Patricio se bifurca

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Fue en el último minuto. La masa victoriosa se disparó en dirección al campo. Las tribunas parecían un corral lleno de zorros salvajes, baba detenida en la comisura de esos labios. Habían ganado, estaban exultantes. Del otro lado, las gallinas perdían su plumaje.

Sin embargo, la angustia por respirar dejó a uno fuera de juego. Patricio estaba del lado de la victoria, pero no hay éxito sin sacrificio. Le tocó ser el cordero y resistió mal el embate. El peso de la hinchada se descargó sobre su cuerpo. La presión contra el alambrado hizo que perdiera la conciencia.

Tras algunos cánticos soeces, la concurrencia excitada -parecían fósforos- se trasladó veloz a la salida. Una multitud ensordecida por el éxito, entre puteadas y eructos, desalojó el estadio y fue escoltada por la policía. El bullicio de los alcoholizados se dispersó por las avenidas y calles adyacentes.

Nadie reparó en él. Quedó tirado y cubierto. Restos de inmundicia lo envolvían, banderas, vasos de plástico, choripanes abandonados con la grasa hacia afuera. La basura confunde las formas. Una pierna se convierte en otra cosa. Pasa inadvertida entre banderines mugrientos.

Cuando abrió los ojos, el mundo era un objeto sin sentido. Tenía marcada una zapatilla 42 en la cara. La demencia ya estaba fuera del campo y la batalla de gritos no era ni un eco en la memoria. Buscó en algún rincón de su mente el momento previo al despertar. Ni un silbato. Se sintió de prestado en ese cuerpo. La antigua identidad se había retirado, así como la conciencia del espacio. Qué era aquel territorio espeluznante. Una imagen antigua intentó llenar el vacío. El sol era blanco y se multiplicaba en cada esquina. Caía sobre el verde, que daba la impresión de una alfombra sucia después de alguna bacanal. Creyó ver la luna, un objeto anormal allá arriba, reproducido. La luz artificial crea una falsa sensación de realidad.

Se miró con detenimiento intentando descifrarse. Tenía una camiseta de colores fuertes y una corneta rota en la mano. Se quiso resolver como un enigma, pero a su alrededor las pistas eran confusas.

Hizo un mapa de araña en su mente:

a)El cuerpo soy yo. Me coloco en el centro del asunto, soy un bicho.

b)Mis patas son los temas que se difunden hacia afuera: Grada, Campo, Atuendo.

c)De esas patas nacen subpatas: de Grada se extrae bandera, lata retorcida, condón usado. De Campo nace papelito, sudor, vacío. Y de Atuendo, corneta, pantalón caído.

Ocupado en la reflexión idiota, tardó en ponerse de rodillas. Un dolor agudo presionaba su costado derecho. Tenía el torso lastimado.

El cerebro es ocultador, hace lo que quiere. Se dijo que su nombre era Ricardo, y de la idea Ricardo surgió un puesto: profesor emérito de universidad lejana. ¿Este era el campus verde, tan similar y a la vez tan diferente? No, no estamos en Princeton. Dónde está la Firestone Library. ¿Siete millones de títulos se habían convertido en pilas de roña? Quizás su memoria había sido ocupada por uno que intentaba distraerlo. O tal vez, el tiempo había sufrido una aceleración y estaba al borde de la muerte. Se sintió agotado.

Al revisar sus bolsillos encontró un par de billetes. No muchos. Pero la plata no cuenta quién es uno, más bien sirve para ocultarlo. Logró reflexionar, a pesar de la desgracia. No había perdido su exquisita capacidad para las estrategias inútiles.

Un ejército de barredores hizo su aparición y tomó las gradas. Algunos lo miraron con sorna. No se animó a hablar. Qué podía preguntarles. ¿Quién soy, alguno me conoce? La mente falsifica las formas. Porque el sentido del ridículo sobrevive a cualquier olvido, no iba a ponerse en evidencia. Decidió cerrar la boca. Pero un soldado de la limpieza le dirigió la palabra. Hablaba difícil.

– Papi, ¡te hicieron de goma! Mirá que cierran en cinco.

Sonrió como un extranjero mientras intentaba sostener el equilibrio. Había perdido una zapatilla. ¿Sería la que tenía marcada en la cara? Tampoco encontraba su antigua capacidad de diálogo. Hilar una frase era más difícil que entender la hora del día. Era el único sobreviviente y no quería llamar la atención. Esos tipos se habían lanzado igual que buitres entre los restos, buscando alguna cosita de valor. Que no se llevaran su dignidad, al menos. Pensó en Dante. El infierno estaba sucio. Y olía a pis.

Recuperar la zapatilla que le faltaba era imposible. En su lugar encontró un mocasín suelto.  Decidió que era mejor ponérselo que continuar semidescalzo. Emprendió una retirada poética, de ritmo asonante. Un paso, zapatilla, otro paso, mocasín.  Una silbatina burlona se produjo a sus espaldas. No se dio vuelta.

Al cabo de unos minutos de traspiés y movimiento, llegó a un corredor y vio un baño. Las luces parpadeaban igual que su imagen en el reflejo. Al mirarse intuyó que no tendría más de cuarenta. A pesar del aspecto aturdido, tenía pinta de ser un buen tipo. Le interesó su aspecto, aunque no hubiera visos de felicidad ni siquiera cuando intentaba una sonrisa. En los dientes, descubrió las sobras de un sándwich de jamón y queso. Intuyó alcohol deambulando por sus venas, aunque el aturdimiento podía deberse al estado lamentable en que se encontraba. Metió la cabeza debajo del agua fría. Se erizó como un animal. Vació su esfínter y no se lavó las manos. Era racional, pero escaso de higiene.

Regresó al corredor, todas las puertas estaban cerradas. Era tarde. Recorriendo en círculo el pasillo, encontró una salida habilitada. Escuchó quejas, argumentos extraños. Un grupo de panzones discutía la derrota.

– El fracaso no me altera, lo que te aniquila es el desgaste.

– El dos a uno, viejo- las voces del otro lado de la puerta, aquellas frases, se colaron hasta él, se tatuaron en su frente.

Patricio intentó ser otro en varias ocasiones. Cinco meses atrás, vivía con una mujer petisa en una casa de un arrabal cercano y era hincha del equipo contrario. Cuando estaba con Nidia, pretendía llamarse Jorge Luis y perturbarse con tigres. Le dijeron que fue estrés, pero ella no terminaba de creerle al paramédico. Estrés de qué. Después del clásico atendemos a muchos, aseguró el tipo. ¿Será un nihilista? No sé a qué se refiere, dijo Nidia. Yo tampoco. A veces las palabras saben más que nosotros.

Patricio era un infeliz y estaba desempleado, siempre. Lo único que levantaba su ánimo era la lectura. Y el deporte. El que realizaban los demás. A la tardecita, se instalaba con una camiseta acorde con su fervor y miraba fijo la pantalla minúscula de un televisor blanco y negro. El grande lo usaba Nidia. Entre partidos, leía cosas raras. Después, hablaba como traducido. “El propósito del juego consiste en avanzar hacia una arcada cuidando de una esfera que no debe ser interceptada por los pies ajenos ni por el único sujeto que permanece estacionario bajo la arcada. La poesía se produce a pesar de lo previsible  de ese destino: la esfera debe sortear al estacionario. Cómo sucede. ¿Momento de belleza irreversible, o simple casualidad? La geometría puede ser cruda.” Estas explicaciones anormales las daba desde un rincón de su cuarto al que había bautizado Ella Lef. Y Nidia no dio más, ya lo había dado todo. ¿Te enamoraste de otra?

Aquella mañana no era candente aunque fuera febrero. Nidia solicitó al falso Jorge Luis que le trajera algo de la vereda, un espejo. En cuanto su delgadez atravesó la puerta, porque Patricio siempre fue esmirriado, ella aprovechó para cerrar con llave y condenarlo a la intemperie. Él consiguió ablandarla un poco. Nidia le pasó por la ventana una muda de ropa y algunos pesos.

Patricio se instaló en una pensión cercana. Comenzó a consumir pastillas. Hablaba de los Apócrifos, un equipo de la B. De a poco fue perdiendo su antigua personalidad. Tras una final muy peleada, fingió llamarse Macedonio. Decía que soñaba con ser inédito, o inaudito. Repetía frases sin sentido. No todo es vigilia y no sé qué más. Era un tipo voluble. El fervor del balompié le disparaba los abismos.

Cuando la puerta cedió, el grupo de panzones lo miró con furia. Los alterados eran cinco. Sus camisetas no coincidían con la que Patricio tenía puesta. Una especie de contagio siniestro se apoderó de aquellos seres. Uno lo palmeó en el hombro y le preguntó si estaba provocando. No hubo tiempo para respuestas. Intentó una huida torpe pero las piernas no le respondieron. Frenaron el escape y se doblaron igual que una silla que se pliega. Enseguida lo paralizaron entre todos. Al arrastre lo sacaron. Ya no había transeúntes.

Eventos de vida simulada desfilaron por los ojos de Patricio. Vio decenas de palabras en una torre, una ciénaga de ficciones que no lograba descifrar. La lluvia furiosa de Buenos Aires licuaba el tiempo.

Mientras lo forzaban contra un auto abandonado, cuando el quinto contrincante se agitaba violento contra sus nalgas, recuperó súbitamente la memoria, esa esquiva, la caja de resonancias que se había llenado de otros para sortear los momentos inquietantes de una vida sin sorpresas. Soy Patricio -se dijo- sin emitir más que una respiración espasmódica.

Recuperarse a sí mismo en medio del dolor fue su pequeña victoria. Aún llevaba la corneta. Parece que el barro fue peor que la golpiza. Se la dejaron clavada y no hubo fuerza que lograra desprenderla. Su último suspiro produjo una melodía estremecedora. De una sonoridad exquisita.

Fernanda García Lao
Fernanda García Lao
(Mendoza, 1966) fue seleccionada por la Feria Internacional de Libro de Guadalajara 2011 como uno de “los secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana”. Vivió en España desde 1976 hasta 1993. Es escritora, dramaturga y poeta. Publicó las novelas Muerta de hambre (Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes), La perfecta otra cosa, La piel dura, Vagabundas y Fuera de la jaula, así como el libro de cuentos Cómo usar un cuchillo. En 2015, publicó Amor invertido, en coautoría con Guillermo Saccomanno. En 2016, editó Carnívora, su primer libro de poesía. Ha colaborado en distintas publicaciones a ambos lados del océano (Babelia, Revista Quimera, Letras Libres, El Buensalvaje, Las/12, Revista Ñ). Algunos de sus textos han sido traducidos al portugués, al inglés, al sueco y al griego para revistas digitales y en papel. Ha publicado en Francia, México y España. Desde 2010 coordina talleres de escritura.

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