-¿Y ahora a qué jugamos? -preguntó él- todavía quedan un par de horas de oscuridad.
-¿Vos qué querés hacer?
-No sé. Ya me cansé.
-Dale, una vez más y cambiamos.
-¿y si atrapamos uno?
-¿Te parece? Nos dijeron que sólo podíamos seguirlos.
-Eso hacemos todas las noches. Ya estoy cansada de hacer siempre lo mismo.
Miró el campo que se extendía frente a ellos como un racimo de posibilidades muertas. El viento desnucaba los sembradíos hacia el mismo lado. A lo lejos, relampagueaban las luces de los autos entrecortadas por los árboles.
Tomó mucho aire para lanzar un suspiro profundo que lo convenciera. En sus fosas nasales entraron olores de animales arrastrando su miedo bajo tierra, bestias dormidas y aves alertas.
-Juguemos a trepar árboles. Gana el que despierte más pájaros.
Ella levantó las cejas y resopló mientras pensaba que él no se cansaría.
-Ayer te gané cinco veces.
-No me importa.
-Bueno, hagamos esto. Subimos tres árboles y si gano yo, salimos a cazar.
Él hizo un gesto de desconfianza.
-No te conviene. Mamá nos está mirando.
-Eso decís vos porque tenés miedo. No te animás a mirar a un monstruo de frente.
-¿Qué no me voy a animar? Pero nos van a retar y no vamos a poder salir por treinta años.
-Por lo menos vamos a tener una historia en los labios para saborear una y otra vez.
-¿No te gusta salir conmigo, no?
-Me gusta pero quiero jugar a otras cosas, más de grandes.
-Bueno, dale. Tres árboles hasta arriba.
-Sólo con brazos y piernas. No hagas trampa.
-No, claro- dijo él con una sonrisa imperceptible.
Mientras corrían, se desprendían terrones húmedos del suelo. Iban dejando un rastro que luego les harían limpiar.
Ganó ella. Sus piernas eran más largas, sabía qué ángulo usar para que las garras se clavaran apenas para sostener el peso de su cuerpo. Él percibió mi orgullo y eso lo terminó de retrasar.
Dejé que se alejaran un poco. Los miraría desde arriba, a suficiente distancia para que él no me sienta pero la necesaria para poder intervenir, llegado el caso.
Decidieron empezar con el juego de las estatuas. Se detuvieron al costado de la ruta y extendieron sus alas, tan negras como las mías. La luna les clavaba su brillo en las puntas. ¿Desde abajo se vería como un puñal rasgando la noche?
Pasó un auto rojo. Sus monstruos internos discutían y no prestaron atención.
Mis niños son pacientes y obstinados. Todavía quedaba una hora antes de que saliera el sol.
El siguiente se detuvo. Ella giró y saltó sobre el vehículo. Él se acercó por delante. El monstruo lo miró con espanto. Salió corriendo sin saber hacia dónde.
Ella hizo una seña de espera. Él sintió por primera vez ese olor. Sus garras se activaron sin control pero su hermana estaba atenta. Ella le enseñaría.
Había que bajar la velocidad o el juego terminaría demasiado rápido. Y ambos sabían que no tenían permiso para cazar todavía.
Lo siguieron uno a cada lado.
-Son horribles. ¡Qué caras tan planas!
-Ibas a gritar cuando lo viste.
-No grité- él comenzó a acercarse -te dije que no les tenía miedo.
-No te acerques tanto que es mío.
-Ni sueñes.
-Es mío. Soy la mayor.
-Pero yo estoy más cerca- él marcó la espalda del monstruo. La sangre empezó a manchar el pasto y a despertar a otras bestias más hambrientas.
-Mirá lo que hiciste! Ya lo rompiste!
-Bueno, no sabía que era tan blando!
-Nos tenemos que ir. Dale, apurate!
-¿Lo dejamos acá?
-Sí, dale, ya vienen los otros.
Laura Blanco