“Seré tan biónica…?”, se preguntaba el personaje de Jaime Sommers al borde del vacío que se extendía pisos y pisos debajo de la terraza del edificio donde la habían acorralado.
Obligada a saltar.
En el tramo más emocionante del episodio de esa semana.
Yo munca me perdía La mujer biónica.
Estaba secretamente enamorado de ella.
También veía El hombre nuclear, protagonizado por Lee Majors, con la oscura esperanza que su personaje, el coronel Steve Austin de la Fuerza Área de los Estados Unidos, se pegara otro palo.
Y dejara libre a Jaime, que había sido su novia, pero ella no se acordaba.
Por eso del accidente que tuvo y la convirtieron en biónica.
Que tan biónica, se preguntaba la bella Jaime (Yaimi) a punto de dar el salto al vacío y quebrarse un tobillo cibernético, que echaba chispas como un soplete de soldador.
O así lo recuerdo.
Lo fidedigno es que algunos años más tarde, Lindsay Wagner, Jaime Sommers, la Mujer Biónica de la serie de televisión, aterrizó entre nosotros.
Una temporada a comienzos de los ’80.
Venía en onda promocional, con una apretada agenda de eventos a los cuales asistir.
Incluyendo un River-Boca en el Estadio Mundialista. (*).
Se alojó en el Hotel Provincial y una tarde, fuera de todo protocolo, salió a dar una vuelta por la Peatonal.
De jeans y zapatillas, sin rastros de maquillaje.
Estaba más linda que en la televisión.
Cuando me decidí a abordarla.
El idioma no era obstáculo.
Toda la carrera cursada en la Asociación de Cultura inglesa local y un exhaustivo perfeccionamiento posterior, First Certificate, me habilitaban un diálogo fluido.
Mi natural simpatía hizo el resto.
Creo que se sorprendió un poco al principio.
Más por lo inesperado, lo inusitado que le resultaba la situación.
Se notaba que no estaba acostumbrada a la pasión latina, el espíritu seductor de los argentinos.
Nada de esto se estila en Hollywood, me dijo.
Un poco cohibida, bajando sus bonitos ojos claros.
Le quedaba muy bien ese jean, le dije.
Al rato, ya hablábamos de nosotros con total confianza.
Y el tiempo pasaba lentamente.
Como en una película francesa de antes.
Alguna gente pasaba y nos miraba.
Alguno se paraba y pedía una foto con esas polaroid que estaban de moda; algún otro, un autógrafo para el pibe.
Ella accedía a todos los requerimientos con infinita paciencia y simpatía, no se creía ninguna diva.
Me pareció buen momento para invitarla a tomar un café y tener un poco más de intimidad.
Los últimos curiosos nos hicieron la escolta hasta el bar aquel.
En verdad, yo no era muy seguidor de su carrera, había sido fanático de la serie, como toda mi generación, y poco más.
Así que me pareció oportuno preguntarle en qué andaba, después de semejante éxito.
Resultó que venía de filmar una película con Sylvester Stallone, que ya iba por la segunda parte de Rocky.
Nighthawks se llamaba la película en inglés, me dijo, donde ella hacía apenas de la ex mujer del protagonista, un policía de Nueva York asignado con su compañero a detener a un terrorista internacional.
No me pareció un papel acorde a su trayectoria, pero no se lo dije.
Hay que ser diplomático en ciertas situaciones.
En cambio, recordaba perfectamente el episodio en que cantaba una canción como parte de la exhibición de talento en un concurso de belleza.
Precisamente, se lo dedicaba a Steve.
Steve, siempre Steve, entre nosotros dos.
Y pensar que había estado en la luna como astronauta.
Se podía haber quedado ahí, aunque mejor que no, porque sin Hombre Nuclear, no habría Mujer Biónica, ni la hubiera conocido en televisión.
Cantaba muy bien en ese episodio, le dije.
Yo, que justamente, tenía tantos amigos músicos en aquella época y ahora también, le podía armar una banda de acompañamiento.
Hasta me ofrecí a hacerle de manager, jefe de prensa, cualquier cosa.
Con tal de estar a su lado.
Pero no pudo ser.
Mi historia de amor con Yaimi no tuvo el final feliz que yo había soñado, tantas veces, mirando los episodios de la serie.
En algún momento de esa tarde, la única que compartimos….
Se fue.
Se escapó.
Se soltó del abrazo, modestamente humano, que pretendía amarrarla para siempre a esta ciudad atlántica.
Partió corriendo.
Como una exhalación.
La vieron pasar por la Peatonal.
Tan biónica.
(*) Jugado el 2 de febrero de 1982. Ganó River 1 a 0, con gol de Ramón Diaz. Lindsay Wagner dio el puntapié inicial simbólico.
Oscar Muñoz