El mejor lugar es donde no estoy.
Keith Moon
Tener una fantasía puede servir para calmar ansiedades. Una forma de soñarse distinto. La previa de tener un plan.
DE VACACIONES
Un señor muy cerca de los cincuenta años, una chica de treinta y un muchacho de veinte están sentados en una oficina de la municipalidad de una pequeña y pintoresca ciudad balnearia. Los tres son turistas y no se conocen entre sí.
Esperan, hasta que en un momento aparece una mujer de unos cuarenta años. Tiene aspecto de psicóloga, no se sabe por qué. Casi seguro que lo es, pero no lo va a decir en ningún momento. Saluda.
—Holaaaa… ¿qué tal? Gracias a los tres por aceptar la invitación de la municipalidad. ¿Pudieron arreglar con sus compañeros de viaje?
—Mi mujer se fue con los chicos a comer waffles…—dice el de cincuenta.
—Mi novio está enfrente tomando un café y aprovechando para mandar mensajes —dice la de treinta.
—Mis amigos se quedaron en el camping —dice el de veinte.
—Qué bueno. Les cuento que yo trabajo en la Secretaría de Salud del municipio. Me llamo Claudia Arrecife… Estoy a cargo de la Dirección de Prevención de Sueños Rotos.
Los tres visitantes se sorprenden por el nombre de la repartición que depende de la secretaria.
—Supongo que tiene que ver con «Sueños», ¿no? —preguntó el casi cincuentón.
—Así es, Ignacio…
—¡Uy! Sabe mi nombre…
—… Tiene que ver con fantasías. Por ejemplo, con las que usted estuvo soñando mientras miraba el mar.
—Perdón… cómo sabe si yo soñaba; digo, más allá de que no me gusta que me vigilen.
—Me avisó Esteban, el bañero. El que está en «Medusas» —el nombre del balneario—. Me contó que lo vio con los ojos entrecerrados… frente al mar… como ido. Clara actitud de estar soñando. Extasiado frente al océano. Perdiéndose en el horizonte…
—Eh… sí. Puede ser, puede ser… pero eso no tiene nada de malo…
—No. Pero estoy segura de que vio el mar y se dijo: «Esto es hermoso. ¿Por qué no me vengo a vivir acá? En vez de seguir en la ciudad, enloquecido con el tránsito, la inseguridad, la gente que está loca. Estaría bueno venirme a vivir acá. Y todo esto que estoy viendo hoy, poder tenerlo para siempre…».
—Bueno, yo…
—¿Lo pensó o no lo pensó?
—Sí… ¡¡es verdad!!
—¡¡Yo también pensé eso!! Pero en el bosque —exclama sorprendida la chica de treinta.
—Lo sé, Verónica. Marcos, el trapito que cuida los autos en el estacionamiento del bosque, nos dijo que saliste caminando lento, como flotando, sonriente… Y con los ojos entrecerrados. Perdiéndote en un deseo.
Y vos, Nahuel…
—Sí… Soy Nahuel —confirma el muchacho.
—Vos lo pensaste en la feria. Un artesano, el que vende portasahumerios y tuqueras, nos avisó.
—Sí. Pensé en eso: «¿Por qué no me vengo para acá? Hay tanta alegría y naturaleza…».
—Los tres pensaron lo mismo. «¿Por qué no me vengo a vivir acá…?». Pasa siempre. A veces esa idea viene acompañada de comparaciones horario-geográfico-sociales: «Pensar que a esta hora estaría amontonado en el subte, en pleno enero, donde todo es un gran sobaco húmedo…».
Los tres turistas, con sus cabezas gachas, asintieron.
—Parte del disfrute es eso. Pensando lo mal que se está allá, uno se siente mejor todavía. Porque estar acá es justamente eso:
Estar acá + NO estar allá.
»Y hasta se puede fortalecer esa sensación, teniendo en cuenta el sopor y la angustia de los que siguen trabajando allá: «Todos esos boludos laburando como giles, y yo acá… mirando el mar…». Esto suele ocurrir mirándose los propios pies con un poco de arena y el océano de fondo.
—Sí, claro… Eso… por supuesto… —los tres asienten murmurando.
—Bueno, entonces… Fíjense lo que tenemos para ustedes…
Con un control remoto prende una pantalla de televisión de cincuenta pulgadas, más o menos. Aparece una lista de actividades. Están en letras amarillas sobre un fondo azul brillante:
• Taller de «¿De qué mierda voy a vivir acá?»
• Seminario de «¿No estaré grande para venirme?»
• Taller de «¿Y los pibes? ¿El colegio, los amiguitos y todo eso?»
• Taller de «¿Qué hago con mis viejos que se están poniendo grandes?»
Cuando Claudia estimó que ya todos habían leído, continuó:
—Estas son algunas de las actividades… Hay más. Son necesarias. Porque seguro que vos, Ignacio… Nacho… en el momento de soñar con tu vida acá sentiste una voz…
Claudia acerca la mano al oído derecho de Ignacio y, poniéndola como si fuera un pico de pato, la hace «hablar»:
—«Qué bueno es vivir acá —pone voz de dibujito animado—. Pero… ¿y la guita? ¿Cómo hago? ¿Me pongo a alquilar cabañas?».
—¡Es verdad! ¡Escuché esa voz! —asintió Ignacio.
—A mí también me habló esa voz. Y yo respondí que pensaba ponerme a hacer dulces. O tortas —sumó Verónica, la treintañera.
—Claro, Verónica. Dulces o tortas. Nadie piensa en ir a un lugar de ensueño frente al mar o en la montaña y poner un LaveRap o una casa de sanitarios. No es en lo primero que pensás cuando el capitalismo te habla en medio de tu sueño…
—Perdón, pero eso es normal —dijo Ignacio—. Uno se pone a soñar, y bueno…
—Es así, la realidad, o el capitalismo, que es casi lo mismo, empieza a tomarle examen al sueño. Para ver si lo voltea así nomás o no —sumó Claudia, que no solo ya daba aspecto de psicóloga, sino también de socialista utópica.
Hubo un silencio.
—A mí no me habló esa voz… —dijo Nahuel.
Claudia giró y lo miró de frente, con ternura.
—Obvio, Nahuel. Sos muy joven como para que te hable el capitalismo. Todavía les habla a tus papás.
—Entonces, mejor no soñar —dijo melodramática Verónica.
—No. Se puede soñar. Solo hay que tomar precauciones. Por eso tenemos esta secretaría. Para acercar el sueño a la realidad o encontrar consuelo si se les rompe. Pero no se queden en el medio. Divagando todas las vacaciones entre la ansiedad romántica del sueño y la melancolía de verlo roto. Para eso entrenamos a empleados municipales y a voluntarios particulares. Ellos detectan a todos los que, como ustedes, tienen en la cabeza las fantasías de fugarse. Fantasías que se alimentan con esto…
Muestra en el televisor fotos de revistas, notas de periódicos digitales, etcétera.
«Los Strabucco: pusieron un restaurante de fondue en San Martín de los Andes y cambiaron su vida».
«Acá te despertás con el canto de los pájaros. Me decidí a poner un alquiler de kayaks y ahora soy feliz».
«Viví toda mi vida equivocado hasta que me vine a ser pedicura en la playa. Ahora la existencia me hace el amor».
—¿Ven? —aclara Claudia—. Siempre hay manija con esos sueños. Es como un hermoso plan de fuga…
Llaman la atención. Despiertan entusiasmos. Venirse a vivir a la playa, a Bariloche, a El Bolsón, son un clásico de la fantasía del alienado urbano.
—Mi novio tiene un amigo que quiere irse a Brasil y poner un chiringuito para vender jugos en la playa
—interviene Verónica.
—El 30% de los argentinos sueña con eso. Está clavado en nuestro cerebro. Es parte de nuestra tradición. Ya hay testimonios de que, en el cruce de Los Andes, un regimiento de mil quinientos efectivos a cargo del capitán Floriano de Loyola se rebeló y desertó. Soñaban todos con un chiringuito en una playa de Brasil. Se fueron atravesando la cordillera longitudinalmente hasta Perú. Y bajaron por el Amazonas hasta el Atlántico, donde fundaron Florianópolis.
—¡Ah, qué bien! —se entusiasmó y se identificó Ignacio.
—Bueno. Pero lo que realmente pasó fue que murieron todos tratando de venderse jugo de abacaxi entre ellos. Floriano de Loyola fue el último en morir bajo su chiringuito. Lo encontraron con su espada, la chaqueta y el sombrero del uniforme y, abajo, en sunga.
—No conocía esa historia —admitió Verónica.
Siempre se habla de los que logran llegar y pueden establecerse. Nadie habla de los que fracasan.
—¿Y entonces? ¿Qué se hace? ¡Cuántas dudas! —siguen los murmullos de los tres turistas.
—Asumir el sueño y el condicionante de la realidad. No queremos que nuestro pueblo se llene de improvisados o soñadores pelotudos que después se pueden convertir en depresivos o resentidos, o ambas cosas al mismo tiempo. Hay que soñar con paragolpes. De hecho, yo me vine a vivir acá pensando que me podía sostener vendiendo velas. Fracasé, pero aprendí y pude reponerme. Y hoy pongo mi experiencia al servicio de los demás —contó Claudia, mostrando una foto donde tenía el pelo trenzado, una camisola de bambula y un pareo, sonriente junto a una estantería llena de velas aromatizantes de colores. Luego, les dio unos sobres—. Llévense estos folletos y entren al Facebook de la Dirección de Prevención de Sueños Rotos. Tenemos experiencia. Podemos ayudarlos.
—¿Tienen Twitter, Instagram o…? —pregunta Verónica.
—No. Solo Facebook, que es más triste. Ahora vayan y disfruten.
—Muchas gracias… —los turistas se empiezan a ir.
—Chau. Si quieren, mañana abrimos el «Simulador de mayo y junio fuera de temporada, frío, nublado y con todo el pueblo vacío». Hay treinta minutos de depresión intensa que vale la pena experimentar. Los sueños también tienen lavadero en el fondo y cloacas.
Solo hay que animarse a verlos.
ANÁLISIS Y REFLEXIÓN
Más allá de las astutas conclusiones que haya sacado de lo anteriormente leído, ofrecemos este testimonio para ampliar esos conceptos.
CONSULTA CON DENZEL MÓNACO, DUEÑO DE UNA AGENCIA DE TURISMO ESPECIALIZADA EN MANÍACOS DEPRESIVOS.
—El asunto de las fantasías de instalarse en el lugar donde uno vacaciona responde, básicamente, a una
idea del deseo incumplido. Y que por incumplido se vuelve más fuerte e interesante. Lo dice Lacan en
su seminario quinto. O el tercero. O el séptimo. No me acuerdo.
—¿O sea que en este caso la fantasía alimenta el goce de desear, más que el de cumplir el deseo?
—Claro. De esa manera el deseo es hermoso, amable, dulce y perfecto. Abordar el deseo y tratar de cumplirlo ya es atravesar la realidad: y ahí está la supervivencia, los problemas de trabajo, etcétera… Ahí es cuando la realidad toma la forma de capitalismo. O al revés. Son lo mismo. A esto sumemos cosas como el desarraigo, la adaptación a una nueva comunidad y un montón de cosas más…
—Ahí es cuando se cae la idea de mudarse…
—Se va todo a la mierda. Pero queda el deseo, que siempre ofrece una hermosa posibilidad: la de no exigirse y cumplirlo.
—También se idealizan los lugares.
—Claro. Se ve la parte buena o mala de algo y se niega la otra. Mirá: Kahneman y Tversky ya en 1972
hablaban de «sesgo cognitivo»…
—¿Qué es eso?
—Es un efecto psicológico que nos hace pifiarle a algo siempre en el mismo sentido. Por ejemplo, ver más las cosas negativas que las positivas de algo. O las neutras. Es como si tu psiquis fuera un carrito de supermercado que está mal de una rueda y siempre se va para la derecha y te tira para la góndola de lo que está mal.
—En este caso, los tipos que veranean solo ven lo negativo de su vida en la ciudad. Entonces, el lugar de vacaciones se idealiza, hasta que aparece el miedo.
—El miedo sale a pararle el carro al deseo. Entonces seguimos deseantes. El deseo necesita seguir deseando. El miedo puede ser aliado del deseo: le da la excusa para no tener que cumplirse. El miedo ayuda a prolongar el deseo, a mantenerlo con vida. Porque, cuando se cumple el deseo, el deseo muere. De esta manera, si jamás se concreta, el desear es un hermoso tobogán que nunca termina.
—Hermosa imagen.
—Tengo otra: al no morir, el deseo es una milanesa eterna. Tengo otra.
—No. Ya está bien.
Una historia de la vida en el capitalismo (2022)
Pedro Saborido