Bruce Willis

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Vos sabés, claro que sabés cómo me siento, le digo mientras la miro fijamente y del otro lado de la mesa ella apenas parece devolver una mínima señal de encuentro, reconocimiento, contacto o lo que sea. ¿No vas a tomar tu café? La verdad es que no sé para qué lo pedís si siempre es lo mismo, murmuro mirando hacia un costado justo cuando me parece detectar cómo alguien de una mesa vecina toma nota de la electricidad que nuestra situación provoca y entonces comienza a observarnos de reojo. No, no te importa, ya sé, es tan simple salir a caminar, sentarse en algún café y dejar pasar el tiempo como antes, si total tenías dinero, algo del seguro, la herencia o tal vez de la venta de la casa y así dejabas que el azar o el viento te llevaran adonde ellos quisieran y vos mansamente los dejabas hacer y aquí estamos otra vez. Por suerte tengo algunos de los astros de mi lado, ya que nunca me cuesta encontrarte. Entre donde entre estás vos, y también sé que lo más probable es que te encuentres igual, como en una postal, siempre en una mesa de dos, siempre frente a una silla vacía, como invitándome, y como yo ya sé de qué va esto, para qué voy a preguntar, para qué voy a suplicarte otra vez, si sé que este es mi lugar, el de siempre, el que tanto me costó ganar. Y entonces sí hablamos, o eso creo, porque la verdad es que a veces el ruido tapa lo que decís y mientras yo trato de leer tus labios voy imaginando que me contás justo lo que quiero escuchar y al mismo tiempo supongo que vos hacés lo mismo.

El final es siempre igual, recuerdo mientras me río al recordar cómo me asusté la primera vez, cuando vino un mozo y te levantó con silla y todo para ponerte junto a otra mesa, una que estaba ocupándose con una numerosa familia italiana que era todo risas y gritos. Qué sorpresa la mía cuando noté que nadie podía verte, porque aunque ya estaba acostumbrado a que todos fueran indiferentes a mis gritos y movimientos, nunca se me había ocurrido que alguna vez, más pronto que tarde, pudieras pegarte una vuelta por estos lados. Igual, después para mí fue más de lo mismo, de lo que ya había vivido antes, durante ese período horrible después del asalto, de las heridas, de encontrarme con el pibe aquel que de tan simpático terminaba por pudrirte la cabeza cada vez que repetía su estúpido mantra de veo gente muerta. Y chau, después caí en la cuenta de todo, justo al final de la película, cuando todos se iban, hasta el director, y apagaban la luz y yo me quedaba solo, si total para qué van a venir a buscar a alguien que no ven, ¿no te parece? Pero ahora viniste vos, la verdad es que no sé qué te pasó, ni me importa, si hay mil cosas en este mundo, me lo vas a decir a mí, que te pueden mandar de una patada al otro lado, y sea cual sea la que te haya tocado no va a hacer ninguna diferencia. Lo que sí es una lástima, pienso mientras esquivo a una señora gorda que ha decidido sentarse en la silla que aún estoy ocupando, es que en este lado aún no hayamos sintonizado la misma frecuencia y que yo sí pueda verte mientras vos seguís jugando a ignorarme, como en algunas de las tardes que pasábamos en casa, antes de todo, antes del minuto uno. Ah, sonreís un poco, quizás es una buena señal, quizás es el primer paso en el camino de un nuevo encuentro, voy diciendo mientras salgo a la calle y noto que ha empezado a llover. Lo bueno de esto es que los fantasmas no se mojan, repito al pisar las baldosas que brillan levemente al reflejar las luces de los autos y de las vidrieras, y cuando giro la cabeza y te veo a mi lado, sonriente, me animo a pensar que quizás la vida en este nuevo barrio no tiene porqué ser tan triste y depresiva. Mientras no haya una remake o una secuela, va todo bien, te digo en un murmullo y entonces te reís y te agarro de la mano y así cruzamos la avenida, ignorando los semáforos en rojo y los autos que ya no pueden atropellarnos. Y es así que huimos despacito pero juntos, buscando algún lugar de esos que se parecen a las postales más lindas de nuestro pasado, a las fotos que nunca pierden el color, mientras nos perdemos entre las calles y la gente, que ahora sí son de verdad y no de utilería o cartón pintado.

Jorge Alejandro Pittaluga
Jorge Alejandro Pittaluga
Nació en Mar del Plata en 1973. Es músico y profesor de música en el Colegio Illia, dependiente de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Se ha desempeñado como tecladista y bajista en distintos grupos de música popular. En 2016 publicó su primer libro de relatos, Temporada de huracanes.

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