Tenés que ir a la cosecha me dijo el coso que decía que era mi papá pero yo nunca me lo creí porque un papá no le hace a su hija chiquita lo que él me hacía a mí, tenés que ir a la cosecha porque faltan brazos y como sos menor yo cobro por vos así que dejate de la escuela y esas pavadas que no sirven para nada y mañana a las cinco quiero verte levantada. Haraganas de mierda que son todas ustedes y se fue y yo dije ah no a mí nadie me saca de la escuela, nadie pero nadie, qué se cree ese. Pero tuve que ir a la cosecha porque si no el coso se la agarraba con mi mamá y a ella nadie la defiende como no sea yo que estudio y voy a seguir estudiando y el coso puede decir lo que quiera y este año nos toca historia medieval y eso es importante así que de la cosecha ni me hablen. ¿Que qué tiene que ver la historia medieval con la cosecha? Parece que nada, ¿no?, pero eso es porque una no aprendió a pensar como decía la Junípera Robicchini que era por suerte mi profesora de historia y sabía una barbaridá.
Así que al otro día en vez de ir a la escuela fui a la cosecha y ahí mismo ese mismo día esa misma mañana juré que nunca más, nunca nunca más. No sabía cómo me las iba a arreglar pero no, nunca iba a volver a cosechar. El sol me cocinaba y me mareaba y me daba sed pero no tenía permiso para ir a tomar agua y el coso no me había dicho que tenía que llevar una botella de agua. Las manos se me agarrotaban y no podía doblar los dedos y me picaba todo el cuerpo pero no podía hacer nada porque los capataces pasaban a ver qué hacía cada uno y cada una que cosechaba y si me pescaban rascándome me pagaban menos y el coso podía vengarse y vengarse fiero, si lo sabría yo.
Así que aguanté unos cuantos días mientras pensaba cómo hacer para zafar, hasta que me di cuenta de que me estaba acostumbrando a cosechar y de que ya no me costaba tanto sacar una a una las bolitas maduras y dejar la rama pelada, y eso me asustó mucho más que imaginarme lo que podía hacerme el coso. Tengo que salir de acá, dije y pensé y pensé y lo primero que se me ocurrió fue ir a la comisaría y enseguida voy y me acuerdo de que el coso les pasa la coima al comisario y a uno o dos de los canas para que lo dejen trabajar, trabajar, dice él, tranquilo y no lo molesten, así que a la comisaría no. A la iglesia tampoco porque ahí te hablan de Jesús y del sacrificio y de la obediencia y sonaste porque ayudarte, eso, ni pensar.
Entonces se me apareció la cara de la Junípera con rulitos y anteojos y bigote y todo y dije ¡eso! Porque la Junípera no se cansa de decir que no hay nada en el mundo salvo la educación, que pueda salvarte del desastre, la miseria, la enfermedad, la soledad, el infierno y varias otras cosas más todas espantosas, y para qué dice todo eso ¿eh?, para qué. Para que nadie deje de estudiar la próxima lección. Reflexioné, que eso también dice la Junípera que hay que hacer. Reflexionar es más o menos como solucionar un teorema, una va del primer paso al segundo y de ahí al tercero, y si lo hizo bien, al final está la solución. Reflexioné y di con la solución: lo que tenía que hacer era llorar, pero no a los gritos sino despacito; no tipo desgraciada en amores contrariados sino tipo ratita desamparada. Al otro día, cuando llegó mi media hora de descanso en la cosecha, me escapé, sí, me escapé: fui a la escuela caminando porque no tenía para el tranvía, pero llegué y eso sí, no entré. No, señor. No entré. Me paré en la puerta y esperé a que terminara el turno mañana y ahí empecé a llorar. Lloré y lloré y nadie se me acercó, claro, pero yo sabía que nadie se iba a parar así que no me importó y seguí esperando y en eso salieron las profes y la Junípera sí, ella se paró a mi lado y me dijo ay pero Mariela qué te pasa por qué no venís más a clase y yo meta llorar despacito aunque casi dejo de lloriquear cuando la oí bien y supe que la Junípera me decía Mariela y no ché o vos o chica o cosas peores, eso, me decía por mi nombre y ahí fue cuando me envalentoné.
Al rato estábamos ella y yo en el bar de Miguelito adonde yo tantas veces había soñado con entrar pero plata nunca tenía porque no me daban, y ella tomaba café y yo una cocacola y le contaba lo que me pasaba. Sí, exageré un poco, y qué hay. Exageré lo que era necesario. Sobre todo en la parte del coso y creo que eso fue lo que me salvó. La Junípera me llevó a su casa, un departamento al final de un pasillo, que tenía una sala, un comedor, tres dormitorios, dos baños, un lavadero y un jardín ¡con flores y árboles! Yo nunca había visto una casa así. Me dijo andá al baño y lavate y yo fui y la oí hablar por teléfono, después cortó y llamó a otra parte, y a otra. Y entonces fuimos al jardín y me dio un sandwich con una coca y me mostró el gato y las tortugas y me dijo que le contara y yo le conté, bueno, volví a contarle.
Así que eso me salvó, eso, digo, eso de que yo contara exagerando un poco y que la Junípera me llevara a su casa y que yo creyera que la historia medieval tiene que ver con todo, con la cosecha y con el coso y mi mamá que se lo aguanta y con la escuela y con los teoremas. Gran cosa: si una lo piensa se da cuenta enseguida.
Después estuve un día entero y una noche en esa casa de pasillo y ella, la Junípera, llamó a la escuela para decir que no iba a ir a dar clase y cuando terminamos el desayuno, ¡zás! sonó el timbre y me acuerdo de todo hasta del lunar que tenía el que tomaba notas cerca de la oreja izquierda, pero para qué me voy a poner a contarlo.
El coso todavía está en cana. No por lo mío, que por eso salió enseguida porque el comisario dijo un montón de pavadas y hasta lo firmó y ya se sabe que cuando esa gente firma los demás se lo creen. No todos los demás pero sí muchos. No pudo, eso sí que no, sacarme de lo de la Junípera que eso era lo que quería supongo que para dejarme mormosa a golpes y para seguir toqueteándome y diciéndome asquerosidades. No: está en cana porque lo pescaron haciendo de campana a una bandita de idiotas que robaban ruedas de autos estacionados. Lo metieron adentro pero el comisario lo sacó casi enseguida porque tiene contactos, así decía el coso, contactos. Pero, ah, qué placer, volvieron a meterlo adentro y ya de ahí no lo saca nadie. Esa segunda vez ya no hacía de campana sino que se había metido en el subsuelo del banco de la provincia, arrastrándose como gusano que es por un boquete que habían ido abriendo él y otros tres ladronzuelos de cuarta que eran tan torpes que hasta hicieron sonar las alarmas y ni cuenta que se dieron. Bien hecho. Porque para colmo al tratar de escaparse hirieron a un vigilador y a dos agentes de la municipal y eso les valió la gayola y cinco años de cárcel. A veces pienso que me gustaría ir en día de visita y llevarle caramelos para desparramárselos por el suelo y reírme en su cara. Pero no vale la pena. Ahora soy otra, no la chica de la cosecha. No la hija de la mujer con la que vivió casi de arriba porque mi mamá era modista y ganaba no mucho pero algo. Para vicios, decía el coso. Y mi mamá aguantaba porque siempre fue medio tonta, la pobre. Pero yo no; ah no, yo no. Es cierto que la Junípera me ayudó y le estoy agradecida, pero yo puse el material de base: yo supe de movida nomás que la historia medieval se mete en todas las vidas de todos. Y cuando digo historia medieval, se me entiende, ¿no?, también digo trigonometría y mecánica cuántica y sinonimia latina y tantas otras cosas que si el coso las hubiera sabido no estaría en cana ni me hubiera hecho lo que me hizo. Mi mamá descansa en paz. La enterré con el cajón más lujoso que encontré. Y yo sé quiénes fueron Ladislao IV y Justiniano y Guillaume de Nogaret. Y porque lo sé y los conozco y ando con ellos de parranda por los libros y los pensamientos, por eso puedo presentarme a concursos y puedo dar clases y tomar exámenes y puedo discutir y soñar y andar tranquilamente por la calle. Puedo estudiar matemáticas si se me da la gana. Puedo patear a un tipo que me molesta y lo más importante es que puedo cosechar lo que veo y quiero, no las bolitas negras una por una con las manos agrietadas de la tarea. Puedo, en pocas palabras, cabalgar con Ladislao y reírme de Guillaume. ¿Y sabe qué? Puedo asomarme a la radiación cósmica de microondas que trae sigilosa las semillas del universo. Cosechar se dice fácil, vea, pero la cuestión va más allá, arrastrada por la flecha del tiempo.
Angélica Gorodischer