos para conversar, hablaba poco español, iba a atender mesas y regresaba para seguir conversando. Estaba muy interesado en nuestra visita; me disculpé y fui a sacar fotos a la terraza con vista al lago.

La quietud y el silencio del paisaje me llamaban la atención, todo era silencioso, pulcro y parecía no haber gente por las calles, tal vez alguien en algún lugar. Dentro del restaurante sí había gente, pero en las calles, nadie.

Las luces en el lago permanecían quietas, ni el agua se movía, parecía que el orden también lo respetaba la propia naturaleza. Entré al lugar y ya estaban las hamburguesas servidas. Creí que iban a ser finitas, comprimidas como esas que comen los adolescentes, pero no, eran unas hamburguesas gruesas, caseras, súper ricas con batatas al horno. El joven se quedaba charlando un ratito, iba a hacer su trabajo y volvía feliz. Por suerte John se mantuvo serio durante todas las conversaciones que tenían entre ellos. Aunque algo entendía, John me traducía y me aclaraba los detalles. A veces ellos reían y yo quedaba pintada al óleo, no hay nada más incómodo que cuando otros se ríen en una conversación y no entendés una mierda y querés al menos sonreír pero no sabes de qué. Entonces permanecés seria tratando de que te expliquen lo más rápido posible para reírte y festejar también. Había supuesto, antes de viajar que los diálogos con sus parientes iban a ser entrecortados o interrumpidos, por el idioma, pero no me importaba, la idea era conocernos.

V

John salía muy temprano para la empresa y yo me quedaba sola en la casa. Esa mañana él me había dejado abierta la persiana, como le había pedido. En mi casa, duermo con las persianas levantadas, para despertarme con la claridad, me gusta cuando el sol ilumina todo. Los primeros días él dejaba la puerta del cuarto cerrada y las persianas bajas, en realidad no son persianas, son cortinas que se regulan, para ver hacia afuera o para que no se vea nada.

Desde que le dije, John dejá la cortina de manera que pueda mirar afuera y entre claridad, él acomodaba todo como a mí me gusta. Tenía muchos planes conmigo. Cuando alguien arma proyectos y te incluye es porque quiere tenerte en su vida, desea compartirla, eso nunca me había ocurrido. John era el primer novio que me incluía en todo. No fue fácil criar a mi hijo sola en Argentina. Era la primera vez que sentía alivio, tal vez podía descansar tranquila sabiendo que John estaba atento a mis necesidades. Se escuchaban los patos del arroyo que cruzaba el patio trasero de la casa, me asomé a la ventana y todo estaba intacto, impecable, el césped, el agua donde se reflejaban las casas de enfrente y el caminito por donde la gente corría o caminaba. En mi departamento me despertaban las golondrinas, habían hecho un nido en el pasillo del edificio, todas las primaveras regresaban y durante el verano las escuchaba cantar. Sentía la claridad en mi cara y el sonido de las golondrinas, pero si miraba por la ventana no veía ese arroyo hermoso, con una arboleda y casas reflejadas en el agua, veía el inmenso muro gris del vecino, con la pintura descascarada. Era la primera vez en años que estaba tranquila.

VI

Una maqueta inmensa, replicaba las cuadras y el edificio desde donde le dispararon a John Fitzgerald Kennedy. Ahí estábamos, en el sexto piso donde funcionaba el museo. Había que esperar para ver las fotografías y las explicaciones sobre el contexto social, mucha gente se encontraba en la sala.

Saqué fotos a varias de las imágenes, en realidad eran las que todos ya conocemos, pero ahí se detallaba cada momento de los diferentes estados y países. En el medio de un pasillo se encontraba una gigantografía a color donde estaba Jackie, tan hermosa, junto a Kennedy saludando en el auto antes del ataque. En la pared lateral, una minuciosa secuencia de pequeñas fotografías de cuando le dispararon, en las últimas se la veía a Jackie trepada en los asientos del auto tratando de hacer algo. El edificio era un depósito de libros escolares y se mantenía el antiguo montacargas original. Filmé la ventana desde donde dispararon, la primera de la izquierda, ese espacio estaba protegido con un vidrio, habían armado un cubículo vidriado lleno de cajas de libros con la ventana detrás. Filmé los otros ventanales que son todos similares, tienen una arcada en la parte superior, y desde ahí se ve, la plaza con la fuente larga, rectangular y toda la calle por donde circulaba el auto del presidente y la parte de abajo del puente hacia dónde se dirigían. Una computadora mostraba el recorrido del auto y el momento de los disparos. Saqué varias fotos de lo exhibido, también pasaban videos, filmé algunos, era mucha la información. Estaban expuestas las cámaras antiguas que habían capturado las imágenes del hecho, la escopeta, el traje de quien había detenido al supuesto culpable, porque al final de la muestra se exhibe otra gigantografía con los lomos de los libros publicados sobre el asesinato de Kennedy y una pregunta en letras grandes: Who did it?

John ya había visitado la muestra como cuatro veces, bajamos por uno de los ascensores y descubrí, en la planta baja, el negocio donde venden los souvenirs del museo. Él dijo que me esperaría afuera. Vendían bolas navideñas con la cara de los presidentes norteamericanos, no quisiera imaginarme las bolas con la cara de Menen o las bolas navideñas de De la Rúa o las bolas de Néstor Kirchner, creo que serían decoraciones para Halloween, no para Christmas. Seguí husmeando pero lo de las bolas presidenciales me perseguía, no podía dejar de preguntarme quién colgaría en su árbol navideño las bolas de Macri, por ejemplo. Luego vi un montón de muñequitas de trapo, como llaveritos, esos muñecos divinamente realizados eran de Jackie Kennedy. Ella vestía diferentes modelos de ropa, una de las muñequitas tenía un vestidito amarillo con su carterita blanca y diminuta, estaba también el muñeco del marido y otros personajes que yo ni conocía. Oí el tren pasar y miré la ventana, John estaba sentado afuera en la galería, detrás de él, el tren amarillo se movía y más lejos marcaba su presencia el imponente edificio del Museo del Holocausto. Seguí mirando rápido las cositas de los presidentes, había tablas enormes llenas de pins, de destapadores de botellas, de postales, reglas, etcétera, todo con las imágenes de Jackie, de los Kennedy, de la bandera de los Estados Unidos. Había varios libros para niños explicando la guerra de Vietnam, la vida de Jackie y de Coco Chanel. Salí del local sin comprar nada, busqué a John que seguía sentado, miraba su celular. 

– Cruzamos -le dije y señalé el imponente edificio marrón del Holocausto.

VII

Estábamos muy cansados. El Museo del Holocausto nos dejó una sensación abrumadora. Decidimos ir a comer algo.

– Acá se come bien -aseguró John y estacionó el auto delante de un restaurante mexicano.

– ¿Será una réplica, ese Frida Kahlo? –pregunté al entrar.

– Sí, es una copia, no va a estar ahí colgada una pintura original.

– No me sorprendería que fuera un verdadero Frida. Es un lugar muy elegante, parece caro, y todo es de calidad. Los que trabajan son mexicanos, me comentaste que el dueño también y tal vez adquirió un cuadro de Frida Kahlo.

– No creo que sea auténtico.

– Uno entra y lo primero que ve es a Frida en ese marco labrado, tan grueso e imponente.

– Está muy bien la decoración. Hace años que abrieron este lugar, siempre se llena y no es barato. 

John hizo el pedido, ya sabía lo que a mí me gustaba. Antes de que trajeran nuestros platos, llenaron la mesa de comida, nachos y salsas. Se acercó uno de los mozos con una mesita rodante llena de comidas diferentes y varios utensilios. Preparó ahí mismo el guacamole, peló y trituró la palta en un cuenco grueso y negro de barro, que dejó luego sobre nuestra mesa para que lo untáramos con los nachos o para acompañar la comida. Durante la cena, se acercaba la moza a cada rato a saber si necesitábamos algo.

– John, esto es mucha comida, no podemos desperdiciar tanto.

– No te preocupes porque lo que sobra se lleva, nos van a dar unas bandejas y bolsas.

– ¡Ah! Me quedo más tranquila.

Luego, retomado el hilo de mis pensamientos, agregué:

– Algunos de los videos del Museo del Holocausto que pasaron al comienzo del recorrido, me parecieron como un show. Como si tuvieran la intención de ponerte en clima antes de entrar, pero lo que me generaron fue distanciamiento. Porque parecía un show. Aunque ustedes tienen ese estilo.

– Me parecieron bien.

– Creo que eran exagerados, eso de que al terminar el video se abre una puerta automática para mostrarte la escalera luminosa y los pisos superiores a los que tenés que subir y que debas detenerte en la marca que dice uno y estar de pie justo allí, no sé… Ese uno impreso en el piso solo para que te pares ahí y mires el video de la historia de Moisés y los judíos desde esa marca, a la manera de un show, y la pantalla tan alta que yo no alcanzaba ni a leer. Y cuando termina, se oscurece todo, se abre la puerta y unas lucecitas te indican que subas al Piso 2 y te pares en la marca impresa en el piso y al finalizar el video, nuevamente, la oscuridad y las lucecitas para que subas, por fin, al Piso 3 a la muestra de fotografías, videos, audios, etcétera. Podríamos haber llegado al Piso 3 sin tanto show. A mí eso me aleja, no me transmite el clima que necesito para entrar a la muestra del Holocausto. Tal vez si esos tres videos se dieran en la primera sala sin tantas vueltas, ni tantos trucos automáticos e intriga y sonidos y luces y músicas…, no sé algo más sencillo que te conecte con lo esencial, por ejemplo está muy bien puesta esa frase de Einstein: The world is a dangerous place to live, not because of the people who are evil, but because of the people who don’t do anything about it.

– Si, perfecta. No me parecieron mal esos videos. Creo que todo estaba ok. Te voy a mostrar Dallas de noche, vas a ver qué lindos se ven los edificios iluminados.

VIII

Creí que no iba a volver a escribir nada, hacía aproximadamente dos años que no escribía nada nuevo. Había estado corrigiendo algunos cuentos viejos y ahora, me dije, este tiempo de vacaciones debía aprovecharlo para escribir algo.

Comencé un cuento con el vestido rojo de la india que había visto en el estacionamiento de la Iglesia a la que fuimos el primer domingo de mi llegada.

Me había impactado lo brilloso, lo largo, lo elegante que estaba vestida esa mujer a las diez de la mañana de un domingo, de ese domingo soleado, mi primer domingo en Texas. Algo quería escribir con esa imagen, porque todo lo que a mí me llamaba la atención era cotidiano para John. Las indias se visten de gala para ir a misa, me había aclarado él. Algo tenía que escribir sobre lo que veía día a día, pero todavía no sabía qué. Me despertaba con la claridad del día, me asomaba a la ventana y veía el reflejo del paisaje en el canal.

Todo estaba limpio, y ordenado, en la casa también, porque John era así. Su rutina era estricta, no me molestaba su rutina, porque yo soy lo contrario, desorganizada, distraída…, mi trabajo en tantas instituciones escolares con tanta gente y tantos alumnos hacía que no pudiera tener una rutina o una organización estricta, porque mis días eran todos diferentes, no como acá que todo es igual todos los días. John va al trabajo, una empresa inmensa de finanzas, pulcra, donde le brindan todo al empleado para que esté cómodo, desde la comida, un inmenso gimnasio, baños con duchas, toallas, cualquier material que necesite el empleado durante su jornada laboral: audífonos, cepillos de dientes, alcohol para desinfectar, crema humectante, salas de juegos. Había un paisaje hermoso detrás de todos los ventanales, cubículos cerrados para trabajar en silencio y solo con la computadora, salitas para pequeños grupos, inmensas obras de arte en las paredes, cocinas equipadas en cada piso, todo lo brindaba la empresa, hasta las computadoras personales.

Allí todo está calculado para el bienestar del empleado y para que lograra su máximo rendimiento sin problemas. Y yo de vacaciones por un mes y medio, era mi oportunidad para escribir algo, aunque todavía nos faltaba ir a Houston, visitar la NASA, ir a Austin y quería conocer los museos de arte de Dallas y Fort Worth…, sí, nos quedaba mucho por hacer. Pero, tenía que aprovechar esas vacaciones luego de haber estado tanto tiempo distanciada de mi escritura por diversos motivos que afloraron en los últimos años. Luego de la pandemia surgieron muchas cuestiones en mi familia y en mi trabajo que me ocuparon mucho tiempo y no me permitían concentrarme en nada. Había querido mudarme a un lugar más cómodo para mi hijo y para mí, pero no había podido, los bancos no estaban otorgando préstamos. Además, todo estaba caro y tuve gastos imprevistos. Se me había roto el auto, por suerte John me había pagado el arreglo, pero estuve tres meses sin él y lo necesitaba para mi trabajo. 

También había pensado en comprar uno nuevo, pero por el momento no había disponibles en el mercado, debía esperar un año o varios meses para la entrega y además eran inaccesibles. Ni dando el mío como parte de pago ni sacando un préstamo en el banco, podía comprar uno usado y menos uno nuevo, muchas cosas en poco tiempo que tuve que resolver. Fueron meses largos y complicados, John me ayudaba en lo que más podía.

Algunas veces discutimos por videollamada, porque él me cuestionaba cómo no podía organizarme o armar una rutina. No carajo, no puedo, le respondía enojada, porque acá vivo al día y si algo sucede y debo desembolsar dinero extra, luego se me complica para vivir. Esto es así siempre, además no tengo un trabajo estable, soy profesora suplente y todos los años antes de que se inicien las clases debo buscar mis horas para trabajar durante los meses siguientes. Eso me genera inestabilidad todos los años y no duermo tranquila hasta que no tengo la cantidad de horas suficientes para generar el dinero necesario para vivir. Todo es complicado y no puedo tener una rutina, una inquebrantable rutina, porque mis días son diferentes siempre. Y así habíamos discutido en varias oportunidades. Ahora estaba de vacaciones en su casa impecable, con horarios y rutinas. A mí eso me organizaba para poder escribir.

Él me dejaba la cortina abierta para que entrara la luz, se iba a su empresa de finanzas y yo quedaba sola en su casa frente al arroyo, un hermoso lugar pero lejos de todo. Eso me ayudaría a no distraerme con el exterior y quedarme un buen tiempo frente a la computadora. Solo quería intentar escribir algo, un cuento a partir de ese vestido rojo.

John llegó del trabajo, bajó del auto con muchas bolsas del supermercado.

– ¡Hola! ¿Cómo te fue? ¿Hay más cosas para bajar?

– Si, quedan algunas bolsas. En el trabajo me fue igual que siempre.

Fui al garage, me acerqué al baúl del auto y alcé las bolsas que faltaban, a un costado vi el regalo de la hermosa hija de John. Lo tomé.

– John, el regalo de tu hija estaba en el baúl.

– Yes. Ahora lo veo.

John quitó el papel que lo envolvía, lo abrió y miró dentro. Yo estaba muy intrigada por ver qué contenía ese misterioso paquete. John no sacó el contenido de la caja.

– ¡Ah!, otra foto de su casamiento -dijo, sin ánimo de mirarla mejor.

Saqué el portarretratos de la caja, era grande y pesado. En la foto estaba ella, preciosa con su hermoso vestido de novia, impecable. John me había comentado meses atrás que él lo había pagado carísimo, pero bueno es mi hija y a ella le gustó ese vestido. El cowboy estaba junto a ella, obvio era el novio, llevaba un sombrero de cowboy, se casó así, con el sombrero. La madre de John, abrazaba a su nieta, era una mujer elegante, fresca, jovial. Con un brazo John tomaba de la cintura a su madre y con el otro a su hijo. Ahí estaban todos, hermosos y sonriendo, el cowboy ocupaba casi todo el campo visual.

– ¿Te preparo un café? -preguntó John desde la cocina.

Mientras seguía ordenando algunas cosas del supermercado en la despensa y otras las guardaba en la heladera, encendió la máquina de café.

– Es una mujer muy elegante y linda tu mamá.

Oh sí, my mother es muy linda, ahora es mayor, but siempre fue muy linda.

-¿Qué gusto de café te preparo?

– Cualquiera, no muy fuerte.

– El color gris entonces.

– Ok. Gracias. ¿Dónde te parece que ubique la foto?

– Donde quieras. Tengo varias. Siempre me regala lo mismo y son fotos que yo pagué.

John se rio despacio y luego largó una carcajada.

– Todavía debe estar muy contenta por su casamiento.

Oh, yes, ella se quería casar. Sí, sí, siempre quiso formar a family. Acordate que luego vamos al gym.

– Sí, ya tengo todo preparado. Por suerte ya sé cómo va a ser mi cuento –le comenté-, hoy escribí algunas líneas. Creí que no iba a poder escribir más, luego de tantos meses sin hacerlo.

– Va a estar todo ok. Here no te va a faltar nada y vas a poder hacer lo que te guste. Pero sí o sí no debemos faltar al gym, eso es bueno para la salud. Y quiero que estés bien.

John puso los cafés sobre la mesa ratona, se sentó en el sillón masajeador y encendió el televisor en el canal de las noticias. Yo seguí trabajando en mi computadora con el noticiero en inglés de fondo.

El estacionamiento era inmenso como todo acá. Estaba lleno y el auto quedó alejado de la iglesia. El sol se hacía más presente por el brillo que reflejaba en el vestido rojo de una mujer que caminaba delante de nosotros, la observé…

– La mujer fuera de la iglesia, llevaba un vestido de fiesta… -quise saber.

– Es india -respondió él-, así se visten las mujeres indias para ir a misa, de fiesta.

Caminamos largo hacia la entrada. El espacio se percibía diferente, como si sobraran metros cuadrados. Vi a unos hombres de seguridad entrar por las puertas laterales…

– Tiroteo en un estacionamiento en Fort Worth.

– ¿Qué pasó?

– Hay gente muy loca suelta -comentó John y aumentó la intensidad de sus masajes con unos botones.

Las ventanas eran pequeñas y rectangulares, si alguien tenía la intención de alcanzarlas estirando un brazo, no lo hubiese logrado. El sacerdote hablaba y hablaba. No sería posible entonces escapar por las ventanas…

Miré la pantalla del televisor y las imágenes mostraban gente escondida detrás de los autos y un tipo con una escopeta moviéndose en distintas direcciones, varios policías trataban de cercarlo. Le dispararon y el hombre cayó. La gente corría para todos lados. Volví a mirar mi pantalla…

… eran unos vitraux amarillos, que no solamente estaban altos, había que romperlos y en la iglesia no había ningún elemento para hacerlo, ni para trepar y poder abrirlos.

– Mañana temprano, vamos a Houston.

– Sí, amor. Te ves muy lindo.

– Oh no, ya estoy viejo y cansado ¿Qué sabés de tu hijo?

– Consiguió un trabajo por el verano. Es una empresa de ingeniería que toma estudiantes, los capacita.

– Qué suerte que consiguió trabajo rápido en Argentina.

– Es solo por unos meses y para estudiantes de ingeniería. Tal vez cuando se reciba lo vuelvan a llamar.

– Seguro que sí, los prueban. Cuando estés lista vamos al gimnasio.

Fui al cuarto a buscar mi bolso y me asomé a la ventana, vi otra vez el paisaje impecable, el arroyo quieto, las casas y los árboles reflejados como espejo en al agua. Un pato tomó vuelo sobre el arroyo, luego vino otro del extremo opuesto, el aire que movían con sus alas apenas agitaba el agua, como un triángulo que se alargaba cuando el ave pasaba. Se oían los patos y algún pájaro que se alejaba en su vuelo.

Ignacia Sansi
Ignacia Sansi
Nació en Córdoba el 4 de Noviembre de 1973. Desde 1974 reside en la ciudad de Mar del Plata. Cursó sus estudios secundarios en el colegio Nacional Arturo Umberto Illia. Se recibió como profesora en Artes Visuales y Realizador con orientación en Pintura en la escuela Superior Martín Malharro. Participó de los talleres literarios del escritor marplatense Daniel Boggio. En Buenos Aires asistió al taller literario del escritor Vicente Battista. Actualmente se desempeña como profesora de Educación Plástica en Escuelas secundarias Municipales y Provinciales. Recibió distinciones como Artista Plástica. Su libro de cuentos "Penumbras" obtuvo el Primer Premio de literatura Osvaldo Soriano 2007 en Mar del Plata. En el año 2014 el escritor y director de cine y teatro, Edgardo González Amer, adaptó los cuentos Mi amiga Macu, Calefón, La sonrisa del Delfin y EL Gay para la obra de teatro Muertas de Amor, una comedia de desencuentros amorosos, basada en estereotipos y protagonizada por las actrices Anahí Martella y Karina Antonelli. En 2015 publicó el libro de cuentos Cretinos (Editorial Gogol). En 2018 publicó “Tomate el 29” (Editorial Gogol)

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