Visita

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En sueños, el hombre escucha ruidos detrás de la puerta de su departamento. Siempre soñando, se levanta e investiga. Abre y lo embiste un remolino de viento y hojas secas. Se materializa la figura de un anciano y el hombre no duda de quién se trata: Pancho Sierra.

La última vez que tuvo contacto con el Maestro fue en otro sueño, en Salto, cuando andaba penando por las rutas de la provincia con la carga de lechones y las turcas fogosas.

Le pregunta si gusta pasar. Don Pancho entra.

—Se agradece la visita —dice el hombre.

—¿Cómo terminó aquel asunto del camión? —inquiere don Pancho.

El hombre narra el feliz desenlace.

—Hay que tener cuidado con los sueños —sentencia don Pancho—, vea lo que me pasó a mí: tenía un cuento precioso que me servía todas las noches para dormirme, y soñar sueños hermosos y tranquilos, hasta que un día apareció un paisano que sufría de insomnio y me pidió ayuda, entonces le presté el cuento, el fulano desapareció y nunca vino a devolvérmelo, así que a partir de ahí me pasé años durmiendo mal, hasta que por fin encontré otro buen cuento, aunque no era tan bueno como el primero. Hay que tener cuidado con los sueños.

El hombre agradece los consejos.

—No hay que meterse con lo que a uno no le pertenece —sigue don Pancho—, fíjese, por ejemplo, el gringo Cagliostro, hacía lo que sabía y nunca pisó otro terreno. O el franchute Nostradamus, lo mismo que el alemán Paracelso, se dedicaban a lo suyo sin apartarse de la senda. También a mí, como a ellos, me tocó una estrella y tuve que obedecer sus mandatos, jamás me desvié y no me fue mal, aunque en realidad mi verdadero deseo era ser coplero, compuse muchas coplas en mi juventud, si quiere le canto algunas.

El hombre dice que le gustaría. Don Pancho apoya el pie izquierdo sobre una silla, coloca los brazos como si estuviese sosteniendo una guitarra, mueve los dedos, levanta la mirada hacia el cielo raso y anuncia la copla número uno. Canta:

—Desde que te conocí, / más hermosa que la luna, hice juramento al mundo / de no querer otra ninguna.

Sigue con la copla número dos:

—Ves esa nube negra, / mirala cómo gotea, / así me tiene tu amor / como trapo en la batea.

Número tres:

—Dime querida del alma / si tu corazón es libre, /si podremos ser dichosos, /si no hay un imposible.

Cuatro:

—Del medio del monte salga / un tigre y me haga pedazos, / eso nomás esperaba para morir en tus brazos.

Don Pancho se interrumpe y pide la opinión del hombre. El hombre lo felicita.

—Usted que anda entreverado con esa gente de los libros —dice don Pancho—, por qué no ve si me pueden publicar unos versitos.

Está lanzado, no hay quien lo pare, llega a la copla número cuarenta, a la cincuenta, a la ochenta:

—Aquí te mando unas letras, / ya que hablarnos no podemos, / de una libertad sin fin / algún día gozaremos.

A la cien, la ciento cincuenta:

—Aunque tu amor no me ofrece / para mí ningún consuelo, / me conformaré con verte / aunque no cumpla mi anhelo.

Doscientos cincuenta:

—Desde el día en que te vi, / toda llena de belleza, te entregué mi corazón / hecho de pura firmeza.

Cuatrocientos ochenta:

—Desde la peña hasta el río / viene una piedra rodando, / así se viene hacia vos / mi corazón despeñando.

Seiscientos:

—Anteanoche soñé un sueño, / sueño que nunca he tenido, / que nos habíamos casado / sin haberte conocido.

Ochocientos:

—Sólo la muerte podrá / borrarte de mi memoria, / porque te tengo entregado / todo mi bien y mi gloria.

Novecientos:

—¿Qué querés comer, vidita? / ¿Lechuguita con vinagre? / Más me gustan los amores / que la leche de mi madre.

Cuando don Pancho anuncia la copia número mil, el hombre está agotado, siente que se va a quedar dormido y piensa que es una falta de respeto hacia el Maestro. Por lo tanto lo interrumpe y le asegura que a su vecina Isabel le encantarían sus versos. Don Pancho se muestra complacido. El hombre va al teléfono y llama a Isabel. Habla y después anuncia:

—Lo está esperando.

—¿Qué edad tiene? —pregunta don Pancho.

—La edad justa —contesta el hombre.

—¿Es buena moza?

—Seguro —dice el hombre.

Lo acompaña hasta la puerta y ahí termina su sueño con Pancho Sierra.

Al otro día, en el ascensor, el hombre se encuentra con la vecina Isabel.

—Anoche —comenta ella—, soñando, se me apareció un señor que dijo venir de parte tuya.

—¿Qué tal era?

—Muy amable, muy amoroso, se la pasó cantándome unas coplas divinas, prometió

volver y traer la guitarra —contesta la vecina.

—No lo dejés escapar —recomienda el hombre.

.

Antonio Dal Masetto
Antonio Dal Masetto
Nació en Intra, Italia, en 1938, de padres obreros campesinos. Su familia emigró a la Argentina después de la Segunda Guerra Mundial y se radicó en Salto, provincia de Buenos Aires. Allí aprendió el castellano leyendo libros que elegía al azar en la biblioteca del pueblo. En su juventud ejerció oficios tan diversos como los de pintor de paredes, vendedor ambulante, heladero, empleado público y obrero en fábricas. Lacre, su primer libro de cuentos, mereció en 1964 la primera mención en el concurso Casa de las Américas de La Habana. Fue distinguido con el Segundo Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires (por Fuego a discreción, novela, en 1983, y por Ni perros ni gatos, cuentos, en 1987); el Primer Premio Municipal y el Premio Club de los XIII por Oscuramente fuerte es la vida, novela; el Premio Planeta Biblioteca del Sur y la beca Fundación Antorchas por La tierra incomparable, novela; y el Premio Konex. También ha publicado Siete de oro, Siempre es difícil volver a casa, Amores (con ilustraciones de Luis Pollini), Gente del Bajo, Demasiado cerca desaparece, Hay unos tipos abajo, Bosque, El padre y otras historias, Crónicas argentinas, Tres genias en la magnolia, Señores más señoras, Sacrificios en días santos, La culpa, Cita en el Lago Maggiore, Imitación de la fábula y Crónica de un caminante. Sus novelas Hay unos tipos abajo y Siempre es difícil volver a casa fueron llevadas al cine. Durante años colaboró asiduamente con el periódico Página/12. Su obra ha sido traducida a diferentes idiomas. Murió en noviembre de 2015.

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