Cuando Elsa supo que la máquina de coser era para ella, por un ratito olvidó lo pasado y miró hacia allá donde el porvenir la esperaba. Aguerridas son muchas, pero voluntariosas pocas, eso repetía el Padre Luis cada vez que la encontraba en el comedor barrial. La mujer era modista y colaboraba con el ropero y la cocina.
-Vos sí, Elsa, que le das para adelante.
– ¡Y no es que no tenga problemas, Padre! ¡Mire que robarse mi Singer!
-Elsa, a esta otra la donó una señora que viene a misa los domingos, y es eléctrica.
El cura recorría los alrededores de la villa buscando donaciones, pero cada vez le costaba más conseguirlas.
Elsa Barrientos era costurera, había llegado desde su Paraguay natal a los veinte años, y cuarenta llevaba en el bajo Flores. Recordaba cuando caminaba la 1-11-14 sin miradas atentas y desconfiadas. Su oficio de costurera le sirvió para que sus hijos fueran a la escuela.
Era una mujer de trabajo a la que el Padre Ricciardelli le había advertido, finalizados los 90´
-Elsa cuidá a tus hijos, se ve gente extraña en el barrio.
-Padrecito, yo trabajo de sol a sol, doblada estoy, si hasta la rodilla me jode de tanto pedal. Mi marido lo que gana se lo echa a la garganta, pero por qué a mis hijos si los de la Gladys andan por ahí también.
-Sí, pero los tuyos son inteligentes y estos peruanos los eligen.
Había pasado una década y Elsa no dejaba de extrañar al Padre Rodolfo Richiardelli, que había llegado al barrio en los 70´, junto con ella, y no paró hasta ver levantada la capilla y la Escuela Nro 22. Envejecieron juntos, pero Dios se lo llevó antes.
Eran contadas las veces que Elsa permitía escapar una sonrisa.¨ Áspera¨ la habían calificado sus hijos. Y cómo no serlo si parecía que todos estaban en su contra. Cuando Elsa descubrió lo que Richiardelli le había advertido, el agua le había llegado al cuello, y por más que diera manotazos lo que intuía fue certeza.
Corría el año 2010 y Elsa ya no podía con su hijo y menos con su hija, que vivía con el peruano más buscado de la zona. Una balacera entre narcos se llevó a sus hijos, así no más, en un suspiro interminable, cruel, desgarrador.
Las campanadas de la Milagrosa irrumpieron el espacio, ahí en dos ataúdes juntitos como habían vivido se fueron. Elsa supo mucho antes que sus hijos ya no le pertenecían, pero le quedaba su nieta de cinco años, ¨antes muerta que verla perdida¨ pensaba la mujer.
-Añorás el pasado, Elsa.- repetía el nuevo cura.
-Padre, usted le llama añorar y yo le digo esperanza. Porque lo que siento es eso. Tengo la esperanza de que todo vuelva atrás.
-Elsa, atrás no vuelve nada y menos el tiempo.
-Padrecito, lo escuché en la misa, dijo que siempre hay que tener esperanza, ¿y me viene con esto? Ya estoy vieja para creer.
El barrio primero fue un pequeño asentamiento que se transformó a través de las épocas en un conglomerado de viviendas. Nadie le quería dar nombre, solo números como si estuvieran de paso. La mujer miraba hacia arriba y divisaba el enjambre de cables que cruzaban las calles. Veía los pasillos oscuros que de noche la aterraban. La vieja costurera conocía los movimientos de la villa, y sabía bien de qué y de quién cuidar a su nieta.
El Padre Luis, el nuevo, había creado la orquesta infantil y juvenil, organizó los diferentes deportes, abrió la escuela al barrio, se dictaban talleres de teatro, música y canto. Elsa era la encargada del ropero, todo pasaba por sus manos. Allí en la escuela estaba su Singer cuando unos vándalos se llevaron todo lo electrónico, hasta la máquina. El cura trataba de sacar a los adolescentes de la calle. En la parroquia funcionaba el comedor para ciento cincuenta personas. Elsa colaboraba en la merienda de los más chicos.
El día que desapareció la Singer, la modista se sintió estafada. Estaba segura de que los ladrones sabían lo que hacían, y eran del barrio.
-¿Para qué quieren mi máquina?
-¡Abuela, para la droga!
-¡Jesi, no vuelvas a repetir esa palabra!
-¡Vos sí que no querés ver nada! ¡Te quedaste en el tiempo!
-¡Sí, en un tiempo mejor que el tuyo!
¡Abuela, a tus hijos los mató la merca, y aunque te calles es así!
-¡No quiero escucharte! ¿Qué sabés vos?
Jesica con sus catorce años sabía mucho más de lo que la abuela intuía. Sabía tanto que le escapaba a las salidas con amigas. No conocía cuánto más iba a poder contenerse de probar lo que vendía Joaco, su novio.
Ese día después de ayudar en el comedor, Elsa agarró la máquina de coser y salió para su casa. No la dejaría allí. Paseó con su nieta, discutieron sobre el color de la tela del vestido de 15, la compraron roja como Jesica quería, a ella le hubiese gustado rosa el color favorito de su hija. La jesi se merece lo mejor- repetía la mujer cuando las vecinas opinaban. Le daría el gusto y rojo sería el vestido. El Padre Luis le ofreció el comedor para el baile.
La mañana de la fiesta de 15 los chicos que concurrían a la parroquia ayudaron a limpiar y ordenar caballetes y sillas. Colocaron guirnaldas, luces y globos rojos, el color sobresaliente, algunos blancos también. Cada familia del barrio colaboró con la comida.
Elsa esperaba la entrada de su nieta cuando, como una exhalación, vio al padre Luis atravesar la salida, pero antes un instante ensordecedor surcó el aire a balazos, los invitados salieron expulsados, las sirenas que aullaban lejos cada vez estaban más cerca, y los gritos estrangularon el entendimiento tanto que Elsa no atinó a nada. Eso no se lo habían advertido. Arcadas violentas empezaron a dejar a la abuela sin aire. La muerte antes de ver el vestido rojo sangre vacío.
Liliana Irigoin