Hablaron torpemente, como hacían cuando gastaban minutos y palabras en asuntos distintos del que los traía a instalarse en una mesa de café. Después de un repaso trivial sobre trabajo, clima, crisis e injusticia social, Luisa Belusci abrió el fuego.
-Mire -dijo, y le pasó un papel.
«A TRECE AÑOS DEL SECUESTRO, SARA ENCONTRO A SIMON».
«Mi nombre es Sara Méndez. Cuando mi hijo Simón tenía apenas veinte días fue arrancado de mis brazos…»
Aguirre leyó. El niño fue secuestrado en Buenos Aires por un comando de militares uruguayos apoyado por el ejército argentino, al mando del mayor del ejército oriental José «Nino» Gavazzo, el 13 de julio de 1976. Ahora había sido encontrado y su madre mejoraba la especie humana al decir: «La pareja que tiene
a Simón no es represora; no son militares».
Aguirre recordó un canto de El Sabalero (1): «Señor presidente, ¡oiga esta canción!, / con todas sus tropas y sus cortesanos, /no nos callaremos hasta que sepamos / dónde está Mariana, dónde está Simón /». Todavía Sara no se juntaba con su hijo, pero Simón había aparecido.
Miró el rostro de Luisa Belusci y pensó en su propio rostro, que era un campo de batalla. ¡Cómo no compartir la certeza, vibrante en los ojos azul pálido, de que la aparición de Simón tenía todo que ver con la aparición del nieto de Luisa Belusci! ¡Cómo ignorar la importancia de una gota de lluvia para el sediento y cómo no admitir la representación del mar en esa gota!
Después de trece años, otro de los niños robados a sus familiares por agentes represivos, aparecía. En términos variables pero siempre largos y en ocasiones diversas pero todavía escasas, el hecho se reiteraba. Resolverlo nunca era fácil, porque al niño en cuestión le haría falta una inmensa fortaleza, por el momento difícilmente encontrable, para enfrentar el resto de su vida.
La solución era obvia: devolver el secuestrado al seno de su auténtica familia. Justa, necesaria, ineludible… La solución era obvia pero no perfecta.
A veces la generosidad de los adultos mitigaba los desgarramientos del menor. Otras veces, el hijo de varios cuyos padres fueron asesinados, era disputado fieramente por sus abuelos y por quienes los criaron y quisieron como propios -quizá llenándolos de dones y de halagos como conjuro a una culpa debida-. En esos casos la intimidad desaparecía. Los medios creaban el «Caso X»: familia verdadera contra «familia» adoptiva. Lo analizaban y discutían, interrogaban a los vecinos de ambas partes, averiguaban la opinión del respetable. Y en ese festival de la prensa y la televisión más amarillistas, se ofrecía al público una telenovela en vivo y en directo, con protagonistas que lloraban frente a cámara y mostraban los dientes para defender sus afectos.
Al escudriñar la mirada de doña Luisa, Aguirre imaginó muros azules. Recordó los estragos de la furia en sus insomnios, tan ineficaces, tan poco operativos. Pensó en esos viejos, que de su obcecación crearon sabiduría. Suaves y duros como la piedra pulida y el metal. ¿Cómo hacían? ¿Por qué seguían trece años detrás de rastros que un país prefería borrar? ¿De dónde aparecían, de qué pozos regresaban, gastados como árboles centenarios pero enarbolando la sonrisa de una fotografía en un periódico, apostando un pájaro apedreado en favor de las posibilidades del verano?… Pensó en los niños: en Simón de trece años y en Simón de veinte días. Niños únicamente dueños de su drama. ¿Qué harían? ¿Qué harán? ¿Qué puede hacer Simón? ¿Qué puede hacer una persona que a las confusiones y contradicciones desplegadas por la adolescencia sobre el mapa de su ignorancia, sobre sus dudas temores intereses ubicaciones y desubicaciones frente a la vida, debe sumarle aún y restarle y cambiar todo? ¿Cómo hará ese pibe de trece años para enfrentarse con que ni él es él, ni se llama como se llama, ni su familia es su familia, ni la historia que le contaron es su historia? ¿Quién va a explicarle que lo blanco es lo negro y lo bueno es lo malo? ¿En qué va a creer ese niño a las puertas de la adultez cuando, en el mejor estilo discepoliano (2), la gente lo ha engañado desde el día en que nació? Herido gravemente en la confianza, quizá enfermo vitalicio de la fe, arrojado a una esquizofrenia a la que deberá rendir cuentas, pagar impuestos por el resto de su vida… ¿En qué va a creer ese muchacho? ¿En quién, sin que su decisión madura cuando llegue, su optimismo voluntario y su necesidad de creer resistan los golpes de la realidad y los mordiscos de oscuras fantasías? ¿Cómo evitar que en los pliegues menos custodiados de su cerebro se destile el antídoto contra los intentos de la confianza? ¿Cómo expulsar de sótanos y pasadizos, negados a las contraseñas de la conciencia, a los monstruos que están allí para combatir toda esperanza, que embestirán contra él cuando llegue una noche y lo decidan? ¿Qué va a ser entonces de Simón y qué será del nieto de Luisa Belusci?… ¿Y qué puede hacer Aguirre sino someterse a una línea de acción más clara que la suya, qué cosa distinta a participar en el segundo acto del drama o la tragedia, qué sino militar para encontrar a ese niño de quince años ligado a él como si fuera un hijo suyo, aceptar la poderosa voluntad de la abuela, salir en estampida detrás de cualquier pista trasnochada?
-¿Qué quiere, doña Luisa? -preguntó.
-Quiero que investigue a un policía.