Mary danza

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En la vereda, Mary danza. 

  Ágil como los chicos que esperamos en la vereda el final del año, ella saltó la cuerda, pasó sobre un solo pie por las casillas de la rayuela, se tocó la punta de los zapatos estirando las manos firmes. Nos quedamos mirándola: no conocemos a nadie de su edad que haga lo que ella hace.

  Falta poco para el brindis y ella, en puntas de pie, con zapatos de taco bajo, eleva los brazos y hace un arco que rodea su cabeza rubia. Se prepara para dar el primer paso. 

  Ella enseñó a sus hermanos, cuando todos eran chicos, a jugar una mágica danza en las mañanas escarchadas. Es así, les decía, y daba largos pasos para poner un pie en una torta de bosta recién cagada por alguna de las vacas que pasaron un rato antes frente a la casa. Un juego de rayuela en el que los números podían cambiar de lugar, según donde cagara la vaca y donde pudiera alcanzar cada chico con su salto para llegar al pequeño cielo que diera calor a los pies desnudos en la mañana helada.  Era el tiempo en el que vivían en un campo cerca del arroyo Luna, con vacas suficientes para asegurar el juego de cada mañana, antes de recibir el reto de la madre, empezar a escribir en inglés y español, hacer sumas y restas, coser y lavar, cantar. 

  Mary dice que cantar hace muy bien. Es bueno para quien canta, y para los demás.

  –Como esa niña que llega apurada frente a su padre y tartamudea al tratar de decirle algo; su padre, autoritario, le ordena

Cante m’hija

Y la niña canta, con ritmo de vidalita

Se te quema viejo
Vidalitá
La parva de trigo

  A los 25 Mary perdió al padre, pero ya había empezado a ganar el mundo, con pasos breves y rápidos, con fluido hablar en inglés y buenos modos, cuando quería.

  Ganó fama de buena institutriz en casas de las familias aristocráticas de Buenos Aires, como la de ese abogado catamarqueño que aspiraba a ser presidente, y lo logró. La familia quería mucho a Mary, pero ella no se tragaba los aires de nobleza del abogado. Y al final, chocaron.

  Que tuviera más cuidado al dirigirse a él, cuenta Mary que le dijo el dueño de casa, que como ella seguramente sabría, tenía sangre azul.

  –Sangre azul – confirmó Mary –y cuernos de oro.

  Fue el último diálogo de Mary en esa casa, que debió buscar una nueva familia que la contratara. 

  La buscaron para una de esas familias que cargaban todo en el barco y partían por varios meses a Paris, con vaca y todo. Ella fue parte del contingente, con la tarea de cuidar y educar a los hijos. Ella insiste en que cumplió con su trabajo, aunque de paso conoció la torre Eiffel, el Sacre Coeur y Montmartre, Montparnase y el Moulin Rouge, pero de afuera. 

  –Estuve también en Les Invalides –dice Mary—donde está enterrado Napoleón, el que le pegó una cachetada al Papa.

  Y la canción francesa, como esta que escucha en su cabeza mientras se pone en puntas de pie.

  Adelanta el pie derecho y se prepara para elevarse sobre sus piernas, y no importa que en esta calle la temperatura sea treinta grados más alta que en Paris hoy mismo, a esta hora, ni que ella tenga unos cuantos años más que cuando estuvo allá, ni que el camión del sodero le pasó por encima; no importa.

  Volvió de Paris y comenzó a trabajar con una familia de navieros con la que debía viajar, verano tras verano, a Punta del Este.

  Entre tanta gente copetuda, había un griego que se hacía el simpático y ni siquiera así podía ocultar su fealdad. Rico y feo. Lo veía sentarse en los atardeceres, con un vaso de whisky o de vino fino, a conversar largo rato con alguno de esos amigos, y darse aires de grandeza.  Que se compraría una isla en el Mediterráneo, había escuchado decir al griego. Como si fueran tan grandes las islas griegas. Sin tanta alharaca, Mary había comprado dos lotes en Santa Clara del Mar, poco antes de llegar a Mar del Plata.

  –Un día eso se pondrá hermoso. Allá me haré una casita.

  Al regresar de uno de esos trabajos de verano en Punta del Este, el contrato con los navieros se terminó y se fue a la casa de una industrial textil, con varios matrimonios: con el primer marido tuvo tres hijos, con el segundo dos; con el tercero tenía en común dos perros salchichas, y necesitaba que Mary no perdiera de vista a los hijos más chicos.

  De esa señora recibía todos los meses bolsas cargadas con revistas que Mary regalaba a sus sobrinos. Revistas italianas, españolas, francesas; también revistas argentinas con análisis políticos confirmados, a veces, y desmentidos, otras, por la realidad.

  Era porque a su marido periodista se las regalaban, las revistas. 

  –Bernardo las trae acá, y las deja ahí, tiradas –dice Mary que le contaba la señora.

  Con ellos estaba algunos meses sí y otros meses no. Mientras tanto, volvía a su hogar, una pequeña pieza. Una caja de zapatos puesta de punta: más alta que larga y que ancha, era la primera entrando a un departamento antiguo, en el segundo piso de la calle Esmeralda, al lado del baño que compartía con la familia que ocupaba el resto de la casa. Volvía a su pieza pequeña, la cama, el ropero y la cómoda, y el montón de recuerdos de los viajes.

  Fue ahí, en esa calle Esmeralda, en la misma cuadra en la que se cruzaba con el elegante señor ciego del brazo de la joven japonesa, a los que alguna vez encontró en la misma confitería de la esquina en la que ella iba a tomar un té con brioches, fue ahí donde el camión del sodero le pasó sobre sus piernas. 

  Ella salió a la calle como cualquier mañana, con la cabeza ocupada en alguna idea, y con esa idea en la cabeza cruzó Esmeralda sin mirar. Cruzó por la mitad de la cuadra pensando en qué haría al llegar a la otra esquina: comprar queso fresco De Lorenzi. Cruzó y no vio el camión del sodero. El sodero tampoco la vio. Frenó por las señas de los transeúntes, y ayudó a levantar a Mary de debajo del camión y subirla a la ambulancia.

  De pronto se encontró en una cama del hospital británico, con el doctor Johnson a su lado.

  –Lamento decirte, Mary – cuenta Mary que le dijo el cirujano en pausado inglés—que tendré que cortarte las piernas.

  –Lamento decirte –dice Mary que le respondió, también en inglés – que cuando me recupere vendré en la silla de ruedas con un revólver, para matarte. Así que, mejor, me arreglás las piernas.

  –Nos pusimos de acuerdo enseguida—aclara Mary ante el asombro en las miradas.

  El cirujano hizo trabajo extra.  Dedicó días, semanas y más, a arreglarle los huesos y músculos deshechos. El médico puso todo su conocimiento y Mary toda su voluntad, y ahora, en la noche fresca de la vereda de Junín, sobre baldosas con largas vainillas de color amarillo, levanta con suavidad la pierna derecha y dice así, así hacía la Madeleine.

  –Como Maia—dice Mary y danza. Celebra estar en puntas de pie. Nosotros, que vimos gente de su edad bailando tango, o a gente más joven bailando twist, nunca vimos a alguien bailando de ese modo.

  –¡Hay que agradecer! – dice con los brazos en alto –¡El doctor Johnson lo hizo muy bien! Él estará celebrando, y yo también.  

  –Como la Madeleine – dice – y alza su pierna izquierda, la flexiona bajo la pollera negra con lunares blancos, gira sobre su pie derecho con las manos unidas más arriba de la cabeza, y danza, hasta que llaman para el brindis.

  –¡Feliz Año Nuevo!

Eduardo Cormick
Eduardo Cormick
nació en 1956 en Junín (Bs As). En 1992 recibió el 2do Premio Iniciación de Novela de la Secretaría de Cultura de la Nación por su novela Almacén y despacho de bebidas El Alba y en 1996 fue premiado en el Certamen Joven Literatura de la Fundación Fortabat. En 2004 la Fundación El Libro lo premió en el certamen El arte de la Novela Corta por su novela Quema su memoria. Entre gringos y criollos fue declarado de Interés Municipal por el Honorable Concejo Deliberante de la ciudad de Junín (2006). El primer viaje fue declarado de “Interés legislativo” por el Honorable Senado de la Provincia de Buenos Aires (2010) y el autor fue declarado “Ciudadano honorario” por el Honorable Concejo Deliberante de la ciudad de Salto (2013). En 2021 recibió el Premio Enrique Anderson Imbert a la trayectoria narrativa del Instituto Literario y Cultural Hispánico (ILCH). Publicó Entre gringos y criollos (relatos, Ediciones de las Tres Lagunas, 2006), El primer viaje (novela, Ediciones de las Tres Lagunas, 2010), Quema su memoria (novela, Vinciguerra, 2014), Hasta que aclare (El Bien del Sauce edita, 2017); El lado irlandés de los argentinos (semblanzas, El Bien del Sauce edita, 2020 y Las huellas del olvido (relatos, El Bien del Sauce edita, 2022). Mary danza es parte de Hasta que aclare.

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