Ver bailar

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Ella rozagante, sonrisa que achina, pelo negrísimo, bucles grandes. Joven, llenita en carnes. Cuasi porteña. Lo justo sería decir rioplatense. 

Él, huraño, acomodando el jopo con algunas canas ya. No tan grande, pero con actitud de adulto pasado. Chapado a la antigua, modos hoscos. Serio. Norteño, del este. Del monte nato, malamente urbano.

No sabemos cómo aprendió ella. Si le enseñó él o sólo de mirar bailar. Pero entiende el movimiento, entiende el ritmo, entiende las pausas y las miradas. Parece que conoce esa combinación de sonidos desde antes de nacer.

Bailan. Todos miramos. Todos vemos pasos, saltitos, sueltes y agarres. Pasos de nuevo. La música llora, en el fondo, no es tan festiva como nos quieren hacer creer. El acordeón arrastrado algo de nostalgia da.

Él le pone la mano a la mitad de la cintura, mano grande. Aprieta. La acerca un poco más, se mueven bien de cerca, sincronía pura. 

Ella apoya la palma izquierda, suave, en el hombro flaco de él. Lista para soltar cuando el ritmo lo indique. A veces se miran los pies, a veces se miran a los ojos. Ella achinada, él serio. Concentrado. Le dice algo. 

Algo de la juventud de ella nos impacta, nos da ganas de llorar, algo de sus bucles grandes saltando alegres con cada pasito, cada envión, vuelta, medio giro, y agarrarse de nuevo. Tiene el pelo arriba de los hombros, pero mucho aire. Por eso salta. Por eso se mueven así, los bucles, como si también supieran los pasos.

A ella no la conocemos. Es muy joven para él, pensamos, pero tiene edad suficiente para elegir. Algo le dice a él, ahora, apenas mueve los labios. No escuchamos porque la música está muy alta. El radiograbador es de los grandes, doble cassetera, y está en una buena esquina del patio. Arriba de un cajón de verdura, justo en la esquina entre la casa y el paredón, así que el sonido rebota y vuelve a la pista de baile, el contrapiso alisado donde los zapatos negros y bajitos de ella van de acá para allá como si conocieran, como si sus antepasados hubieran inventado esos pasos y ella solo tiene que cerrar los ojos y recordar el vaivén de la sangre.

No sabemos de dónde se conocen. Es la primera vez que viene con él. Cuando llegaron, la presentó como su novia, como hija de uruguayos, como porteña de nacimiento pero residente platense, como mayor de edad. 

Hubo que aclarar. Las miradas de ironía de las tías lo obligaron, y los ojos indiscretos de los chicos, también. Y la mamá está de acuerdo. Papá no tiene. También hubo que aclarar. 

Por los rasgos, no. No es de herencia que sabe. Debe haber visto en alguna otra reunión, debe haber prestado atención. O tal vez sólo sabe sentir. 

Nosotros no sabemos. Vemos esta danza todos los domingos, vemos a los viejos agarrarse a los sopetones, meta chasquear las suelas en el piso áspero. Se escucha desde acá el rasqueteo aunque la música esté alta, aunque el sonido rebote en la esquina entre la casa y el paredón que divide este patio, esta fiesta y esta noche de la otra, la de al lado, que suena a otra cosa.

Acá vemos todos los domingos tres o cuatro parejas agarrarse y soltarse, se miran, miran los pies, vuelta a la izquierda, saltando, dos medios pasos a la derecha, dos medios pasos a la izquierda y vuelta y vuelta y vuelta y vuelta. Con cada inflexión del acordéon, con cada nota alta, con cada repiqueteo. Suena, salta, siente, da vueltas. 

Ella sabe. 

Cómo, no entendemos. De dónde le viene, quién sabe. Es nueva, es la nueva de la fiesta, la nueva de la familia. Suelta cuando tiene que soltar y agarra cuando tiene que agarrar. Sabe. 

Si él le enseñó, pensamos un poco cuándo habrá sido. Si es la primera vez que viene, si no es de donde somos nosotros. 

Sabrá de tango, suponemos. 

Es muy joven. Sabrá de rock, pensamos. Sabrá de otras músicas, otros rasqueteos, otros saltitos, otras vueltas, otros arrastrar los pies por el piso.

Desde el banco frío de piedra vemos estos saltos, estas vueltas, estos agarrar y soltar, medios pasos para acá, medios para el otro lado y vuelta, vuelta, vuelta y vuelta. Y no entendemos cómo es que ella también es ahora una más de los que saben bailar chotis, pero lo trae puesto.

Triana Kossmann
Triana Kossmann
Es comunicadora social. Nació en La Plata en 1981 y desde 2010 vive en Mar del Plata. Es co-fundadora de la plataforma digital www.revistaleemos.com, un portal periodístico dedicado íntegramente al mundo editorial. También trabaja en prensa institucional y realiza diferentes intervenciones radiales vinculadas con la literatura.

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