Helechos

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La sigo odiando.

Sentí pena por mi mamá cuando la vi sangrando por la piña que le dio mi viejo, pero más pena sentí por él. A ella no la pude volver a mirar, no sé si por lástima o por bronca. Casi no la recuerdo. No puedo imaginarla sin  sangre. Si no hubiese metido a ese tipo en casa mi viejo hubiera sido mi viejo y yo su único hijo.

Mientras desayunaba tostadas con mermelada de frutillas miraba los helechos colgando en el patio y tenía ganas de romperlos, que no quede ni una puta hoja. Imaginaba cómo destruirlos y la bronca crecía mientras lo hacía, después seguía por mi mamá.  La mataba hoja por hoja, por no haber elegido a mi papá, por verse con ese gordo imbécil, se le veía la raya del culo y se sentaba en el lugar de mi papá, por no haberme elegido a mí. 

Con Helena todo estuvo bien hasta ese día. Mirá que hay plantas para colgar. Ahora no se me ocurre ninguna, solo veo helechos. No solo no se lo llevó cuando se lo pedí, sino que rompió las bolas hasta que se lo colgué en el patio. Mientras agujereaba la pared sentí, supe, que alguien se lo había regalado. Estaba seguro. Nunca se había comprado una planta y aparecía con esa planta. Era una señal.

Se lo pregunté y obvio que lo negó la muy puta. Traté de descubrir quién se lo había regalado. Ella insistía en que se lo había comprado, me lo juraba por nuestro hijo. La vi venir con el hijo de su amiga caminando ¿De qué se reían? Un pendejo de 25 años, alto.  Cuando le dije que era él el del helecho, se puso pálida. Me dijo que estaba loco.

 No se habló por unos días del tema. Ella seguía rara, pero de nuevo empezó a estar contenta. Siempre de buen humor. Su alegría me llenaba de dudas y de odio. Mi odio empezó a crecer junto a su amor por su plantita. Empecé a apagar los puchos en el helecho y ella se ponía furiosa. Se ponía mal si se le secaban dos ramitas de mierda. 

Sabía que nada de lo que hiciera me iba a calmar. Estaba agujereado. Nada podía calmarme. Ella estaba rara. Cada día más rara. Ya no encontraba forma de que se me fuera esa bronca, trataba de disimularla,  hacía cualquier cosa por ella o por su familia. Todos me adoraban. Ella decía que no  le gustaba cómo la miraba. Yo la besaba y le decía que se deje de joder con boludeces.

Siempre me gustó la mañana pero después del helecho no me lograba sentir bien nunca, había perdido la esperanza del día por venir, que es para mí como la del año que empieza o del primer mate del día. Me calmaba verla llorar. Cuando le decía algo del chaboncito al que se curtía decía que se sentía morir. La odiaba, pero no me quería alejar, ni que se aleje y hacía demostraciones exageradas de amor. También a otras y me iba muy bien.

Yo la encerré y le quemé sus manos chiquitas.

¿Qué espera padre? ¿Qué me arrepienta?  Lo hice porque quise. Nadie me obligó. De qué sirve arrepentirse. No voy a ponerme triste porque no sé nada de eso. Déjeme así. Se lo ruego. No diga más.

Para mi este es el infierno, un lugar lleno de putos helechos colgando en el patio. 

Me encantan las canciones de Navidad. Siempre le cantaba a nuestro hijo. Lo lamento por mi hijo. Ojalá tenga más suerte y encuentre una mujer menos puta, que no lo haga cornudo y se transforme en el hazmerreír del pueblo. Todos están contentos porque es Navidad. Para mi es la última. Din don dan. 

No padre. No entiende. No sirve. Prefiero morir como viví. Desde que tengo ocho años que odio todo. No me diga que Dios me ama. Nadie me ama, ni me amó. Quise que fuera distinto. Quise querer los helechos que quedaban lindos en el patio, pero no podía porque me odiaba y odiaba a mi mamá.  Al gordo puto lo conoció cuando yo empecé patín carrera. Si no hubiera ido a patín no lo habría conocido y mi papá no se hubiera ido para siempre.

Nací fallado y ya todos lo saben. No quiero morir, no puedo, no puedo vivir. Déjeme padre. Dios ya me puso acá para que hiciera lo que tengo que hacer. Es solo un momento y todo termina. No me puedo quedar. Ya está, ya la perdí. No puedo vivir sin ella. No tengo arreglo padre. Llegó tarde Padre. Padre. No me deje solo. Tengo miedo. Rece por mí, por ella. Y por nuestro hijo -se lo ruego padre.

Ana Florencia Mayorano

Ana Florencia Mayorano
Ana Florencia Mayorano
Nació en Mar del Plata, en 1971. Es vicedirectora de la Escuela de Artes Visuales Martín Malharro. Fue directora durante diez años de las carreas de Danza y Música Popular en el Profesorado de Arte Adolfo Ábalos. Su etapa formativa la realizó principalmente en la ciudad de Buenos Aires, en Expresión Corporal, Danza Contemporánea, Teatro y Psicodrama (Tato Pavlosky). Actualmente realiza la formación en el taller de Narrativa dictado por Mariano Taborda y Emilio Teno.

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