Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán, que me fuiste muy dulce, más maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres (2. Samuel 1, 26)
La actuación de estos dos hermanos predicadores fue memorable. Pero más memorable fue el resultado intelectual de ella, en colaboración escribieron el Malleus Maleficarum, gran código especialmente consagrado a los delitos de brujería (Caro Baroja)
El Maestro nos advierte que seguramente cederá a la tentación literaria de acentuar o agregar algún pormenor. Pero también sostiene que lo hará con probidad. Sin embargo la suya es la versión de una versión de una versión. A pesar de que él sostenga la improbabilidad de que la primera versión surgiera del menor de los Nilsen yo me inclino a pensar que fueron ambos, en medio de una curda culposa y nostalgiosa, los que confesaron haber matado (amado, deseado- ¿algún día entenderemos la filosa mordedura entre las dos cuestiones?-) a la mujer. Dudo, con motivo, de que el menor esperara a que muriera el mayor para confesar, en mitad del velatorio (al que concurrieron muchos parroquianos movidos por el afán de verle la cara al muerto), que su hermano ahí yaciente había sido el artífice de aquel crimen que, del mismo modo que los reunió, los separó para siempre, sin importar que, desde aquella noche, uno ya se hubiera convertido en la sombra del otro. Hasta que la muerte los separó. A decir verdad (aunque alguien diga que Alá sabe más) la muerte del mayor poco y nada liberó de sus torturas al alma del menor, como tampoco lo liberó la confesión, ya el muerto no estaba vivo para poder defenderse.
Juliana, le pusieron de nombre Juliana, para unir en ella los nombres de sus dos abuelas, Julia y Ana. Tal vez ese haya sido el único momento de amor y atención que recibió en la vida, cuando alguien se detuvo para crearle un nombre. Después de eso, toda su existencia fue un lamentable deambular de rancho en rancho, de catre en catre, de mano en mano, limpiando mierda de otro, privada de voz y voluntad. Como si fuera una cosa. Pero una cosa peligrosa, con la fuerza poderosa de una yunta de bueyes, con la ferocidad inquietante de una palanca que, casi inmóvil, le basta con calzar bien en un punto para mover el eje de la Tierra. Juliana era, entre ellos, un cuerpo desestabilizador, una yunta de bueyes, una palanca.
El Maestro vuelve a utilizar (como antes, como después) el término cifra, dice “se cifra” o, para que se entienda mejor, dice “Lo escribo ahora porque en ella se cifra, si no me engaño, un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos”. Maestro, Borges, en esta historia se cristaliza la historia de los orilleros antiguos pero también la de los poderosos citadinos, la de los atrevidos artistas, la de los prejuiciosos intelectuales, la de los profesionales en ascenso, la de los mafiosos con anillos de platino y rubíes, la de los traficantes con dientes de oro, la de los relaciones públicas con cocaína en las encías, la de los señores reprimidos que rinden culto a la familia, la de los curas perversos que se meten las cruces por el culo, la de los borrachos confesos como en “El gato negro”, la de los psicópatas que, hayan o no hayan leído a Borges (lo que no quita ni agrega al tema), matan a sus mujeres. Se cifra una cifra tan herrumbrada y vigente como la de la moneda de hierro (para seguir con sus metáforas) que, gastada y arruinada, sigue circulando y conservando su efigie.
La Biblia con tapas negras y caracteres góticos era el único libro que había en la casa. El Libro sagrado con nombre de mujer, la Libra. “Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos habían sido entonces de zaguán o de casa mala”, es decir, eran putañeros.
La ambulancia está transportando el cuerpo inconsciente de la rubia voluptuosa más deseada en la historia de la Humanidad. Marilyn consumió una sobredosis de Nembutal, tal vez consumió o tal vez la obligaron o tal vez es mentira. Sucede que así como el relato verídico de Borges, intervenido por detalles de imaginación literaria, esta otra historia también tiene y arrastra tantas versiones como suposiciones y testigos que se contradicen. En los archivos del expediente de la muerte de Norma hay hojas arrancadas, palabras tachadas, personas muertas, intereses políticos del poder que no mueve a un país sino que mueve al mundo, junto con el sexo.
La ambulancia no llega al hospital y regresa a la casa. La Bella más taciturna de las cronologías que presuponen tiempos cíclicos, superpuestos, laberínticos y bifurcados, está muerta y aún deberán pasar otras seis horas hasta que lleguen los médicos y dictaminen el rigor mortis. Seis horas tuvieron a Marilyn, Norma, pequeña huérfana, niña abusada, lectora del Ulises, muerta, allí sobre la cama entre sábanas blancas, mientras hurguetean entre sus pertenencias, buscando la carta que dejó, quemando fotos, notas, borrando evidencia, transfigurando la escena del crimen y cualquier otra señal que delatara o pusiera en problemas a los hermanos Kennedy, no tan diferentes a los Nilsen, aunque más diferentes imposible. Porque también hemos aprendido que hay diferencia en la repetición y que en toda repetición hay semejanzas. Los iguala la pulsión sexual, el poder sobre el otro (la otra), el deseo carnal, la competencia viril, el debilitamiento de toda su omnipotencia cuando la sangre deja de asistir a las ideas para concentrarse como río desbordado en la punta del pito ¿Quién es el falo? ¿La Juliana, Marilyn, o esos penes erectos que dejan de entender razones y suponen que la aniquilación del cuerpo femenino es la única salida?
Juan y Roberto arden por dentro cuando están frente a Marilyn, no hay sobre el Universo mujer más inconveniente, para ellos, entre ellos. No existe en ninguna imaginación ni en ninguna realidad otra cosa que los perturbe más y los aleje de sus ambiciosos propósitos. Sin embargo no pueden soltarla, dejarla correr libre, dejarla habitar en ese firmamento efímero de estrellas fugaces. Porque ella no es fugaz, mienten cuando la llaman débil, o tonta, o loca, o puta. Marilyn nació para perturbar, para conmover los cimientos de la tierra, para despertar los embrujos aquietados. Tal vez haya sido Juan, o tal vez Roberto quien le haya dicho al otro “hoy la maté”.
Hay que pensar, detalladamente, cómo debe ser la foto que registrará la prensa y que recorrerá el mundo: el cuerpo de Marilyn, muerto y sensual, extinguido y deprimido, determinante y suicida, atravesado sobre la cama: piel, seda, seducción, el frasco de barbitúricos, el teléfono negro al alcance prometedor y traicionero de la mano, el llamado de auxilio, la belleza doliente mítica huérfana desamparada atrevida voluptuosa irrepetible frágil infantil soberbia vulnerable inalcanzable inalcanzable inalcanzable de Marilyn Monroe. Los Nilsen de Whashington nunca confesarán, pero todas las cámaras de la prensa que habían ido registrando expresiones e imágenes lo sabían: los hermanos Kennedy también eran putañeros como los Nilsen, aunque no orilleros.
El obituario del lunes 6 de agosto de 1962 en Los Ángeles Times titula “Una belleza perturbada que no logró encontrar la felicidad como la estrella más brillante de Hollywood”. La hallaron desnuda, nadie testificó que oliera a Chanel N5, las notas que refieren a su muerte suelen decir “sin conspiraciones ni más misterios que el de una mente acosada por el espectro de la locura hereditaria, el dolor del abandono y el abuso”.
Los hombres y mujeres dignos de fe y también los indignos dicen, dicen, dicen (pero Alá, dicen también, sabe más).
Parece que Eduardo estaba enamorado de la mujer del hermano. Dicen que Cristián la mató, él solo, no para liberar al hermano menor del ominoso cuchillo, sino por el goce perverso del femicida que busca ejercer la tiranía sobre la vida y la muerte: quería entrarle por última vez el falo y el puñal para compararles las caras. Luego de que la cargó en la carreta se dispuso a compartir el cadáver que había dejado, llamó a su hermano, orillaron un pajonal tomando por el camino de Las Tropas y se detuvieron. Recién allí, en el campo santo donde dejarían a la Juliana y sus pilchas (tres pobres pilchas pobres) el mayor le dijo “Hoy la maté”. El móvil era bíblico “ya no hará más perjuicios” y también era una máxima de Martín Fierro “los hermanos sean unidos”, la de afuera, la intrusa, era la Juliana, a punto de devorarlos. La imagen más brutal es la de los caranchos, sobrevolando, que también ellos son criaturas del Señor.
Dicen que lloraron abrazados. Lo que hay que decir es cuánto repugna verlos y leerlos así, al lado de la intrusa muerta, abrazarse llorando.
Cecilia Secreto