El barrio San Juan, de Mar del Plata, es una zona antigua de casas bajas, calles tranquilas y tilos que causan alergias en primavera. En el año 2003, fueron vistos dos chicos jugando a la bolita en una porción de vereda sin baldosas. La fecha ha quedado registrada por corresponder a un evento histórico: el último partido de bolita de la historia de la humanidad. Sucedió en el barrio San Juan, en Mar del Plata. No existen registros posteriores.
El bar “Paso y Quiero” era una pulpería que fue absorbida por la ciudad y que todavía sobrevive sólo porque le tocó en suerte el barrio San Juan. Desde fuera, el lugar parece oscuro y vacío de clientes. Si se mira mejor, siempre desde fuera porque el bar no invita a desconocidos, se descubre la silueta de al menos dos parroquianos y una botella de vino. Pocos en el barrio saben que, bajo la barra, el propietario conserva, en una caja de cartón, las cenizas de Aveledo Torres, el Pateador, y las exhibe a quien quiera verlas.
Algunos vecinos todavía recuerdan las caminatas nocturnas de Torres. Era un viejo encorvado, que andaba arrastrando los pies. Parecía débil. Sin embargo, si un gato cruzaba confiado su camino, surgía en él una súbita vitalidad y le daba una fuerte patada que lo hacía volar algunos metros. Al caer, el gato huía corriendo, confundido y maltrecho, en cualquier dirección. De joven, Torres había sido empleado del correo. Dicen que tomó la afición de patear gatos mientras repartía cartas.
Su otro pasatiempo era jugar al truco los domingos a la noche en “Paso y Quiero”. Fue durante una de esas partidas, veinte años atrás, que Torres salió enojado del bar, tirando las cartas al suelo, porque su contrincante le había ganado un falta envido de mano. Nadie fue testigo de lo que pasó después. Pero podemos reconstruir, en parte, los hechos. Podemos imaginar que Torres aspiró profundamente el aire frio y nocturno, en la vereda solitaria a la salida del bar, e intentó calmar su enojo. No lo logró, porque la expresión de satisfacción de su contrincante enrostrándole el seis y siete de copas era demasiado reciente y demasiado irritante. Un pequeño destello desvió su mirada hacia un costado en sombras. Eran los ojos de un gato negro que reflejaban la luz de un farol. El gato lo miraba inmóvil y agazapado, como esperándolo. Necesitado de descargar su furia, Torres lanzó su formidable patada. El gato la esquivó y dejó al descubierto una baldosa levantada, donde se fue a incrustar el pulgar del pie derecho de Torres.
Los jugadores que estaban en el bar oyeron un grito espantoso. Al salir sólo encontraron al gato negro, que afilaba sus uñas contra un tilo, y, junto a él, una pila de cenizas.
Los científicos explican que Torres fue víctima de una intensa emoción violenta que, en casos extremos, puede producir una enfermedad conocida como combustión espontánea. La prueba se encuentra en el bar “Paso y Quiero”, en una caja de cartón, para quien desee verla.
Miguel Hoyuelos