Sensibilidad

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Al hombre le resulta imposible no oírlos. Están sentados detrás, en la mesa más próxima. La voz del tipo es grave y por momentos suplicante. Habla sin cesar y es como un rezo. En cuanto a ella, por ahora se limitó a decir sí, no, no sé, puede ser. El estruendo de un camión recolector de basura los borra unos segundos. Después se oye nítida la voz de la mujer:

—Sabés que soy una persona muy sensible.

El tipo asiente, dice que lo sabe perfectamente.

—Entonces —insiste ella—, no sé a qué vienen todos estos planteos, me hacen mal.

Él le asegura que no es su intención lastimarla, sólo quiere aclarar algunos puntos, para que puedan entenderse mejor. Ella:

—Estás tratando de herirme y lo hacés porque sabés que soy una persona muy sensible.

Él, persuasivo, argumenta que no es así, la llama mi amor, únicamente pretende que analicen las cosas juntos, sin reproches, sin nervios, amigablemente. Siempre pausado, infinitamente cuidadoso, comenta que no le parece bien la manera en que ella lo trató delante de su madre y de su hermana (las de él), comprende que la situación pudo haberla puesto algo molesta, pero realmente lo había agredido innecesariamente, no tenía por qué humillarlo como lo hizo, había sido un poco injusta, podía haber esperado a que estuvieran solos y entonces sí aclarar todo.

—¿Por qué me hablás de eso ahora?

Bueno, él cree que es necesario hablarlo. La mujer se altera un poco:

—Lo hacés para molestarme, lo hacés para agredirme, lo hacés porque sabés que soy muy sensible.

No es así (mi amor), se lo está recordando porque su actitud le dolió mucho, porque quiere lo mejor para los dos. Ella lo interrumpe:

—Eso ya pasó, es cosa del pasado, no sé por qué tenés tanta necesidad de resucitar cosas viejas.

No son cosas viejas, dice él, pasó antes de ayer.

—Para mí es cosa vieja.

Está bien, tal vez tenga razón, pero igual él piensa que es necesario hablarlo, no hay que guardarse nada, eso es lo que envenena las relaciones, por ejemplo, no tiene sentido, bueno, ésa no es la palabra, es absurdo que ante cualquier pequeña desavenencia ella se ponga a romper sus cosas y siempre las cosas que él más quiere.

—¿A qué te estás refiriendo?

Concretamente, el otro día, por una pavada, le destruyó ese libro que él acababa de comprarse, no dejó una sola hoja sana, lo rompió en pedacitos y tiró los papeles por la ventana, ésas son las actitudes que no entiende, que le parecen inútiles y nocivas para la relación.

—Ahora estás tratando de humillarme otra vez, te gusta recordarme mis momentos de debilidad, te gusta regodearte recordándolos y lo hacés porque sabés que soy muy sensible, basta un error, un solo error, para que me juzgues para siempre. No se trata de la única vez, sigue él, manso, conciliador, quince días atrás le destrozó una casete, hace menos de un mes le prendió fuego una camisa, antes le había roto aquella copa de cristal que era regalo de un amigo y no quiere seguir sumando, son muchas las situaciones similares.

—Sos un perverso, una mala persona, te gusta verme revolcada en la basura, lo hacés nada más que para hacerme sufrir, porque sabés que soy extremadamente sensible.

Él le pide que no lo tome así, no es su intención alterarla, pero debe seguir hablando, por el bienestar de los dos, por la salud de la pareja, otro tema es la relación que ella mantiene con Gabriel.

—¿Qué pasa con Gabriel?

Él opina que no está bien la forma en que ella se maneja, sabe que son grandes amigos desde hace años, pero en público podrían evitar ciertas manifestaciones, ciertas intimidades, lo hacen sentir como un tonto, tiene la impresión de que los conocidos se burlan de él cada vez que les da la espalda.

—¿Qué querés insinuar?

Nada, no quiere insinuar nada, sólo piensa que podrían controlar sus expresiones afectivas delante de la gente, al fin y al cabo él es su marido.

Ella está a punto de sollozar, se nota que ha perdido el control:

—Esto es el colmo, sos un miserable, un monstruo.

A esta altura, el hombre que escucha se da vuelta. Ve cómo ella se levanta, toma la botella de agua mineral y la descarga sobre la cabeza del tipo. Permanece parada, dura, los puños cerrados, temblorosa. Ahora su voz recuerda el chirrido de la punta de un cuchillo al deslizarse sobre un vidrio:

—Soy una persona sensible, muy sensible.

El tipo se levanta con dificultad, ve venir al mozo y lo contiene con un gesto:

—No le diga nada, por favor, no le diga nada porque es muy sensible.

Paga, toma a la mujer del brazo y se van.

Antonio Dal Masetto
Antonio Dal Masetto
Nació en Intra, Italia, en 1938, de padres obreros campesinos. Su familia emigró a la Argentina después de la Segunda Guerra Mundial y se radicó en Salto, provincia de Buenos Aires. Allí aprendió el castellano leyendo libros que elegía al azar en la biblioteca del pueblo. En su juventud ejerció oficios tan diversos como los de pintor de paredes, vendedor ambulante, heladero, empleado público y obrero en fábricas. Lacre, su primer libro de cuentos, mereció en 1964 la primera mención en el concurso Casa de las Américas de La Habana. Fue distinguido con el Segundo Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires (por Fuego a discreción, novela, en 1983, y por Ni perros ni gatos, cuentos, en 1987); el Primer Premio Municipal y el Premio Club de los XIII por Oscuramente fuerte es la vida, novela; el Premio Planeta Biblioteca del Sur y la beca Fundación Antorchas por La tierra incomparable, novela; y el Premio Konex. También ha publicado Siete de oro, Siempre es difícil volver a casa, Amores (con ilustraciones de Luis Pollini), Gente del Bajo, Demasiado cerca desaparece, Hay unos tipos abajo, Bosque, El padre y otras historias, Crónicas argentinas, Tres genias en la magnolia, Señores más señoras, Sacrificios en días santos, La culpa, Cita en el Lago Maggiore, Imitación de la fábula y Crónica de un caminante. Sus novelas Hay unos tipos abajo y Siempre es difícil volver a casa fueron llevadas al cine. Durante años colaboró asiduamente con el periódico Página/12. Su obra ha sido traducida a diferentes idiomas. Murió en noviembre de 2015.

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