Sin lágrimas

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La bati señal me advierte que debo volver. La bati señal no falla, palpita en el pecho. Y hacia allá voy con el ansia de divisar el mar y la voluntad lisiada que pide entre las cuerdas llenarse del suspiro de la costa. Extiendo mi brazo izquierdo con impericia y se me escapa el ticket en el peaje de Hudson. Las cabinas me aciertan a contramano. Soy inservible con mi mano izquierda y con la derecha también. Como decía Roberto Fontanarrosa, «tengo dos problemas para jugar al fútbol. Uno es la pierna izquierda. El otro es la pierna derecha.»

– Pa, ¿en qué eras el mejor?
– ¿Qué?
– El mejor. ¿No eras el mejor en algo?
– Dibujaba más o menos bien.

Me cansa ser mayor. ¿Cuándo salimos al recreo? ¿Cómo acallamos el dolor? Yo quiero mielcitas, mielcitas, muchas, y salir a jugar. Nadie me dijo que esto sería así. ¡No sé qué mierda es madurar! Solo sé que con los años el pibe de adentro se banca los pelotazos casi sin llorar.

– ¿Y qué más?
– Sabía sacar la sortija.
– ¿Cómo?
– Extendía la mano como blandengue.
– Blan… ¿qué? ¿Cómo recién?
– Así, sueltita y metía el batacazo al final.
– Bata-caso. ¡Bata, no te hago caso!

Me vi trepando por el caballo gris despintado de la calesita de Sarmiento. Yo quería sacar la sortija, girar y girar. Maniobrar un Ford Gran Torino como Hutch, pitar un faso como el «El Rafa» y dejarme crecer el pelo. Me siento estafado. ¿Dónde se puede reclamar? ¡Señores de la Dirección General de Defensa al Consumidor quiero regresar a ser niño y fantasear con ser mayor! Los adultos parecían felices, che. Nunca volví a ser feliz como cuando tenía nueve años, y dejaba el pasto en la ventana de la calle a la espera de los Reyes Magos, mientras  escuchaba «hay orégano, comino, ají molido, pimienta y pimentón… hay orégano, comino…»

– ¿Qué pasó con Ortigoza?
– Se fue del equipo.
– ¿Adónde se va?
– A comer dos platos de ravioles.
– Dale, pa. En serio.
– No sé, Valen. A buscar el peronismo.
– ¡¿Qué?!

***

La vida debería empezar al revés y dejar la niñez para el final. Quiero que reaparezca mi viejo por la puerta de “El Ideal”. Degustar una porción de muzzarella en La Roldana después de la práctica y caminar por Chilavert a tomar el 80. No importaba cuánto había que esperarlo si estaba con mi papá. Íbamos juntos, le contaba todo mi día en el colegio con lujo de detalles. ¡Me sentía tan cuidado, tan mimado! Nada me iba a pasar, nada. Papá estiraba la mano con el poder de Grayskull de un colorado corto y paraba el bondi. Esos quince minutos de viaje eran nuestros.

***

– ¿Qué es el peronismo?
– El peronismo, es… ¿Qué es lo que vos…?
– Yo pregunté, no vale.
– El peronismo es un derecho.
– No entiendo.
– El peronismo no se explica, se siente.
– ¿Cómo San Lorenzo?
-¡Exacto, Valentino! ¡Exactamente! – le dije y quise parar el auto para abrazarlo.

***

El capataz del sector me explicó que no podían hacer nada.

– ¿Tomaba medicamentos?
– Tomaba – le revelé haciendo la mímica de empinar una copa.
– El cadáver no se descompuso ¿comprende?
– ¡Pero pasaron ocho años!
– Le explico. El alcohol actúa como formol en los tejidos del estómago, en esa zona todavía… No podemos hacer nada ¿me entiende?
– Entiendo. Sabe que pasa, mi mamá y mi hermana vinieron de Mar de Plata únicamente para la exhumación.
– No la podemos hacer, señor. Lo lamento mucho. No puedo firmar. Si lo sacamos podemos tener problemas.
– ¿Problemas? ¿Por qué?
– Por profanación de tumba, señor.

***

– ¿Por qué somos peronistas, pa?
– Porque ser peronista es un deber, por eso somos peronistas.
-…
– ¿Estás bien?
– ¿Falta mucho? Quiero hacer pis.
– Uy ¡Te pregunté hoy, Valen! Ahora aguantá, papucho.
– Me hago encima.
– …
– ¿Quedó coca?
– Sí.
– ¿Me das?
– ¿Y el pis?
– Se me pasó.

 

***

Yo sabía que no era delito, además durante dos años, de manera sistemática, llamé para consultar «¿La fila diez la van a levantar?». Necesitaba estar atento para que los restos no acaben en fosa común. El tipo pretendía un extra y no sabía cómo pedirlo. Me acerqué hasta la delegación gremial, me tomé dos mates lavados con Huguito. El tipo militaba con papá en la Unidad Básica «Facundo Quiroga«. Mi viejo para los Reyes Magos se disfrazaba de Melchor y Huguito de Baltasar. 

— LLevate un cacho de pasto, Raulito — me dijo el último rey mago de La Matanza devenido en empleado municipal del Cementerio de Flores y veinte minutos después, el capataz y un auxiliar hicieron el trabajo sucio. 

– ¿Qué dicen?
– Nada, ma, ya está resuelto.
– ¿Necesitás plata?
– No es necesario.

Mi vieja no podía volver y tenía que cerrar el tema sí o sí. Los compañeros fregotearon hueso por hueso y en una bolsa negra de consorcio metieron todo. De ahí encaramos para la urna de mi abuela que estaba en nicho del otro lado del cementerio. Al ver esa escena, pensé que esa mañana me cristianizaría en alcohólico. Fue vital que estuviera acompañado para soportar ese cuadro tan categórico como real. El objetivo era claro. Cumplir un deseo. Mi viejo pidió estar junto a su madre, cremarlos juntos y esparcir sus cenizas en el mar. Pavada de tarea nos dejó el gordo. Mamá y mi hermana retornaron tranquilas. A mí me tocó la tarea más ardua.

– ¿Cuánto falta?
– 380 kilómetros.
– ¿Cuánto tiempo, pa?
– Cuatro horas, Valen.

***

Paramos en la Shell de Dolores a cargar nafta. Vi una mina preciosa. Me dio vergüenza cuando la morocha presintió que busqué pasar por delante de ella sin porqués. Recordé lo hermoso que es estar enamorado; cuando estuve aferrado por el hechizo de la sonrisa de una mujer pude olvidarme de la muerte. Solo cuando estuve enamorado mi vida se alejó de la cerrazón. Solo el amor pudo atajar el reloj y aproximarme al regocijo del querer. Cuando me enamoré, no quise volver a ser niño.

Ser niño y jugar. Ser adulto y enamorarse. ¿Ser niño y enamorarse? ¿Ser adulto y jugar? ¡La puta madre! “No se puede todo” me dice una voz con acento cordobés salida de un holograma símil Obi-Wan Kenobi flotando en el parabrisas.

Mientras Valentino dormía me castigué con un compilado de Cafrune. “Yo siempre digo en mis coplas, y naides me lo ha de creer, tengo una pena estrellada, que va con rumbo a Belén”

Debería escuchar música electrónica. ¡No te hace extrañar a nadie! Vi el cartel de Vivoratá y no logré angustiarme. ¿Por qué busco sentirme mal con una canción? Después de dos años de análisis, mi terapeuta me cercenó mi costado melancolizado y mi propensión al regodeo. Hizo magia con la angustia y la transformó en dolor. Ahora duele, pero no ahoga. “Así, aun cuando en la vida algún objeto de amor se pierda, podrá vivirse con la dignidad del dolor, pero sin el regodeo en el goce del sufrimiento”. ¡Patapufete! En esa sesión memorable hubiese correspondido abonar los honorarios en euros más dos kilos de milanesas de peceto.

– Valen, llegamos.
– …
– Despertate, papucho.
– Pa, pa. La abuel… ¿La llamo a la abuela?
– No, vamos a caer de sorpresa.

Ingresamos por Colón y al doblar por la rotonda de Champagnat sentí que ya no me quedaban lágrimas, «Out of tears». Me asaltó ese alivio que se siente cuando sabés que diste todo y ya no esperás nada.

– ¡Llegamos! ¿Ves el mar?
– Sí. ¿Podemos meternos?
– No, hijo. ¿Estás loco? Hace mucho frío.
– ¡Pero el agua está calentita!
– ¡Qué sabés!¡Loquito de la guerra!
– Dale, pa.
– ¿Dónde?
– Ahí, ahí descansa.

Bajé bolsos y abrigos, nos abrazamos con mi vieja, Pancho, la familia toda y tomamos unos mates calentitos. Valen jugueteaba con Indio y sus primos; yo me escapé hasta Alfonsina. Arranqué un poco de pasto y me quedé unos minutos contemplando el mar. Caminé por la playa en la pesquisa de recuerdos para estimular el lagrimal insumiso, pero ese resorte de búsqueda de dolor que dominaba a la perfección ya no respondía. Concluí que ese día de cielo cerrado el duelo había terminado. Sentí nostalgia de no sentir nostalgia.

Al día siguiente fui a correr temprano. Vi el amanecer en el mar. Desayuné en la Boston. Pedí un café con leche, dos medialunas y una lapicera. Una camarera histórica me reconoció y me acercó una Bic azul, al tiempo que el encargado desarmaba el árbol navideño. Estiré mi brazo con torpeza y se me cayó la birome. Nos reímos al mismo tiempo. No pensaba escribir, pero brotó un párrafo escrito de un tirón: Ahora que el mar te acuna, ahora que cumplimos con tu deseo quiero decirte algunas cosas que tengo pendientes. Es la ley de la vida que los hijos despidan a los padres y parece que jamás las leyes tendrán algo que ver con la justicia. Aunque suene cruel, sé que es mejor así. Porque sé que no podrías haber soportado que fuese al revés. Sé que mis hijos van a crecer como si fuesen tuyos. Disculpame si se me mezclan los verbos. Pero ya habrá tiempo para el pasado perfecto. Me enseñaste a agrandarme en la adversidad y a ser humilde con los que menos tienen; aprender de los que saben y a escapar de los que ignoran, ahora que sos parte del mar cuando intente surfear una nueva ola sabré que estás ahí. Papá, nuestro Melchor, solo espero que hayas encontrado la estrella de Belén, por mi parte, seguirás estando en mis pensamientos cada mañana que tenga por delante.

Raly Haurat

Raly Haurat
Raly Haurat
Nació el 24 de enero de 1976. Regresó a Mar del Plata después de veinte años mientras sus padres partían como pisadas en la nieve. En 2015 su cuento “El Duelo de Orly” fue elegido por Agustín Vilardo, locutor del ISER, para el proyecto audiolibro destinado a hipoacúsicos de todo el país. Publicó su primer libro de cuentos, «Relatos Porteños con vista al mar» (Texto Intrusos, 2016) y al año siguiente en «Al blues no se llega por felicidad» ensanchó su faceta de ensayista y poeta. En 2018 fue el antólogo de la publicación «Seis cuentos al filo». Raly es un hombre de radio. Fue coordinador de piso, productor, musicalizador. Actualmente conduce «La Hora sin Sombra» un programa de literatura, pensamiento y conversación en Radio Vinilo. Su primera novela "Las cartas que no te dije" será publicada en 2022 por la editorial El bien del Sauce del escritor Camilo Sánchez.

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