Nitine, el que dijo fin en la largada

spot_img

Nitine Biramine era un indio veinteañero que oficiaba de lavaplatos en el Star Princess, un barco que yo había abordado en Venecia.

 

Cosas de la vida Nitine se enamoró de una chica serbia que integraba la tripulación. Enamorarse, ya lo sabemos quienes no nos cocinamos con diez de leña, suele traer problemas. No por nada una maldición árabe exclama «¡ojalá te enamores!”

 

Extrañamente los seres humanos sacralizan el amor al punto de afirmar que es lo único que justifica la existencia, cuando difícilmente pueda encontrarse una fuente de mayor desdicha. Trágicamente nuestro querido amigo probó de esa medicina pero no quiso aprender la lección.

 

Ocurrió que la chica serbia no disponía de sus encantos sólo para Nitine, a quien no le cayó bien enterarse de la generosidad de su novia y resueltamente quiso poner fin al triángulo golpeando a su rival. A cierta edad nadie ignora que no hay mujer de un  sólo hombre, pero ya lo sabemos…el lirismo juvenil es una enfermedad que se pasa con el tiempo.

 

Lo curioso del caso es que ser indio implica que tu esposa la eligen papá y mamá. Y más vale que te guste, pues con ella te casarás aunque la tan mentada química no se digne a aparecer. Uno suponía que después de miles de años ahogando deseos propios los indios controlaban los objetos de sus pasiones, pero parece que, como decía mi abuela, la hormona puede más que la neurona.

 

Después de defender su amor de la manera más primitiva nuestro protagonista fue confinado a su cabina y vigilado para que no salga de allí. Cuando ya habían pasado algunas horas del episodio, a eso de las 6 de la mañana cuando ya habíamos dejado atrás Gibraltar internándonos en pleno océano, el vigilador decidió abandonar su puesto infiriendo que los ardores del indio se habían calmado.

 

Pues no. De manera resuelta Nitine se dirigió por el deck 7 a popa, trepó la baranda y se arrojó al vacío. Cayó desde lo alto allí donde nace la estela que producen las gigantescas hélices que impulsan al coloso.

 

Asomarse a la popa asusta. Es inevitable pensar qué ocurriría si cayéramos allí. ¿Cuántos metros nos hundiríamos al saltar de tanta altura? ¿Saldríamos a la superficie o nos destrozarían las hélices? ¿Moriríamos enseguida o antes veríamos alejarse el barco? ¿Cuánto sobrevivíamos a sabiendas de que moriríamos inevitablemente? Todos los hombres morimos en la más absoluta soledad… pero…¿se puede estar más solo que en medio de un océano y fusilado de desamor?

 

Mis pensamientos no dejaron de acompañar a Nitine durante el trayecto que faltaba hasta Buenos Aires. Mi sensación era que si lo recordaba y escribía sobre su caso -cosa que hice tiempo después- podía conjurar el absurdo. Tal vez lo rescataría del olvido. No podía un chico de veinte años matarse por amor sin que nadie siquiera reparara en ello.

 

__No puedo decirle el nombre señor. No insista. Es un miembro de la tripulación. Nada más.

 

__Ese miembro de la tripulación tiene un nombre y nosotros, que estamos conmovidos por lo que pasó, queremos saberlo.

 

Luego de algunos cabildeos y de escuchar mis razonamientos en torno a la dignidad de una persona y su nombre…me lo dieron. Entre varios juntamos un dinero para mandarle a su familia en India, sin estar muy seguros de que no se trataba de un insulto.

 

Tiempo después tomé el mismo barco con otro destino. Me puse a charlar con un camarero que hacía tres años que estaba embarcado. 

 

¿Estabas a bordo entonces cuando se suicidó el tripulante indio?, pregunté. Me contestó que no, pues fue justo en su período de vacaciones. Pero su semblante adquirió un gesto más serio. Acercándose más a mí y de manera discreta y casi en un susurro me dijo: 

 

«Señor…créame…se lo digo muy en serio…aquí no hay tripulante que no lo sepa…si usted va a la popa por el deck 7 entre las doce de la noche y la una de la mañana…ahí lo verá…se encontrará con el fantasma del indio…le digo la más pura verdad…imagínese que no le voy a mentir”.

 

Por lo visto Nitine no había muerto del todo y más allá de mi esfuerzo por recordarlo, las extrañas historias del universo de los marinos, cantera inagotable de mitos y leyendas, han hecho lo suyo para rescatarlo del olvido.

 

Si vuelvo a tomar el Star Princess alguna vez iré a la popa del deck 7 y si aparece el fantasma de Nitine le preguntaré si podemos volver a diciembre de 2011, más precisamente a un minuto antes de su salto para tratar de convencerlo de que a los veinte años después de una novia suelen venir otras.

Nino Ramella

Nino Ramella
Nino Ramella
Periodista y gestor cultural. Fue corresponsal del diario "La Nación" en Mar del plata. Presidió el Ente de Cultura de Mar del Plata. Profesor en el posgrado de Gestión en Cultura y Comunicación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Creó y presidió el Gabinete Social del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires.

A contramano

Un oficio a contrapelo, pero el mejor.Hay quienes nacen...

Aquel tímido lector

“Dicen que los escritores escriben porque son inseguros”.  Terminé...

La muerte les sienta bien

No hay ningún estado social que no tenga sus...

Mar del Plata, la Biarritz Argentina

LA BELLE ÉPOQUE, DIVINO DISPARATE “Mi abuelo solía contar que...

Necesito vacaciones

Estaba por cumplir 6 años, Para ese entonces íbamos...

Siga el hilo

Si la Navidad es para la familia, empezamos  mal....

Viajar incomoda nuestras verdades

El verdadero viaje de descubrimiento no es buscar nuevas...

También te puede interesar

La persiana

Pudo ver que la mujer se corrió el pelo...

Una Temporada

A mi viejo La verdad que no sé cómo empezar...

El encuentro

Un sábado de vigilia pascual V y M se...

1978

Google dice que fue un miércoles, tuve que investigarlo,...
Publicación Anterior
Publicación Siguiente