La purga

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El mismo día que, por un juego de circunstancias partidarias, alcanzó la suma del poder público, su antigua fobia convertida en acuciante obsesión apuró su designio de ponerla en práctica.

Ha llegado el momento —pensó—. Puedo hacer sin riesgos lo que tantos años ha colonizado mi ser. Al fin me daré el gusto. ¿Quién puede impedir que haga una razzia, bueno; una concentración de los mejores pintores del mundo?

Como su tiempo y su ingenio estaban monopolizados por las intrigas internacionales y las matufias de la militancia política, llamó al Jefe de su staff de espías.

Solícito y desganado a la vez, un cuarentón elegante, de rostro afilado, tez pálida y aladares grises, llegó a su despacho privado.

Dominante, con una pizca de sorna, el Premier se expidió:

—Puesto que usted es maestro en sutilezas malignas, perito en camándulas y amaños tan innobles que han embaucado hasta a los contraespías más sagaces de nuestros enemigos, quiero enterarlo de un plan personal y exigirle su colaboración.

Para personas que poseen todas las llaves, bastaron sólo diez minutos de conversación sigilosa. Sonrientes, mirándose alegremente a los ojos, se despidieron estrechándose las manos.

Tres días bastaron para la confección de un prolijo organigrama titulado «Legajo confidencial». Al presentarlo al Jerarca máximo de su país, el jefe del staff de espías mereció su caluroso beneplácito. Era un dechado de artificiosidad, de malicia calculada y planeamiento progresivamente perverso.

Entre las posesiones incautadas al enemigo en la última guerra figuraba precisamente una Base Secreta en los mares del Sur. Como integrante de la comisión que formalizó la capitulación, había estado en esa isla escondida en la inmensidad del Pacífico. Equipada para las experimentaciones técnicas más audaces, quedó profundamente impresionado tanto por la belleza natural del paraje como por la esplendidez de sus instalaciones.

Conservada por su consejo como secreto de Estado, bajo riguroso control del gobierno, la Isla estaba a la sazón en relativa disponibilidad. Permanecían allí, del primitivo plantel de centenares de sabios, únicamente los apátridas adictos al nuevo orden de cosas; y el personal necesario para la correcta funcionalidad de dicha posesión.

Conociendo la imaginación cándida de los artistas y su proclividad a la vida fácil y disoluta, el plan aconsejado y aprobado consistía en concentrarlos en esa Isla bajo el pretexto de una conferencia mundial de arte pictórico. Ambos celebraron la idea. Puesto que había servido de alojamiento a innumerables personalidades científicas especializadas en maquinaciones y realizaciones para imponer el cesarismo a ultranza, nada más lógico que la ocuparan ahora innumerables personalidades artísticas que se desvelan por imponer nuevos cánones a la belleza.

La inspiración del Premier comenzó a cuajar de inmediato. Su poder omnímodo allanó desde el principio los óbices que se presentaron. Y para mantener la reserva absoluta de su plan, centralizó en sí mismo el control y las medidas decisorias.

Estaba contento. La Isla parecía puesta bajo la advocación de Pandora. En ella coexistirían la belleza y la fuerza, la adulación y la mentira. En ella también, al levantarse la tapa del ardid escaparían, para azote de seres vanidosos, todas las miserias, sufrimientos, y aun la misma muerte, quedando sólo en el fondo la esperanza.

Ya en marcha el plan, se frotó las manos satisfecho. Iba al fin a comprobar la supervivencia del arte nuevo, su capacidad vital o su degeneración. Regodeándose, meditaba:

—En ese campo de concentración disimulado veré cómo reaccionan tales individuos. En el mundo hay seiscientas mil clases de insectos. Pronto sabré qué se puede obtener de estos insectos humanos…




Juan Filloy

Juan Filloy
Juan Filloy
(Córdoba, 1 de agosto de 1894-Ib., 15 de julio de 2000) fue un escritor y jurista argentino. Ha sido reconocido por autores como David Viñas, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Leopoldo Marechal, Juan José Saer, Adolfo Prieto y Mempo Giardinelli, entre otros, y recibió varios reconocimientos, a pesar de lo cual, su poco interés en promocionar sus obras ha hecho que sea un autor desconocido para el gran público, convirtiéndolo en un autor de culto dentro de las letras rioplatenses. A lo largo de sus casi 106 años de vida, Filloy desarrolló una vasta obra literaria en todos los géneros: novela, cuento, artículo, poesía, ensayo, nouvelle, traducción o historia, además de crear textos híbridos que cruzan elementos de varios géneros, sumando un total de más de cincuenta obras, lo que convierte a Filloy en uno de los autores más prolíficos de su país. En vida del autor se publicaron veintisiete obras, entre 1930 y 1997.

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