Ando en medio de una coyuntura que tiene que ver con los libros, aunque en este caso los culpables no son los que yo escribo. Se trata de un problema logístico y moral a la vez, no sé qué hacer con ellos. No me caben en mi casa y me debato entre quedármelos o no.
No estoy hablando de mis libros de siempre, los que conforman esa biblioteca mestiza y sentimental que he ido armando un poco a salto de mata con el paso de los años. No hablo tampoco de los libros que he ido comprando últimamente, novedades editoriales que me interesan por sus autores o por su temática, o por la mera curiosidad de ver qué es lo que se está moviendo en el sector. Me estoy refiriendo a esos libros que me llegan a las manos sin yo quererlo, sin saber quién hay detrás.
A veces me los entregan los propios autores: se me acercan durante una firma o después de una charla, vienen con ellos debajo del brazo. He escrito esto y me gustaría que lo leyera y lo valorara…– me dicen. Suelo contestarles siempre lo mismo: no puedo comprometerme, no tengo tiempo, pero le agradezco el detalle de corazón. En otras ocasiones los recibo a través de amigos o conocidos, o me los envían a mi editorial, o han llegado incluso a dejármelos en la recepción de un hotel.
Esos son los libros que ahora se me acumulan, con los que no sé qué hacer. Soy consciente que nunca voy a poder leerlos, no me llega la vida. Pero me resisto a desprenderme de ellos porque conozco lo que hay detrás. Largas horas de trabajo a deshora, de ilusión solitaria o compartida, de desvelo. Pequeñas y grandes ambiciones literarias, amor a las historias y a las palabras, necesidad de sacar cosas de dentro. Valentía en muchos casos, afán de superación. Esto es lo que vuelcan entre sus páginas todos estos escritores que seguramente nunca lleguen a las librerías, ni vean su título reseñado en ningún suplemento cultural, ni acudan a firmar a ninguna feria. Pero sólo por la intención, merecen respeto y reconocimiento. Y por eso sus libros se me acumulan, y creo que voy a pedirle a mi carpintero Bonilla que me levante una nueva librería que llegue al techo encima del sofá.