LA BELLE ÉPOQUE, DIVINO DISPARATE
“Mi abuelo solía contar que una vez un señor proveniente de un sitio remoto le encargó todo el mobiliario y carpintería para una importante casa en su país. Pero su asombro fue que nunca le preguntó cuánto le costaría. Era tan rico que no le preocupaba saber lo que costaban las cosas”. El testimonio es de la nieta de Gustav Serrurier-Bovy, el genial diseñador belga que articuló una fusión de art nouveau tardío –art decó- con francés Luis XVI y el caballero del país remoto era el representante de la familia Ortíz Basualdo.
La casa sería la residencia de verano en Mar del Plata de Ana Elía viuda de Ortíz Basualdo, que se terminó de construir en 1909. Serrurier-Bovy había llevado al enviado a conocer su propia casa, la Villa L´Aube en Liège, y en determinado momento el visitante dijo: “Quiero exactamente esto” y se marchó.
La historia da cuenta de la opulencia en la que se manejaban las familias patricias de Buenos Aires a principios de siglo en el momento en que Mar del Plata se convertía en la Biarritz Argentina y la Belle Époque convertía a ese tiempo en los años locos.
El detalle distintivo de la Villa Ortíz Basualdo, hoy convertida en el Museo Municipal de Arte “Juan Carlos Castagnino”, fue que eligieron una expresión vanguardista para la decoración de la casa. Quien tomó esa decisión obviamente era alguien culto, cuya ilustración le permitía jugarse por un diseño tan moderno. No era por cierto la formación de la mayoría de la elite porteña, más acostumbrada a moverse a fuerza de dinero que de libros.
Los comienzos
Como nos cuenta Juan José Sebreli en su ya clásico Mar del Plata, el ocio represivo hacia fines del S XIX la aristocracia argentina comienza a viajar a Europa, principalmente a París. No había descubierto aún el mar y los veraneos se pasaban en las estancias. Luego se regresaba a Buenos Aires, aunque muchas veces sólo de paso para Europa. Solía decirse… quelle diffèrence: de París à l´estance !
En Francia los argentinos conocen Deauville y Biarritz y ello les inspirada construir un balneario de similares características cerca de Buenos Aires. Patricio Peralta Ramos había fundado Mar del Plata en 1874, año en el que el Ferrocarril llegó hasta Dolores. Desde allí había que continuar camino en galera o carreta, transformándose el viaje en una verdadera aventura. Posteriormente el tren llegó hasta Maipú.
En 1883 el gobernador de la Provincia de Buenos Aires visita Mar del Plata y allí promete la continuación del Ferrocarril del Sud. El 26 de septiembre de 1886 llega el tren a Mar del Plata, lo que podría considerarse como la primera temporada veraniega del balneario. Llegaron aquel año 1.415 turistas. Aunque el punto de inflexión que marca el comienzo de la belle époque es sin duda la inauguración del Bristol Hotel en enero de 1888. Mar del Plata se convertía así en el destino preferido de las familias enriquecidas por el modelo agroexportador.
El Hotel Bristol fue construido por un hijo de Pedro Luro, José, y su inauguración fue presidida por Carlos Pellegrini, vicepresidente de la Nación y figura emblemática de la Mar del Plata de aquella época. Entre los asistentes a la comida inaugural estaba Nicolás Romanoff, el zarevich heredero del trono de Rusia, que realizaba su viaje de instrucción alrededor del mundo por orden de su padre, Alejandro III.
Unos 25 cocineros traídos de Europa prepararon el menú inaugural para el 8 de enero de 188 compuesto de: Melón con jamón crudo, Consommé double en tasse, Langostino Americano, Suprème de chapon a la Bristol, Médaillon de boeuf grillé, Pommes paille, Salade Quirinale, Biscuit Glasé Cinquantenaire y Café.
Muy pronto el Bristol creció con un nuevo edificio calle de por medio, donde reunía el vasto comedor, la gran sala de fiesta y varias salas de juego y de lectura. En 1912 el primitivo chalet de madera estilo normando del Bristol fue sustituido por un fastuoso palacio en forma de cuña con un jardín en el medio.
Según cuenta Elvira Aldao de Díaz en su libro Veraneos Marplatenses, con la aparición del Bristol cambió radicalmente la vida de la playa: la vida sans-façon del verano precedente. Desaparecieron las matinées y las capelinas –éstas con sus largos velos blancos-, y desapareció el baño en común. Sin convenio previo, tácitamente los sexos se separaron formando dos grupos, divididos por un buen trecho de mar. Esta división se mantuvo varios años.
Las primeras mansiones
Había que mostrar lo que se tenía y nada mejor para ello que construir mansiones que rivalizaran unas con otras por su magnificencia. Para ello se contrataron arquitectos, generalmente franceses o ingleses, que dieron rienda suelta a lo que más tarde constituyó un increíble conjunto de chalets nouveaux riches. Independientemente de la ostentación que les dio origen, lo cierto es que si la ciudad los hubiera preservado, Mar del Plata sería hoy la ciudad más espectacular de América y una joya en el mundo.
Los primeros chalets construidos en La Loma, fueron Villa Margarita, de Zamboni, y el de Christofersen. Ambos estuvieron solos por años, pues a todos les parecía muy lejos. En 1907 Adela Unzué de Leloir hizo construir la primera parte de lo que hoy se conoce como el Chateau Frontenac y que por entonces bautizaron Villa Kelmis. Trece años después, el que le impuso cambios con pinceladas hispánicas fue Alejandro Bustillo.
Y ya que hablamos de los Unzué, Louis Faure-Dujarric (1875 – 1943), francés educado en la Ecole des Beaux Arts, fue el arquitecto preferido de la familia. A él se debe la espectacular casa de Concepción Unzué de Casares, Cochonga, que aún queda en pié en el Boulevard Marítimo Patricio Peralta Ramos. Ella y su hermana, María Unzué de Alvear, le confiaron también la dirección del Instituto Saturnino Unzué, que construyeron en memoria de su padre.
El espectacular Oratorio de ese edificio fue hecho utilizando mármoles de Carrara y de Abisinia, destacándose el púlpito, que ganó el primer premio de la Feria Mundial de Arte Sacro realizada en Sevilla en 1910. El magnífico pantocrátor es réplica de la figura del que enriquece Santa Sofía, de Estambul (Turquía).
Las hermanas Unzué eran objeto de burlas crueles como consecuencia de su escasa cultura. Los círculos porteños fueron impiadosos con ellas, aunque a su generosidad se deben no sólo el Instituto Saturnino Unzué, sino también un cúmulo de iglesias, orfanatos e instituciones de caridad.
En 1910 se construyó el lujoso Club Mar del Plata, obra del arquitecto Carlos Agote y que fue epicentro de la sociedad porteña en Mar del Plata. Roberto Cova nos cuenta cómo era ese edificio: la sede social del club era de carácter académico -es decir con los lineamientos de la Escuela de Bellas Artes de París. Un edificio de siete niveles y sus ambientes principales eran el Salón de la Columnas, el Salón Inglés, el Salón Dorado, el Salón Blanco y el Jardín de Invierno. Contaba además con pileta de natación, baños fríos y calientes de agua dulce y de mar y una serie de maravillas como motores eléctricos para elevar las cortinas enrollables. El equipamiento estaba a tono con la casa: muebles importados, alfombras de Esmirna, tapices de Aubusson, porcelana de Limoges, platina de Christofle, cristalería de Baccarat.
En 1913 se construyó la Rambla de mampostería, llamada francesa por su estilo, con proyecto del arquitecto francés Luis Jamin y dirección de obra del ya mencionado Agote. Se paseaban por ella los más conspicuos representantes de la burguesía argentina, dedicados a mostrarse y ser admirados.
La crema batida
No había, empero, una sola elite. Dentro de los privilegiados había también diferencias. Nos lo cuenta Elvira Aldao: es una realidad que la discrepancia es el efecto de una sola causa: el entredicho latente entre las dos cremas, la batida y la sin batir…y hablando de otra separación insalvable agrega que en el Ocean Club el alto reloj de pie que se levanta en el centro del testero, al marcar las horas dividiendo inexorablemente el tiempo, divide también inexorable los dos sexos: a la derecha se sientan las damas “copetonas” y a la izquierda sus maridos.
Las mujeres conversaban especialmente sobre moda. La exclusividad del tema –dice Elvira- es de una monotonía desesperante y concluye por tener una pobre idea del intelecto de quienes la practican en forma tan absorbente. ¿Se habla en ese medio de algún libro?. Nunca.
Nuestra ilustre cronista de la época –integrante también ella de una familia patricia- afirma que es evidente que en el grupo más representativo del mundo social, se cotiza más alto el dinero que el origen o la inteligencia. A ésta más bien se la desdeña. Más cerca de la aristocracia que reúne origen y fortuna, está la aristocracia del dinero, que la de origen sin fortuna.
Los residuos de la belle époque
No tardó demasiado en desmoronarse lo que muchos consideraron la belle époque. El ascenso social de la nueva burguesía, la incorporación a los círculos sociales de los incipientes industriales en tensión con los hacendados y algunos hechos como la construcción de la ruta 2 en 1934 fueron aires, más bien vientos que se llevaron el desenfreno despilfarrador de los años locos.
Quedan, empero muchos testimonios de lo que fue aquella época excéntrica y opulenta. Hay listadas unas 300 propiedades que se encuentran protegidas por representar valores arquitectónicos, históricos o urbanísticos que documentan un momento muy particular de la historia argentina y particularmente marplatense.
Más tarde la ley de propiedad horizontal y el comienzo del turismo social convirtieron a Mar del Plata en el principal centro turístico de masas que hasta hoy sigue vigente. Pero esa…es otra historia.