Calcitas rojas

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Primero que nada, sacarse el guardapolvo y dejarlo en el roperito de la pieza, que no se ensucie. Recién empieza la semana y tiene que durar hasta que llegue el viernes. Va a la heladera a buscar la leche, siempre prepara ella el té, como le decía la abuela, aunque nunca toma té, a ella le gusta la leche con chocolate, dos cucharadas de tody con azúcar.

–No hay leche mami–

–Andá a buscar a los chinos. Traé un poco de fiambre también que recién llego y tengo hambre.

 La madre de Jessi prepara el mate, pone la yerba, lo da vuelta y lo agita, para que el polvo se vaya para arriba y no se tape, dice siempre. En la fábrica prepara el mate como viene, siempre apurada, con la media hora que paran para el cuarto, pero cuando llega le gusta tomar mate “como Dios manda”, tranquila y comiendo unos bizcochitos, un sanguchito, las facturas para el fin de semana.

– ¿Traigo pan, también? –

–Traé medio kilo, así queda para mañana; traé cien de queso y cien de paleta, que no me queda más plata. ¿Te lo anoto?

–No, que me acuerdo.

Jessi hace un mohín con la boca, la mami siempre la trata como chiquita, le quiere dar un papelito con las compras, pero ella se acuerda de todo. Agarra la canastita de plástico, una canastita violeta con tiritas entretejidas que simula mimbre coloreado, más para jugar que para ir de compras. 

–Ya que vas, preguntale a la abuela si quiere algo– le dice mientras la ve, todavía saliendo, con las calcitas rojas que le regalaron para el cumple, que piensa que le quedan tan bien, y ya no la ve porque se da vuelta para escupir el primer mate en la pileta de la cocina.

En la calle, Jessi siempre va saltando y corriendo, pero ahora va caminando rápido nomás, porque ya es grande y no tiene que andar todo el día a los saltos por ahí, tiene que andar como una señorita, le dijo la mami. A la vuelta está la casa de la abuela y toca la puerta apurada porque quiere volver rápido y ya está pensando que si le empiezan a preguntar del cole y a hablar no se va más, pero también quiere mostrarle las calzas a la abuela, que le quedan tan bien. Abre la puerta el abuelo, que no es el abuelo abuelo, porque la abuela se separó y vive con Juan Carlos, que ahora vendría a ser el abuelo, pero no lo quiere mucho porque un día casi le pegó a la abuela, pero no le pegó, la gritó nomás. Pero ella sabe que la culpa era de ella porque se sentó en las rodillas de Juan Carlos que le estaba contando un cuento y entró la abuela en la cocina y le gritó que hacés, y ella le dijo nada abuela, pero parece que le estaba gritando a Juan Carlos porque se paró y fue a gritarle a la abuela que se corría para un rincón y ella agarró y se fue. Por eso no quiere ir cuando está Juan Carlos, aparte que no quiere decirle abuelo.

–Pasá Jessi, pasá–, le dice el abuelo que no es el abuelo, pero a veces es tan bueno como el que tenía antes que hace mucho que no lo ve, que era el papá de la mami.

– ¿La abuela no está? Vine a ver si necesita algo de los chinos– dice desde el umbral de la puerta.

–Todavía no llegó, pero pasá y esperá; si querés te cuento un cuento mientras tanto.

Qué embole piensa Jessi, que se quiere ir rápido y ya está grande para cuentitos, pero quiere mostrarle las calzas nuevas a la abuela, y Juan Carlos se va para adentro, a ver qué hay en la alacena que siempre alguna golosina queda, y además no sabe decirle que no a los grandes. Cierra la puerta y lo ve a Juan Carlos que tapa la luz de la ventana, una sombra grande con una sonrisa y un chocolate en la mano, que la está mirando y parece que las calcitas rojas también le gustan.

German Froschauer

German Froschauer
German Froschauer
nació en la ciudad de Mar del Plata en 1962. Es Licenciado en Historia en la UNMDP. Investiga sobre temas del siglo XX de la Historia Argentina. Asistió a diversos talleres de escritura donde perfecciono sus cuentos y poemas. Es abuelo y cree que el lenguaje poético en su esplendor se desarrolla en esa relación.

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