Nagori (*)

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Nagori (*)

En la búsqueda de uno mismo, a veces damos con el extraño eco de los pasos de ayer y de las sombras que impulsamos. Diez años habían pasado desde la última mirada a las formas conocidas de mi pueblo. Diez años de lejanía que provocan la extraña sensación de no saber si me alejo o me acerco a ese que fui. Reconozco la duda sobre si el vacío que encuentro es por ausencia de propósito o como guía silencioso para el camino. 

Conozco la historia de muchos que buscaron aquello que conduce a la infancia. En realidad, a la infancia no, sino a su infancia, esa que es todo recuerdo propio. Conozco también que esos mismos siguen creando recuerdos e inventando historias para alcanzar su niñez y así alcanzar a ese chico que mira de lejos con sus pelos largos, sus sueños intactos, las manos de su padre cerca y aquel sonido de la vieja casa que hoy se oye en el silencio. 

La ausencia vista como el hecho de estar ausentes de nosotros mismos. Como contemplación de la existencia. La ausencia que aparece para mostrarte que los errores, a largo plazo, son una suma de enseñanzas, que existen para que seas más ansioso, inclusive con la esperanza, y para que aquellos días que fueron te acosen constantemente, mostrándote cómo sos, cómo te sentís, cómo has perdido. Existen, casualmente, para que puedas regresar a aquel pueblo que tanto te ata. A sus noches, a sus calles, a sus plazas. A tus viejos y sus verdades del alma. Para que puedas regresar a vos mismo. Dice Juan Villoro que esa lucha no es solo una forma complicada de sufrir, también, es una forma complicada de gozar. 

La ausencia como puente. Como calle de tierra que me lleva hasta mi casa. Como línea directa hacia un ayer donde todo era distinto, donde todo tenía olor a nuevo, hasta lo urgente. Tiempo de ilusión. Tiempo de alguien con sospechas que se convirtieron en realidad. Con sueños que se corrieron ante otros sueños. Hasta que nos salva la improvisación. 

Desde de una de las esquinas de esa plaza, se ve la escuela. Una escuela que hoy se me hace más grande y con menos colores. Pero los gritos y las risas todavía persisten. Los escucho en un rincón, en un aula, en la cercanía de la puerta. No puedo escapar de la invocación de verme, de vernos. Sonrío. Solo ante la pregunta de alguien por cómo estoy me doy cuenta de mi tristeza. La otra voz me revela mi estado de ánimo, el reclamo de aquel que fui.  

Creo verme y creo oírme. Siento su mirada también como una duda, una pregunta sobre si ve al que soy o al que él quería que fuese. Siento la tentación de acercarme, de preguntarme qué ve, o a quién ve, o simplemente para que me diga algo. Quizás mis lágrimas lo asusten. O quizás lo enternezcan y sienta lástima. Yo solo busco reencontrarme.

Fue mucho el tiempo desde que jugábamos juntos y todo pasó muy rápido. Consumimos y nos consumieron. Desarmamos almas y desalmamos armas. Aprendimos a describir muchos infiernos, pero seguimos sin poder hacernos una idea certera de lo que es un cielo. Y hasta alguna vez, la vida nos besó en la boca, como dice el poeta, y otras tantas nos despertamos sin saber qué pasa. No es de distraerse el destino. El universo es extraño. 

Yo sigo parado sobre mi sombra contemplando las ausencias y los retornos. A cada paso me alejo y me acerco a mí mismo y calcando a Susana Villalba, cada tanto hago barullo para fingir una dignidad que no recuerdo

Pero sé que sería en vano un regreso convincente. En distintas ocasiones y en los ratos libres del pensar, siento. O lo intento. Existe una cierta belleza en este mundo. Cierta belleza muy particular que uno descubre tanto cuando se pierde como antes de saber dónde está. 

Una cierta belleza que antes de mostrarse te pide que olvides toda certeza sobre vos mismo, porque lo esperado no ilumina, pero gracias a eso sabemos que acá estamos. 

En realidad, nunca me encontré en esa escuela, en ese patio, ni en esa plaza. Tampoco me encontré en aquella esquina, en esa iglesia, ni en aquel portón. Nunca me volví a ver por el boulevard y ni siquiera estaba en aquella sombra. Solo encontré que aquel que fui todo el tiempo imaginaba cómo sería este de hoy y este que soy se encuentra todo el tiempo intentado volver al de ayer y ahí, quizás, sea el único punto donde se acortan las distancias entre ellos. 

No existe nada tan malo ni nada exageradamente bueno. La esperanza no tiene la culpa y el desengaño es partícipe necesario de nuestras vidas. No hay regreso convincente. Ya no soy el que era y el presente se tiñe de tristeza y devenir. Buscarse sin perderse puede ser algo así como mirarse a través de un espejo, pero con los ojos cerrados. 

(*) La traducción más literal en japonés de Nagori es la huella de las olas. Encierra ausencia y nostalgia, separación de aquello que termina, que nos deja a nuestro pesar, pero que permanece su huella en nosotros. 

Bernabé Tolosa

Bernabé Tolosa
Bernabé Tolosa
Es periodista y profesor de lengua y literatura. Dio clases en nivel secundario y terciario. Actualmente es docente en la Universidad Nacional de Mar del Plata en la Tecnicatura Universitaria en Comunicación Audiovisual. Hace radio y escribe sobre libros en el diario digital O223.com.ar

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