Soplillo

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Soplillo es una palabra paranaense. Tan de Paraná que, si les preguntás, algunos paranaenses ni saben de dónde viene. Soplillo es la palabra que usan para nombrar a los adornos del árbol navideño. Pasame ese soplillo, me dijo Mariana el primer año que armamos juntos el arbolito. Yo miré para todos lados, porque soplillo suena a un instrumento de limpieza. Volví a su dedo índice, que insistía en apuntar hacia una bola azul, brillante. ¿Eso? Sí. Nina se rio. Nos sacamos una foto, al terminar. Estoy en cueros, con el pelo desordenado y una nariz de payaso. Mariana tiene ojeras, se ríe. Su hija, Nina, lleva en la foto los rulos reunidos en una cola de caballo. Nuestro primer árbol de navidad es un pino de plástico, con pintitas blancas que simulan la nieve y sin santos en la base: sólo un pesebre pequeño, lleno de animalitos de todas formas y procedencias. La mayoría son juguetes de Nina.

Ah, y usamos siempre soplillos azules.

Unos días antes de esa Navidad internaron a Carlitos, el papá de Mariana. Para la foto del año siguiente, somos otros. Nina usa flequillo, Mariana también. Yo tengo puesta una gorra y los bigotes negrísimos se enderezan sobre mi sonrisa. El arbolito está igual, sólo le agregamos luces amarillas. En la base hay de todo, desde peones de nuestros juegos de mesa hasta un unicornio rosado. La foto de mi mamá, la foto de Carlitos. Ese año armamos el arbolito en silencio. Vaya uno a saber qué cargas le pasamos a las ramas con cada soplillo. Cada tanto nos mirábamos con Mariana. Conversamos sobre organizar las fiestas familiares. Ahora somos nosotros, le dije, nos toca.

Mamá organizaba las fiestas navideñas en mi casa de la infancia. Me crie en un pueblito entrerriano. Se empezaba a las cinco, prendiendo un fuego y tomando mates. A eso de las siete ya se pasaba a un vermú o directamente a la cerveza. Se comía a las nueve en punto, lechón con filsen y ensalada rusa. Brindis a las doce, clericó, pan dulce, turrón. Después del brindis aparecía Papá Noel manejando un tractor Pampa color rojo. Los hijos de Papá Noel disfrazados de duendes iban sentados en los guardabarros, lanzando caramelos al boleo.

De todas esas navidades, sólo una se suspendió. Mi hermano mayor no se enteró, porque ya estaba en edad de hacer el reparto de las fiestas: la Navidad en la casa de la novia y Año Nuevo con nosotros. Yo habré tenido 11. No sé cómo empezó la discusión, pero el fuego no se encendió ese año. Comimos sandwichitos de miga, tomamos la gaseosa ya comprada. Mi viejo estaba en el patio o en la pieza, encerrado. No me acuerdo. Mamá nos contó, antes de ir a dormir, la historia de cómo ella y su familia se subían a un sulky para ir a pasar las fiestas a la casa de una de sus tías.

En la foto de nuestra tercera navidad estamos un poco ojerosos, no hay un arbolito detrás. Lo armamos pero nos sacamos la foto cerca de la puerta principal del departamento. Tengo un barbijo colgando de la muñeca, como una pulsera. Fue la Navidad de la pandemia. Creo que llevamos en la cara el peso de haber organizado las fiestas de nuestras familias. Sin embargo, fracasamos. Tuve que irme a mi aldea, Mariana se quedó en la ciudad. No quisimos ni pudimos reunir un número demasiado grande de personas, era riesgoso. Recuerdo que discutimos primero, peleamos después. Creo que Nina ya se había ido de viaje con el papá, así que nadie nos escuchó llorar la desdicha de tener que separarnos por esa noche. En nuestra última foto navideña yo ya superé el covid. Tengo varios kilos menos y estoy más pelado. El arbolito tiene ahora guirnaldas nuevas, azules. Debajo hay un niño, pero no Jesús. Es una especie de representación de todos los niños, eso nos explicó Nina. Berenice y Benjamín también están en la foto. Somos los cinco, la familia completa, a punto de salir para la aldea. Afuera nos espera el papá de Nina en el auto, la familia de Mariana ya va en camino. En la foto se nota el apuro por salir, se nos hace tarde.

A las cinco prendimos un fuego y tomamos unos mates. A eso de las siete ya pasamos al vermú, algunos a la cerveza. Se comió a las nueve en punto, lechón con filsen y ensalada rusa. Brindis a las doce, clericó, pan dulce, turrón. Después del brindis apareció Papá Noel manejando un tractor Pampa color rojo. Los hijos de Papá Noel disfrazados de duendes iban sentados en los guardabarros, lanzando caramelos al boleo.

Hay una segunda foto de esa Navidad, donde estamos todos. Somos varias familias en una sola, alrededor de un tablón. La mezcla es muy argentina, algunos le llaman familia ensamblada. Yo salgo en primer plano porque me tocó sacar la selfie. Recuerdo bien lo que pensé en aquel momento, cuando me vi y detrás de mí a los rostros que me completan: logramos organizar una navidad, al fin. También pensé en cuántas veces mis viejos se habrán peleado en los trajines de aquellas navidades.

Soplillo es una palabra paranaense que aprendí cuando me fui a vivir con Mariana. La usan para nombrar a los adornos navideños. La palabra se refiere al soplo suave necesario para inflar esas bolas de vidrio. Soplillo es un equilibrio frágil, un oficio que se aprende a fuerza de soplar, de sostener, de reventar burbujas y empezar denuevo, las veces que sea necesario.

Iván Taylor

Iván Taylor
Iván Taylor
Nació en Aldea María Luisa, Entre Ríos; actualmente vive en Paraná. Ha escrito columnas de opinión política para El Diario de esa ciudad y colaborado en varios medios digitales. Algunos de sus cuentos y poemas forman parte de antologías tales como: Luces de mi Ciudad, Paraná 2015; Premio Rafael J. Hernández, Pehuajó 2016; Poesía Punzó 2017; Antología Federal de Poesía Región Centro CFI 2018. Su primer libro, La Parte Blanca de la Noche (2018) fue publicado bajo el sello editorial de Fundación La Hendija. Este año su poema "Coca" fue elegido ganador del certamen Florencio Calgaro promovido por el Centro Cultural Cabayú Cuatiá. Ha escrito una novela y un libro de cuentos que permanecen inéditos. Actualmente trabaja en la Editorial Municipal de la Ciudad de Paraná.

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