Uno se cansa de pasarla tan bien

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Salgo a caminar un poco, a tomar algo de aire.

   Una vecina me cuenta cómo unos perros destrozaron a otro perro más chico anoche. Parecía un bebé llorando, dice, y le parte el corazón de alguna forma en que ella misma no termina de entender. Cuenta que no pudo pegar un ojo en toda la noche, que nadie debe haber podido.

   No sé, yo tomo pastillas para dormir, le digo con cara de nada y un cigarrillo que espera, sin prender en la mano.

   Ah, qué suerte la tuya, contesta, es lo que todos tendríamos que hacer, y yo me siento como si acabara de recibir una medalla por hacer algo muy estúpido.

   Todos caminamos como si supiéramos a dónde vamos por la costa, pero el lugar a donde vamos está siempre al costado de nuestras cabezas. Miramos adelante, pero en realidad miramos en todas las otras direcciones en las que no vamos.

   Vuelvo a casa por el mismo camino por el que me fui. Pasa un perro chiquito olfateando, a este no lo masticaron anoche. Olfatea algo que llega desde algún lugar desconocido, yo también lo puedo sentir, ya son las nueve de la noche y el hambre se empieza a hace sentir.

   Es pizza bien, como en las viejas épocas, esa tradición pizzera de lujo que se fue extinguiendo con el ritmo del cambio inflacionario. Es verdadera pizza, el perro lo sabe, o soy yo la que lo sé. Pero no está, no hay pizzerías por esta cuadra para la desgracia de pichicho y para la mía.

   Estiro la cabeza hacia el cielo, no descubro dónde está la fuente del placer.

  Como lo que hay, hago zapping en internet, eso que equivale a seguir enlaces tras enlaces sin saber qué guía el interés.

  Cuando ya no sentís nada, la emoción por lo exótico se extingue o asciende a un nuevo nivel, es hora de seguir la escalada.

  En mi caso, la insensibilidad a los anteriores niveles de curiosidad hace que la búsqueda empiece a ponerse interesante.

   Hay páginas especializadas en desaparecer cadáveres en la deep web, venta especializada en ropa interior usada, como todos sabemos.

   Hay videos educacionales sobre cómo introducirse en la uretra una varilla metálica que dispara ciertos choques eléctricos de intensidad controlada. Hay videos educacionales sobre por qué alguien quiere hacer eso.

   La lógica es la misma del zapping en internet pero con cierta elegancia que no puede negársele. Uno se cansa de pasarla tan bien de unas pocas maneras y necesita un protocolo seguro para experimentar con instrumentos quirúrgicos y electroshocks.

   El video está filmado de modo en que la luz precisa y la ausencia de cara en la perspectiva de ese cuerpo convierte todo en una clase de anatomía. Hay varas de bambú detrás de la silueta que le dan un toque de la naturalidad que uno necesita para sentirse en paz consigo mismo.

   El cuerpo parlante está íntegramente rasurado y calza unos suspensores apropiados y sandalias, esas sandalias hippies que puede usar sólo un hombre experimentado en la apertura mental.

   Como no pueden verse las expresiones hay una macabra confusión entre si los espasmos son de dolor o placer y cuando finalmente viene el final feliz: la sensación es de completa desolación.

   Acabamos de ver un tipo llegando al clímax con un alto nivel de tecnicismo y su semen nos da tristeza.

   Mañana será otro día, parece.

   Y al otro día lo es. Nada cambia en el puesto de ropa de niños del shopping trucho. La gente que va y viene, que pregunta y no compra. Tomamos agua con la chica del puesto de en frente como si fuera un deporte local y hablamos sobre películas que la otra no conoce y no nos interesa conocer tampoco.

   La gente pasa y es igual casi todos los días. Salvo esos en que un loco se mete a las instalaciones y nos tira agua bendita mientras nos da consejos personalizados sobre la vida en sociedad, o cuando corretea algún nene y su risa nos despierta del letargo.

   Pasa una pareja con su hijo, un chico de unos cinco años de la mano, se suelta brevemente mientras los padres detienen la marcha en el siguiente puesto. El nene mira las manos realísticas de un maniquí sin cabeza, nota su inmovilidad y se queda pensativo brevemente, en un rápido movimiento estira el pantalón a la altura de la entrepierna, mira y se decepciona.

Micaela Carrizo
Micaela Carrizo
Nació en 1986 en la ciudad de Mar del Plata. Codirigió la revista literaria Elmugroso que contó con escritores argentinos y artistas visuales latinoamericanos y se editó entrelos años 2012 y 2014. Es estudiante de psicología de la Universidad Nacional de Mar del Plata yactualmente se encuentra escribiendo una colección de cuentos y una novela.

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