Nuestra posición personal ante un texto es siempre única e irremplazable. En la privacidad de nuestra cama bajo la luz de la mesilla de noche, al borde del mar en una tarde de agosto o en una biblioteca municipal un día de lluvia, cada cual asimila a su propia manera lo que lee y así se convierte en un intérprete irrepetible que alumbra las tramas con una mirada propia y original.
Recopilando las impresiones de los lectores que se me han acercado a lo largo de estos últimos años, he ido elaborando mentalmente un catálogo de perfiles en el que de todo he encontrado, para mi gran fascinación. Lectores con rasgos detectivescos que atan cabos antes de que el argumento los resuelva. Lectores cinematográficos que transforman mentalmente las escenas en fotogramas. Lectores románticos que absorben la lectura a través del corazón. Lectores compasivos que sufren con los personajes, ríen con sus alegrías, gritan con sus triunfos y sangran por sus heridas. Lectores currantes que machacan las líneas una a una, subrayan, memorizan citas, acuden al diccionario cuando no conocen un término y a internet cuando les falta algún dato. Lectores compulsivos que roban horas al sueño, posponen obligaciones y, a veces, absortos, hasta se saltan las paradas del metro o el autobús. Lectores rigurosos que comprueban que no te has columpiado en cierto dato, contrastan las fechas calendario en mano e incluso sacan la calculadora para certificar que has hecho las cuentas bien. Lectores viajeros que trazan mentalmente los mapas de los territorios transitados, reconstruyen la fisonomía de las ciudades y, a veces, incluso emprenden viajes reales a los destinos que salpican las novelas. Lectores soñadores que se ven a sí mismos encarnados en los personajes, vistiendo sus ropas y besando a sus amantes, durmiendo entre sus sábanas, comiendo de sus platos y sudando por su piel. Lectores sanados a los que una lectura inesperada ayuda, si no a superar, sí al menos a aliviar su dolor y proporcionar un bálsamo para las heridas del cuerpo o del alma. Lectores disfrutones, analíticos, justicieros, conversos, nostálgicos, desafiantes, ansiosos, reincidentes… hasta el infinito podría llegar.
Mi catálogo contradice ese axioma mil veces oído según el cual sólo existen dos tipos de lectores: los buenos y los que no lo son. Como creo que les he dejado entrever, discrepo abiertamente. Todos los lectores son buenos, cada uno a su manera. Todos son valiosos y meritorios; todos contribuyen a que la lectura nunca nos deje de fascinar.
A ellos brindo este pequeño alegato a favor de la subjetividad, de la individualidad irreductible de cada cual al abrir un libro ante los ojos. Sea cual sea el que usted tenga junto a la almohada, disfrútelo a rabiar.