Cómo Philip Marlowe consiguió un teléfono en Mar del Plata

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Nuestro amigo ha repetido tantas veces la anécdota sobre cómo le consiguió un teléfono a Osvaldo Soriano, que hoy circulan por Mar del Plata incontables versiones. Entiendo que llegó el momento de revelar cómo lo hizo realmente y por qué el escritor lo apodó Marlowe.

Para aproximarme a lo que realmente sucedió en aquel frío invierno, a comienzos de la década del 90, cuento con el privilegio de haber participado de varios de los encuentros en los que se repitió la historia en cuestión. Y, además, he conseguido revelaciones exclusivas que, evidentemente, Marlowe me ha confiado para que yo aclare definitivamente cómo el autor de Cuarteles de invierno y A sus plantas rendido un león tuvo un teléfono en su casa marplatense en tiempos en que eso era  considerado imposible por la mayoría de las personas. Tiempos en que él era el productor publicitario de Página 12; diario en el que Soriano, los domingos, publicaba una nota muy leída en la contratapa.

No pondré en duda la hipótesis más sostenida, basada en una de las principales características del hombre en cuestión: su inigualable persistencia. Esa hipótesis dispara cientos de variantes, todas vinculadas a cómo convenció a un avasallado gerente general de la compañía telefónica recientemente privatizada. Porque han crecido los rumores de que ese encumbrado directivo, de nombre Baltasar o Melchor, y de apellido Reverte, nunca cedió a los insistentes pedidos de Marlowe. Aunque, tal vez seducido por la perseverancia y evidente bonhomía del por entonces promisorio publicista, Reverte posiblemente haya favorecido la versión de que Soriano pidió un teléfono, Marlowe fue a gestionarlo, y un día el aparato y la línea estaban funcionando en el chalet de Punta Mogotes.

Antes de ahondar en esa dirección deberíamos preguntarnos, como bien lo hiciera el colega Sebastián Chilano, por qué Osvaldo Soriano decidió mudarse a Mar del Plata. El hecho de que naciera en esa ciudad no justifica la decisión, ya que solo vivió junto al mar los primeros años de su vida, antes de crecer y hacerse adulto en San Luis, Cipolletti y Tandil. El verdadero motivo hay que rastrearlo en Varsovia, durante su exilio europeo. 

Hasta la capital polaca lo llevó la publicación de Triste, solitario y final. Julio Cortázar le había presentado a una editora dispuesta a pagarle buenos derechos de autor por la traducción y publicación de la novela. En pleno preparativo de la presentación, azorado por ver la tapa de su libro y no poder constatar si ese título plagado de consonantes tenía alguna relación con el original, un joven se le acercó y le habló al oído. Soriano no entendió nada y buscó ayuda en su editora, bastante dúctil a la hora de hablar en francés y castellano. “El joven dice que está rastreando a un pariente que se refugió en Argentina en la Segunda Guerra Mundial. Quiere saber si usted puede ayudarlo”. Después de un rato de escuchar la repetición del nombre y el apellido pronunciados en polaco, Soriano concluyó: “Miguel Najdorf… Ajedrecista, el mejor de mi país”. Enseguida el escritor y el joven polaco intercambiaron teléfonos y direcciones. Quedaron en comunicarse. 

Cuando regresó a París, refirió el episodio a Don Julio, quien le confirmó que Najdorf era de nacionalidad polaca, de origen judío, y que en 1939 aprovechó las Olimpíadas de Ajedrez en Buenos Aires para pedir asilo político. Se radicó en Argentina y se hizo un nombre en el ajedrez de este país. En 1949, Najdorf viajó a Mar del Plata, en plena temporada de verano, para ofrecer partidas simultáneas a ciegas en el Hotel Provincial. Cortázar le explicó con mucho detenimiento en qué consistía jugar al ajedrez a ciegas: Al ajedrecista le vendan los ojos y un asistente le va diciendo qué mueve cada rival; luego, ejecuta la jugada que decide su representado. 

Ese caluroso día de enero del ´49, Najdorf enfrentó a cuarenta rivales y ganó todas las partidas menos una, que no perdió sino igualó contra un adolescente que pasaba sus vacaciones junto a su familia. Lo que el autor de Rayuela le contó con tanto lujo de detalle en París, hizo pensar a Soriano en escribir una novela sobre aquel hombre que huyó de los nazis y siguió jugando brillantemente al ajedrez, pero en Argentina. Lo que lo convenció de hacerlo, fue el remate de la anécdota narrada por Cortázar: “Aunque no lo vas a creer, Osvaldo, ese muchacho que logró empatar con Najdorf era el Che Guevara. Él mismo me lo contó en Cuba, la única vez que conversamos. El Che amaba el ajedrez y lo practicaba todos las noches, sin excepción”.

Los años transcurrieron con la aparición de A sus plantas rendido un león y varias antologías de artículos periodísticos, pergeñadas en Europa pero terminadas en Buenos Aires. Finalmente, había llegado el momento de escribir la novela sobre el ajedrecista y su memorable exhibición en Mar del Plata, con Ernesto Guevara como actor relevante. Porque lo que Soriano había descubierto es que Najdorf jugó esas partidas para lograr que la crónica y las fotos dieran vuelta al mundo y llegaran a su Polonia natal, por entonces integrante del bloque de países soviéticos. Sí, con esas simultáneas a ciegas, el notable ajedrecista les quería avisar a sus familiares que estaba ahí, vivo, esperándolos. Aunque ni él ni ellos podían encontrarse debido a las restricciones que el Kremlin imponía para cruzar las fronteras de territorios como el polaco. 

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La primera vez que Marlowe fue a Punta Mogotes a presentarse y preguntarle a Soriano si necesitaba algo, frenó su Peugeot destartalado frente a un pato gigante instalado en la vereda de un comercio al que la imagen daba nombre. Llevaba puesto un piloto beige que usaba cuando quería mostrarse elegante. Su intención era comprarle algo a Soriano para caerle bien de entrada y no llegar a su casa con las manos vacías. Pensó en un banco para el jardín o una sombrilla para cuando llegara el verano. Pero ni bien puso un pie en el comercio, notó que un ladrón apuntaba con un arma al cajero y que varias personas habían sido obligadas a tirarse al piso, con sus manos en la nuca. Enseguida sintió un golpe seco en la cabeza, cerca de la oreja derecha. Cuando despertó, tirado en el suelo, boca abajo, el asalto había terminado y la policía interrogaba a los testigos. Por eso llegó a lo de Soriano con manchas de sangre en el piloto y algo mareado por el golpe. 

-Vos sos lo más parecido a Philip Marlowe que he visto en mi vida. El Marlowe joven, el de los primeros relatos de Chandler, los que publicaba en revistas- afirmó Soriano, sin salir de su asombro-. ¿Te sentís bien? Parecés mareado. Vení, pasá, sentate un rato y tomá agua. 

Cuando alguien se asomó al living, el dueño de casa se limitó a explicar: 

-Estoy con Marlowe, como siempre, metido en líos. Descansa un rato y se va.

Una voz femenina se limitó a decir: “Hola, Marlowe. Mucho gusto”.

Fue en ese encuentro, al ver que su visitante estaba recuperado, cuando el escritor le pidió lo que necesitaba: un teléfono, principalmente para hablar con Jorge Lanata, el director del diario en el que trabajaban. También le dijo que le averiguara si en Mar del Plata había algún club de ajedrez.

Marlowe organizó su plan para satisfacer los pedidos de Osvaldo Soriano, a quien Lanata le había encomendado atender y cuidar en extremo. Para conseguir el teléfono fue una y mil veces a hablar con el mencionado Reverte. El gerente de la compañía telefónica le respondió esa misma cantidad de veces que complacer su pedido no era sencillo y no dependía de su voluntad. En cuanto al club de ajedrez, fue a consultar al escritor Daniel Boggio, a quien había visto jugar en la plaza San Martín. Boggio quiso saber el motivo de la pregunta y casi enloquece cuando se enteró que Soriano estaba en Mar del Plata. Quería encontrarse con quien, según dijo, había compartido muchos momentos en París. Marlowe fue lo suficientemente hábil para conseguir la dirección del club de ajedrez sin revelar la del escritor en Punta Mogotes. A los pocos días fue a conocer el lugar; quedaba al lado de Canal 8, frente a la Municipalidad. No aguantó mucho el aire a encierro y la nube de humo que sobrevolaba los tableros y las cabezas inmóviles de los ajedrecistas. Antes de salir estuvo a punto de involucrarse en otro incidente violento cuando tropezó y movió las piezas de una partida. El que iba ganando se paró para pegarle pero el hecho no pasó a mayores gracias a la intervención de un tal Flaco Fernández que, además, le sugirió al extraño visitante que se moviera con cuidado o se mandara a mudar.

Ya sin saber qué le diría a Soriano, una tarde lluviosa y con un viento que hacía temblar los vidrios de las ventanas de su oficina, Marlowe escuchó el teléfono mientras se servía un whisky. Era Reverte. Lo había llamado su jefe de Buenos Aires para ordenarle que le instalara un teléfono en la casa a un tal Soriano. Sólo le había aclarado que era urgente y que el pedido lo había hecho Jorge Lanata, el director de Página 12. 

Marlowe cortó y fue a buscar su piloto. La lluvia y el viento se hicieron insoportables durante la cuadra que caminó hasta el Peugeot. Mientras atravesaba Varese, Playa Grande y el Puerto, lamentó no haber conseguido lo que le habían pedido. No podía mentir porque Soriano hablaría con Lanata y se enteraría de cómo el teléfono había llegado a su casa. 

Tocó el timbre rogando que estuviera y le abriera. Estaba empapado y necesitaba sincerarse. Finalmente, Soriano abrió la puerta. Lo miró de pies a cabeza y lo invitó a pasar. Le sirvió un coñac y lo escuchó en silencio. 

-A ese club voy a tener que ir uno de estos días. Por ahí te pido que me lleves. Necesito datos para una historia que estoy escribiendo, sobre unas partidas de ajedrez en el Hotel Provincial. Y sobre el teléfono, a todo el mundo le decimos que lo conseguiste vos. Ni en pedo le quiero deber un favor a Lanata. ¿Está claro, Marlowe?

-Sí, Osvaldo. El teléfono lo conseguí yo- contestó Marlowe, sin imaginar las veces que repetiría esa historia.

Continuará


Martín Kobse

Martin Kobse
Martin Kobse
Nació en Chivilcoy, aunque vive en Mar del Plata desde niño. Es periodista y locutor; actualmente cursa un posgrado en Docencia Universitaria. Sus cuentos han sido publicados en antologías, diarios y revistas.

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