Vitel toné

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Saliste un rato más temprano del consultorio. Los médicos suspendieron turnos a último momento. Todos los diciembres lo mismo, les surgen programas, compromisos sociales y te mandan a dar la cara, total. Aprovechaste para quedar al día con las planillas y recetas de los pacientes. Estas semanas suelen ser fatales. Te bajaste antes del colectivo, el calor era insoportable y tenías que hacer algunas compras para la cena navideña. Mientras te fumabas  la cola en la vereda de la carnicería, respondiste varios mensajes a las farmacéuticas y verificaste que el aguinaldo se hubiera acreditado. Oh, sí. Te quedaste sin batería en el celular. Oooh, no. Cuando quisiste acordar, el morocho de cofia blanca y delantal muy manchado, gritaba dieciséis, dieciséis, en consonancia con el papelito verde que se te había derretido en la mano. Macanudo el muchacho, te trajo de adentro el último peceto. Casi dos kilos, te guiñó un ojo. Empezaste el ritual familiar consiguiendo la carne con el peso justo, el que a tu vieja le gustaba. Saliste contenta. En la verdulería que está enfrente de tu edificio, le pediste a Ricardo un kilo de limones y un bouquet de hierbas aromáticas. Las oliste y se te dibujó una sonrisa luminosa en la mirada. La cocina de tu infancia.

Entraste al departamento dejando todo tirado. Te sacaste el vestido, lo metiste en el lavarropas,  pusiste el celular a cargar, prendiste el televisor, en la cocina armaste un sándwich de jamón crudo y queso, lo untaste con manteca y serviste una copa de vino. Bendito viernes. Pusiste música random en youtube. Zarandeando  el culo de acá para allá preparaste  la cacerola con el agua, las hierbas, la pizca de sal. Sacaste apenas la grasa al peceto y lo pusiste a hervir. Cerraste la puerta de la cocina, tenías como para dos horas, la cacerola de presión, cuando fue lo de tu mamá, se la llevó tu hermano. En el living, con el ventilador a tope te desparramaste en el sillón a mirar una serie y a terminar lo que quedaba de vino. Subían ruidos de la calle y se colaban por la ventana junto al perfume de los tilos. Pasada la medianoche probaste con el tenedor de dientes largos que la carne estuviera lista, salió con facilidad, apagaste la hornalla y la dejaste enfriándose en el caldo, fundamental. 

Tiraste la botella vacía, lavaste la copa y cuando fuiste a prender el celular encontraste un mensaje y varias notificaciones. Al final no paso con vos mañana, Ma, no voy a estar, me voy con Sofi a acampar a las sierras, salimos temprano, te estuve llamando pero… A papá ni le avisé si total. Era tarde para responderle. Te diste una ducha con agua tibia, te encremaste todo el cuerpo, te acostaste plácida en la cama de sábanas arrugadas, te desmayaste. Temprano sonó el teléfono, era Nico. Si hijo, bien, lo ví, sí, pero era tarde. Bueno, bueno, no te hagas problema, pásenlo hermoso. Te quiero, pichón, feliz Navidad. Te incorporaste en la cama y llenaste tu cuerpo de brisa veraniega, perfumada, se te piantó un lagrimón. Calentaste agua, cargaste el termo, tomaste mate en el balcón mirando el movimiento de tu cuadra, la verdulería a pleno, muchos autos estacionados, varios turistas enfilando con reposeras y heladeritas hacia la costa. Juan barría la vereda. Pobre, pensaste, demasiado joven para enviudar.

Escuchaste el audio del pronóstico, decidiste que no irías a la playa, si te sobraba tiempo tomarías sol en la terraza. Tenías que terminar de preparar lo que te tocaba para esa noche, comprar el regalo para tu nieta y limpiar a fondo el departamento. No podías recibir a Maca y su familia con los vidrios sucios y los pisos sin encerar. Además tanto calor sin Mónica que es la que siempre acarrea la sombrilla te iba a ser contraproducente. Bajaste al chino de la vuelta, compraste crema, mayonesa, anchoas, alcaparras, dios mío, dos latas de atún, tres turrones y una bolsita de garrapiñadas.  Te gastaste casi medio aguinaldo. Lo parió. No importa, Navidad sin vitel toné no es Navidad. Le pediste a Juan si te podía afilar la cuchilla. Los dientes se te caen de sólo pensar el sonido áspero del metal arañando la piedra. Te acompañó a subir las bolsas, pesaban, y con el calor y la menopausia todo te venía costando el triple. 

Te pasaste el día ocupadísima, ni tiempo de pensar, ventilando y perfumando el depto que quedó divino. A la tardecita cortaste el peceto, finito, como a tu yerno más le gusta, licuaste los ingredientes de la salsa, quedó muy espesa, le agregaste limón, un toque de sal y pimienta. Perfecta. La reverenciaste.  Dispusiste algunas rodajas de carne en la bandeja de plástico descartable, las fuiste intercalando con cucharadas abundantes de crema. Dibujaste, antes de cerrar el envase, un corazón con alcaparras. El corazón más caro del mundo, te reíste. Lavaste todo, pusiste la mesa con el juego de porcelana que heredaste. Cuando estabas en el taxi yendo  a llevar la bandeja a tu viejo llamó Macarena, angustiadísima, que había tratado hasta último momento de convencer al marido de venir a pasarla a tu casa pero no había habido manera. Es un año con cada familia, ¿te acordás? Y el año pasado la pasamos con vos, yo me había olvidado. ¿Querés venir con nosotros a lo de Coca, Ma?  Le agradeciste de todo corazón. Le explicaste que no se hiciera problema, que las fiestas son todos los días y que hasta te venía bien para poder comprar el regalo a tu nieta con más tiempo. Feliz Nochebuena, hija. Sacale fotos a Mila cuando aparezca Papá Noel. Te amo. Cortaron, suspiraste.  

En el geriátrico hiciste más rápido que nunca. Tu papá no te reconoció. Le diste un beso en la frente, por lo menos estaba recién bañado, afeitado y perfumado.  Salga de acá, déjeme tranquilo por favor que tengo muchas cosas que hacer. Las enfermeras, astutas, te disuadieron con la promesa de servirle una porción abundante de tu manjar y contarle que lo habías hecho para él. Había revuelo de familias, todo muy lindo, el árbol con sus luces multicolor palpitando una noche distinta, los paquetes, la mesa, te invitaron pero no, no tuviste ganas de quedarte. Me esperan mis hijos a cenar.

El disgusto te mareó. Volviste caminando, eso sí. El aire era tibio; sigilosa, cortaste unas hortensias de un jardín. A tu mamá también le encantaban. Caminaste despacio, no había compromisos ni horarios, tenías la cena lista, aunque el  hambre estuviera también ausente comerías algo y te acostarías temprano, así podrías aprovechar la calma matutina de la playa.  Fuiste viendo gente subirse a los autos, bolsas y regalos, portentosas fuentes de comida, ensaladeras, perfume, botellas, el tránsito acelerado, los colectivos llenos. Las persianas de los negocios bajas. Sonaron, ansiosas, algunas cañitas voladoras. Te compraste un champagne en el almacén de la esquina del departamento que justo estaba cerrando. Tenías motivos de sobra para  descorcharlo.

Luciana Balanesi

Luciana Balanesi
Luciana Balanesi
Es diseñadora industrial. Nació en Mar del Plata en 1974. Cursó talleres de escritura creativa. Algunos cuentos suyos fueron publicados en el suplemento de cultura del diario La Capital. En el año 2018 quedó finalista en el VI Concurso de Relato Breve Osvaldo Soriano que organiza la Universidad Nacional de La Plata. En el 2019 fue seleccionada en la categoría general del Premio Itaú de cuento digital. En el mismo año recibió una mención estímulo del Premio Guka de Poesía. Y fue premiada en con el segundo puesto en el X Concurso Literario de Cuentos Breves de la Biblioteca Nacional del Paraná. En 2020 el Premio Guka de microrelato le otorgó una mención especial. En 2021 publicó su primer libro Siempre quise ser pelirroja.

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